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La lotera con una licencia de Carlos IV que iba para criminóloga

El destino es caprichoso muchas veces. Emilia Caruana pudo ser criminóloga pero la crisis de 2008 la hizo volver a sus cuarteles de invierno, o sea, a su familia, y ha acabado regentando la licencia de administradora de loterías más antigua de España

Emilia Caruana en la administración de lotería de Sagunt.

Emilia Caruana en la administración de lotería de Sagunt. / Daniel Tortajada

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Ahora que su vida está encauzada en los rieles que le marcaron sus ancestros, Emilia Caruana podría tener que cambiar de aires y seguir los pasos de su marido como segundo entrenador de fútbol en China. Si se da el caso, afirma rotunda que no venderá su negocio, que buscará a un gerente que gestione la administración para mantener la posibilidad de que su hija de 3 años "viva" los juegos y las loterías desde el otro lado.

Caruana asegura que la empresa que recientemente ha sido distinguida como firma centenaria por la Cámara de Comercio de Valencia es la última poseedora de una licencia para comercializar juegos que Carlos IV otorgó en 1790 a un personaje posiblemente saguntino: Diego Larcada. Faltaban 22 años para que se instaurara la Lotería Nacional tal como se conoce ahora. Aquella licencia se fue vendiendo en el transcurso de los siglos a diferentes familias hasta que en 1969 fue adquirida por el abuelo de Emilia, un saguntino que también regentaba un cine. El negocio pasó primero al hijo y luego a la nieta.

Emilia Caruana, que era hija única, había orientado sus intereses profesionales hacia otros ámbitos, aunque todos los veranos, durante el descanso vacacional de los empleados de su padre, trabajaba en la administración de loterías. Nacida en 1990, estudió las carreras de Ciencias Políticas y Criminología por varias razones. La primera, porque desde el instituto se sentía inclinada no especialmente por la política, sino sobre todo por otras materias que se impartían en esa licenciatura, como el derecho, la sociología y la historia. La segunda, porque le resultaba curiosa, había muchas asignaturas que convalidaban y con un esfuerzo suplementario pudo obtener esa otra carrera, donde, por cierto, la mayor parte de sus compañeros eran policías nacionales que realizaban esos estudios para ascender en su profesión.

Gran Recesión

Así que logró sus propósitos formativos, pero se dio de cruces con una realidad laboral más que compleja. Y es que terminó sus estudios en la etapa más dura de la gran recesión, que se inició en 2008 y, en España, tuvo una segunda fase, la que obligó a la reestructuración del sistema financiero en 2012, si cabe más dura. No encontraba trabajo y entonces buscó cobijo en el negocio de loterías de su familia. En 2012, tomó el relevo de su progenitor y desde entonces ha estado al frente de la administración, incluyendo etapas tan complicadas como la pandemia de coronavirus.

Su principal afición es hacer pilates y, si un día no puede entrenar, confiesa que incluso se pone "de mal humor"

Con la ayuda de una empleada, Caruana tiene clavada la espina de no haber logrado repartir nunca ninguno de los grandes premios de la Lotería de Navidad, a diferencia de su abuelo, que tuvo la suerte de darle el gordo a una sociedad de cazadores de Sagunt que tantos años después siguen confiando en el mismo lotero. O lotera, mejor dicho. De momento, se conforma con haber repartido dos o tres premios en sorteos ordinarios y algunos otros en los denominados juegos activos, como la Primitiva y el Euromillón.

Ilusión

Dice Emilia Caruana que el trabajo que realiza al frente de la administración de loterías es "gratificante, porque se vende ilusión". "Mis clientes -asegura- vienen y se imaginan el piso que se podrán comprar o el crucero que realizarán si les toca un buen premio". Pero no todo es de color de rosa, porque se trata de un negocio del que se podría vivir con holgura si no fuera porque las comisiones que cobran los administradores de lotería por sus ventas están prácticamente congeladas desde 2010. En 2021, tras una protesta, consiguieron "una actualización ínfima, que se ha quedado en nada con la guerra de Ucrania y la inflación", sentencia.

Como todos los sectores de la economía, el negocio de Caruana se vio fuertemente lastrado por la irrupción de la crisis sanitaria originada por el covid y los cierres y restricciones a los movimientos que comportó. Pero toda crisis es una oportunidad, si se sabe aprovechar, y la empresaria se decidió a fomentar la digitalización de la compañía con la mirada puesta en "acercarse a los jóvenes", un colectivo que solo invierte en el sorteo Navidad y el Niño, o cuando hay sorteos con premios muy altos en loterías o juegos. "Los mayores son fieles y son los que acuden a la ventanilla, mientras que los jóvenes se decantan por el móvil", asegura.

Viajar como terapia

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Cuando se le pregunta por sus aficiones, Caruana responde sin dudarlo en primer lugar que hacer pilates. Le gustan tanto, confiesa, que si un día no puede ejercitarse se pone "de mal humor". También la calman los viajes. De joven hizo un Erasmus de un año a la ciudad polaca de Cracovia y nunca se perdía las excursiones a las que son tan aficionados sus padres. Sin embargo, la pandemia primero y, después, el nacimiento hace tres años de su hija Diana -"la heredera" del negocio- la han obligado a moverse menos.

Afirma sin problemas que no es muy dada a la lectura, a diferencia del cine, que le apasiona, aunque últimamente lo disfruta sobre todo desde el sofá de casa frente a la televisión. Está casada con un profesor de ciclos formativos y cuando se le inquiere por su futuro aparece la incertidumbre. Su propósito sería seguir al frente de la administración de loterías, pero, como ha quedado dicho, un amigo que entrena a un equipo de fútbol en China le ha propuesto a su marido, que también es futbolista, que se vayan todos al gigante asiático, en su caso como segundo entrenador. La oferta es muy buena, pero la tierra y la familia tiran mucho. Así que ya se verá quién gana.