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Bodega Submarina del Mediterráneo, el vino que aprovecha la corriente del mar para madurar

La firma produce 34.000 botellas anuales que sumerge durante un año en la costa alicantina y en el Adriático para mejorar sus cualidades

Las botellas de Bodega Submarina del Mediterráneo, recién salidas del mar.

Las botellas de Bodega Submarina del Mediterráneo, recién salidas del mar. / 'activos'

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Cuando Pepe Marín decidió convertirse en buzo industrial, poco imaginaba que algún día acabaría al frente de su propia bodega y que sus vinos estarían presentes en las cartas de los restaurantes de chefs como Mauro Colagreco, Martín Berasategui e Iván Cerdeño, y en el mismísimo Central, en Perú, ganador del título de mejor restaurante del mundo en 2023. Eso sí, lo ha hecho sin alejarse nunca del mar, cuyas corrientes ha convertido en su mejor aliado para crear unos caldos únicos, gracias a pasar todo un año sumergidos a 24 metros de profundidad frente a la costa alicantina y en las instalaciones que también tiene en el Adriático, en el litoral croata.

Marín es el principal impulsor de Bodega Submarina del Mediterráneo -también conocida por la marca The Sea Wine Club-, una iniciativa que arrancó hace siete años, cuando el ahora empresario oyó hablar de una experiencia similar que estaba desarrollando el enólogo Raúl Pérez y decidió dar un giro a su vida. Por entonces trabajaba en Costa Rica, en la construcción de un puerto, tras haber estudiado para buzo en Escocia. "Era joven, ganaba un buen dinero, me aficioné a la gastronomía y descubrí el mundo del vino", explica el bodeguero.

La microvibración, la clave

La idea de utilizar el mar como bodega le cautivó enseguida. "Raúl Pérez tenía claro que el vino salía mejorado del mar, pero no sabía por qué", recuerda el emprendedor, que decidió investigar. De la mano de la Universidad de Alicante y de otros laboratorios descubrió que la clave está en la microvibración constante que aportan las corrientes marinas, que originan una fricción continua de los polifenoles que acelera la maduración de los caldos sin que pierdan su frescura.

"Cuando metes el vino en el mar se desarrolla en frutas mucho más maduras. Es un vino más cremoso, con unos taninos mucho más trabajados. Un vino más suave y más sedoso en boca", describe. Cualidades que, de otra forma, pueden tardar hasta 10 años en desarrollarse y que así aparecen en solo un año, evitando la oxidación y el deterioro que puede sufrir el vino. Unas características que, en cualquier caso, han sido capaces de convencer a los establecimientos de alta gastronomía en los que comercializa las 34.000 botellas de producción anual que ahora tiene, con unos precios que oscilan entre entre 95 y 170 euros.

Eso sí, nada es fruto de la casualidad. Marín y sus socios, entre los que se encuentra la familia Sánchez Butrón, llevan invertidos más de un millón y medio de euros en estudiar el proceso y en desarrollar los silos de maduración en que reposan las botellas bajo el agua. Una especie de cajones de hormigón que se asientan sobre unas patas de 40 centímetros para no dañar el fondo marino y que disponen de una serie de agujeros que se orientan específicamente para recoger las corrientes. De esta forma se garantiza que la energía cinética, es decir, que la vibración causada por el paso del agua a través de esta estructura sea siempre la misma. 

La ubicación de estos silos es otra de las claves. En el caso de los que la compañía tiene en Alicante, están justo en el punto en el que pasan las corrientes de retorno del Mediterráneo y a 24 metros de profundidad, lo que garantiza también una temperatura estable de entre 14 y 18 grados.

Personalizados

Conocer cómo funcionan las reacciones químicas que ocurren bajo el agua también permite a Marín y su equipo de enólogos crear vinos personalizados, con las características que desean para potenciar el efecto de la maduración submarina. Así, la compañía tiene ya nueve viñedos, que ha seleccionado por tratarse de variedades o zonas de producción "muy singulares", según su propietario.

Por ejemplo, la malvasía volcánica que cultiva en Tenerife y el godello centenario que cosecha en Zamora. También tiene explotaciones en zonas vinícolas como el Penedès, las Rías Baixas, la Rioja alavesa y en la región francesa de Champagne, donde además de este espumoso también produce un pinot noir. Ahora están trabajando en una nueva explotación en Hungría y tienen otro proyecto en la zona de Jerez.

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En todos los casos se trata de pequeñas producciones que juntas suman las citadas 34.000 botellas que sumerge en la actualidad. Aunque la firma quiere crecer, su propietario se ha fijado un máximo de 60.000 botellas para no perder la exclusividad de los caldos que produce ni rebajar su calidad. De momento, su facturación ya supera los 2,5 millones, según las cifras que aporta el empresario.

La iniciativa ha despertado el interés de algunos inversores internacionales, que ya han tentado al emprendedor, según explica, pero también el de varias bodegas californianas, que quieren pagarle por el know how y la formación necesaria para replicar la iniciativa junto al Pacífico.