Vivienda

Alquiler de temporada y alquiler turístico: las causas de todo mal

Vivir de alquiler en España ya cuesta 944 euros de media, cuando el salario mínimo se estipula este año en 1.134 euros al mes. Para la mayoría, no salen las cuentas

Una de las entrevistadas para el reportaje, que prefiere no desvelar su nombre

Una de las entrevistadas para el reportaje, que prefiere no desvelar su nombre / Manu Mitru

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Si eres joven y quieres vivir solo tendrás que destinar el 93,4% de tu sueldo al alquiler. Así se recoge del último Observatorio de la Emancipación, que publica el Consejo de la Juventud de España, con datos actualizados de diciembre de 2023. Por eso solo lo hace el 16% de la población de entre 18 y 29 años. Un alquiler en España cuesta, de media, 944 euros. Para muchos, el causante de estas subidas descontroladas del precio de los alquileres, tiene nombre y apellido: alquiler de temporada. Está compuesto por contratos que van desde los 31 días hasta los 11 meses, y que están pensados para situaciones muy concretas: acoger a un estudiante en prácticas o a un trabajador que decide teletrabajar fuera de su país de origen, por ejemplo.

"Se está haciendo un uso fraudulento de los alquileres de temporada y los jóvenes son los que más sufren estos contratos", asegura Carme Arcarazo, portavoz del Sindicat de Llogateres. En el contrato debe constar la causa. Por ejemplo, unas prácticas académicas. Pero no hay que demostrarlo.

El de temporada es el hermano grande del alquiler turístico, que también resulta muy atractivo para los propietarios. Con una duración aún más corta, "suele dirigirse a la población extranjera, con un poder adquisitivo mayor, que están dispuestas a pagar mucho más por su estancia", explica Carles Badenes, economista y politólogo.

Ignasi Martí, director del Instituto de Innovación social de Esade, incide en lo mismo: "El alquiler de viviendas turísticas tensiona los precios. Se pueden encontrar pisos de alquiler de corta duración en todos los barrios de las principales ciudades españolas", sostiene. Y lo corrobora Antoni Cunyat, profesor de análisis económico en la Universidad de Valencia y profesor colaborador de Economía y Empresa en la UOC. "La demanda de pisos turísticos o de temporada está desplazando a la oferta permanente", afirma. "Los propietarios tienen más rentabilidad con ellos y perciben que suponen un menor riesgo de impago o de que los inquilinos se queden en la vivienda", añade.

En verano, a la calle

Pablo es madrileño. Llegó a Ibiza con 26 años para trabajar en el Centro de Emergencias Sanitarias (061). A los que se desplazaban a la isla les procuraban alojamiento, teniendo en cuenta que el metro cuadrado en Baleares supera los 16 euros. Se quedó en una de las habitaciones del hospital, que pronto se le quedó pequeña. Encontró entonces un piso cuyo propietario le ofrecía un contrato solo para el invierno.

"Normalmente te dejan entrar en octubre pero en mayo te vas a la calle porque lo alquilan a turistas", cuenta. Vivió allí unos meses, en una habitación, compartiendo piso con un matrimonio más mayor y dos compañeros más. Cada uno pagaba 750 euros al mes, lo que suma un total de 3.750 euros. "Te exigían trabajo estable y que ganaras, al menos, tres veces la cantidad que te cobraban", explica.

"Vivir con tanta gente que no conoces es estresante. La puerta de la habitación no tenía candado y al principio no les conoces... Pero aquello era la guerra: si no cogías la oferta que salía, te quedabas sin piso", recuerda. "Intentaba irme mucho de mi casa, porque era un poco incómodo", recuerda.

"Mi hija comparte piso prácticamente desde que nació"

Las subidas de precio tienen consecuencias. Patricia tiene 36 años y vive en Barcelona, en la vivienda que compartía con su expareja. Fueron padres y se separaron cuando su hija tenía un año. Hoy la niña tiene 12. "Mi hija comparte piso prácticamente desde que nació. Ella está acostumbrada a no estar sola conmigo ni con su padre", lamenta.

