OPINIÓN

Ferrovial: de la presión a la seducción

La decisión de la empresa de trasladar su sede a Países Bajos ha provocado una tormenta política inesperada

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El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, y la vicepresidenta económica del Gobierno, Nadia Calviño

El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, y la vicepresidenta económica del Gobierno, Nadia Calviño

La decisión de Ferrovial de trasladar su sede a Países Bajos ha provocado una tormenta política inesperada. La decisión no ha sido bien explicada por la empresa, que debería mejorar su comunicación. De las noticias iniciales de que se llevaba su sede para cotizar en la bolsa de Nueva York han pasado a decir que su sede operativa seguirá en Madrid, seguirán cotizando en la bolsa española y que llevan a Holanda su matriz para facilitar a inversores internacionales la compra de las nuevas acciones.

En el año 2001 colaboré como director financiero de Estudio Lamela Arquitectos con Ferrovial en la ampliación del aeropuerto de Varsovia. La compañía comenzaba su expansión internacional y su transformación en lo que es hoy, que se parece muy poco a la empresa que creó Rafael del Pino padre. El modelo de las constructoras españolas es licitar con mínimos márgenes, incluso a pérdidas, y luego renegociar contratos al alza con modificaciones. Es un modelo muy poco rentable y que les ha generado serios problemas en muchos países; desde el canal de Panamá hasta el tren de alta velocidad en Arabia Saudí.

Rafael del Pino hijo mantuvo la marca de la empresa familiar pero ha cambiado radicalmente la compañía. De poner traviesas de madera durante el franquismo a gestionar los aeropuertos del Reino Unido o autopistas en los principales países del mundo. Sin duda, una de las empresas bandera españolas por el mundo, y esto ayuda a explicar el revuelo que ha provocado su marcha.

La reacción del Gobierno español se parece más a una infidelidad o una crisis familiar o con amigos que a una crisis empresarial. Los españoles voluntariamente decidimos firmar los Tratados de la Unión Europea en 1986 y, además de recibir fondos europeos, nos comprometimos a cumplir las normas. La principal norma económica es la de mercado único y perfecta movilidad de capitales dentro de la Unión. Cuando Ferrovial ganó el concurso de los aeropuertos británicos hubo una reacción nacionalista similar a la actual en España. Aquello acabó en el Brexit, que ahora ya sabemos que ha sido una equivocada decisión británica que ya tiene costes en términos de mayor inflación, mayor inestabilidad financiera e hipotecas más caras que en España.

Países Bajos es un país de la Unión y es perfectamente legal que una compañía europea decida cambiar su sede allí. Las amenazas de penalizar a Ferrovial en los concursos públicos también incumplen las normas europeas. Si se cumplen retrasarán el desarrollo de las obras públicas ya que la empresa podría recurrir a todas las instancias judiciales españolas y en último caso a los tribunales europeos, que son la máxima garantía de seguridad jurídica y sin los cuales sería imposible explicar la inversión extranjera que nuestro país ha recibido desde 1986 y que seguimos recibiendo.

Demonizar a las empresas

El Gobierno tras la guerra de Ucrania y la brusca subida de la inflación decidió demonizar a las empresas y culparlas de las subidas de los precios y de los males de los españoles. Recuerda a la demonización que hizo el PP de las inversiones en renovables en 2012, que nos provocó una grave problema de reputación de la marca España y nos hizo perder una década en recuperar la inversión internacional en energías renovables en nuestro país.

El mundo ha cambiado radicalmente desde los años ochenta. Si un rico latinoamericano quiere comprar una casa en Madrid no podrá evitar pagar el impuesto de bienes inmuebles, por que el activo, como dice explícitamente su nombre, no se puede mover. Si les pones un impuesto sobre su riqueza mobiliaria; dinero acciones, bonos, fondos de inversión, etcétera, se irán a otro país a tributar. Con las empresas pasa lo mismo. Por ejemplo, se irán a Portugal que tiene un gobierno de izquierdas y un líder que recuerda mucho a Felipe González y al PSOE de los años ochenta. Felipe eliminó todas las trabas heredadas del franquismo para hacer de España un país atractivo para la inversión extranjera.

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El Gobierno ha probado la confrontación contra las empresas y la crisis de Ferrovial es el canario en la mina que deja de cantar y avisa que hay grisú. Escribo este artículo desde Israel, que es un referente tecnológico mundial y en start-up. Los israelitas están revisando su modelo mutando a las scale up, ya que quieren tener grandes multinacionales que tengan su sede en Israel, que tengan sus trabajadores mejor pagados allí y que paguen muchos impuestos para tener buena sanidad y buenas pensiones públicas.

España está atrasada en desarrollo tecnológico y en crecimiento de empresas. Pero sí tenemos multinacionales que tienen su sede aquí y ese es el gran secreto del éxito de Madrid, de Barcelona y ahora de Málaga, que empieza a atraerlas. Nuestros políticos deben asumir que el mundo ha cambiado. Que un país pequeño como España debe usar la seducción con esas grandes empresas que pueden poner su sede e invertir en cualquier país. La pregunta no es la que hizo la ministra Nadia Calviño en un programa de radio ¿Entonces, quién se va a quedar aquí? La pregunta, versionando a John Kennedy es: ¿Qué vas a hacer tú para qué inviertan y tengan su sede en España?