"Cuando nos separamos, no pude pagar el alquiler sola. Así que decidí alquilar una habitación del piso". Lo hace a espaldas del propietario por miedo a que no esté de acuerdo y tener que marcharse. Pero asegura que ha sido la única manera de poder afrontar las mensualidades. Una conocida de una amiga suya se interesó y han estado compartiendo piso hasta ahora, que ha tenido que marcharse porque se cambia de trabajo. Patricia tiene que volver a buscar compañera, pero no va a ser fácil. "Tengo que buscar a alguien que entienda que tengo una hija, que no puede traer gente a casa ni comportarse de determinada manera", cuenta.

Esta madre es administrativa y tiene un sueldo de 1.400 euros al mes. Pero el alquiler de su piso ya asciende a 1.300. "Tener que compartir piso, con una niña pequeña, implica todo un proceso personal. Es duro", cuenta. El padre de la niña también comparte piso, en su caso, con su mejor amigo, con el que ambos tienen confianza. Pero para Patricia buscar a una nueva compañera constituye una de sus principales preocupaciones. "Es algo en lo que pienso y que me agobia todos los días", subraya.

"Me encantaría que pudiéramos vivir las dos solas, pero ya no hay pisos por menos de 1.000 euros en Barcelona. Además, con una nómina de 1.400 euros, pocos están dispuestos a alquilarte un piso sola, sin avales", sostiene. No sopesa, de momento, la posibilidad de salir de la ciudad. Tiene su trabajo allí, a su círculo de amistades, el colegio de la niña... "Y volver con sus padres siempre es complicado", continúa. Pero asume que quizá, en un futuro próximo, buscar piso en una ubicación con unos alquileres más controlados se convierta en su única opción.

Luisa tiene 63 años. Vive con su marido y sus dos hijos, de 27 y 37 años. Ambos quieren pero ninguno puede independizarse. "Todos los padres estamos igual. Por muchas carreras que tengan nuestros hijos, los sueldos no les dan para pagarse un alquiler. Y vivir con personas que no conoces es muy complicado", reflexiona. "Nunca les va a faltar una casa; tienen la nuestra. Pero les falta la independencia que nosotros sí que tuvimos a su edad", concluye.

"Vivo con miedo a que me echen de casa"

Nos citamos con María un jueves lluvioso, hacia las once de la mañana, en su casa, un piso escondido tras una callejuela estrecha del barrio del Raval de Barcelona. Está preocupada por una gotera que tiene en el falso techo, visiblemente hinchado por la humedad, amenazante de desprenderse. Acaba de salir de consulta. Tiene un trastorno de ansiedad generalizado, provocado por la situación que sufre en relación con su vivienda. 

Es valenciana. Se fue a vivir a Barcelona en abril de 2021. Le hicieron un contrato de un año, que nos deja consultar, en el cual se recoge que María está alquilando "la habitación número 1, 2 y 3 de uso exclusivo en el apartamento de uso compartido" de la vivienda. Es decir, está alquilando el piso en su totalidad. Si lo hacía por habitaciones, el propietario tenía derecho a alquilárselo por menos del tiempo de los cinco años estipulados por ley.

En el contrato también se estipula que María está allí "de forma temporal, por motivo de estudios o prácticas profesionales". Sin embargo, hace cinco años que es funcionaria del Estado. Ahora, su contrato y la prórroga que le hicieron de un año han terminado. Pero ella, que asegura que lo firmó por desconocimiento, ha decidido quedarse allí. "No es válido, porque es un contrato que se hizo fuera de la ley", defiende.

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No ha dejado de pagar el alquiler de 670 euros al mes, cantidad que ya no le parece suficientemente alta al propietario. Y ha recibido una orden de desahucio. Pero el bloque solo cuenta con un buzón comunitario en el que se depositan todas las cartas que envían al edificio y la propiedad no pretende hacerse cargo. Los timbres tampoco funcionan, ni siquiera están numerados en el telefonillo. Así que teme que no le lleguen las notificaciones del juzgado a tiempo.

"Vivo con miedo a que cualquier día me echen del piso. Me despierto por la noche si oigo cualquier ruido. He puesto cámaras por si intentan entrar en el piso. Además, estoy tomando ansiolíticos y antidepresivos", relata esta joven.