Opinión | FE DE ERRORES

¿Arquitectura deconstructiva?

No ha llegado a caberme en la cabeza cómo puede concebirse una arquitectura 'deconstructiva', pues el fundamento de esa profesión y disciplina, en la que se dan la mano el rigor matemático y la inspiración creativa, es precisamente la 'construcción'

El arquitecto Alejandro Zaera-Polo

El arquitecto Alejandro Zaera-Polo / Ricard Cugat

En la entrevista póstuma que Nuccio Ordine le hizo a George Steiner y se publicó en la prensa internacional el miércoles 5 de febrero de 2020, el gran humanista confiesa, literalmente: "No he entendido el movimiento contra la razón, el gran irracionalismo de la deconstrucción". Por mi parte, me atrevo asimismo a confesar que no ha llegado a caberme en la cabeza cómo puede concebirse una arquitectura deconstructiva, pues el fundamento de esa profesión y disciplina, en la que se dan la mano el rigor matemático y la inspiración creativa, es precisamente la construcción. Y mi perplejidad se agiganta cuando pienso en cuál es la fuente filosófica del concepto de Derrida. Se trata, ni más ni menos, que de la destruktion propuesta por Martin Heidegger en Ser y tiempo cuando aborda “la tarea de una destrucción de la historia de la ontología”.

Tal desasosegante sorpresa me sobrevino por el conocimiento directo de la obra de uno de los arquitectos deconstructivistas más relevantes, junto a Mark Wigley, Richard Meier, John Hejduk, Charles Gwathmey o Michael Graves: Peter Eisenman. Fue el autor de la Ciudad de la Cultura de Galicia en años en los que yo me desempeñaba como rector en Compostela. Aquella obra faraónica era como el do de pecho de una concepción que distorsiona y altera profundamente principios básicos relacionados con la estructura y la imagen externa de los edificios, que ahora se vuelve extrañamente impredecible o incluso caótica por la aplicación sorprendente de una geometría no euclidiana.

Los primeros efectos de la llamada "French Theory" de Foucault, Derrida y Deleuze se hicieron notar en los Departamentos estadounidenses de Humanidades y muy pronto en los de Ciencias Sociales. Pero no fueron sido inmunes a estos virus otras facultades. Dos científicos europeos, Alan Sokal y Jean Bricmont denunciaron enseguida las imposturas intelectuales que estaban contaminando incluso el campo de la física, que era el suyo. Y un destacado arquitecto español, Alejandro Zaera-Polo, hará lo propio en 2022 a partir de su experiencia como director de la Escuela de Arquitectura de Princeton detallada en su libro La universidad de la posverdad. El mundo académico en la era de la cancelación, el pensamiento “woke” y las políticas identitarias (Editorial Deusto).

Un atropello

La desconcertante irrupción de una arquitectura "deconstructiva" tuvo su cuna precisamente en Princeton, universidad que retiró el nombre de Woodrow Wilson a la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales como represalia contra el que dejó de ser presidente de los Estados Unidos en 1921 porque sus antepasados virginianos habían tenido esclavos. El rector Christopher Eisgruber justificó la decisión porque Princeton tenía que borrar el baldón de ser "sistémicamente racista", motivo por el que poco después se abandonaron los estudios clásicos por serlo asimismo, amén de machistas y colonialistas. En The New Yorker, Mary Norris criticó en particular que los responsables de tal atropello adujeran que los antiguos griegos eran varones blancos cuyo pensamiento no era representativo de las vivencias e identidades de las personas de color.

Pues bien, en este prestigioso centro de la Ivy League, la Escuela de Arquitectura, como también en Yale, está adscrita al área de humanidades, por influencia de la tradición novecentista de la École des Beaux Arts de París. Precisamente por esta circunstancia, el Posmodernismo y la Deconstrucción calaron con tanta intensidad en la escuela que Zaera-Polo pasó a dirigir, con el propósito de erradicar esa "inercia beauxartiana y culturalista" dándole un giro científico y técnico.

La necesidad de introducir ese cambio era urgente por los sesgos posmodernos y la inmersión total en las "políticas de identidad" que allí predominaban. Zaera-Polo descubrió que Princeton estaba acabando con lo que hasta entonces había sido el objetivo principal perseguido por todas las universidades, la búsqueda de una "verdad última y universal, transferible por encima de sexos, etnias y culturas".

El muro del espacio seguro

Por el contrario, se topó allí con unos académicos inhabilitados para ello por su desconfianza en la idea misma de Verdad y su desdén hacia las evidencias. En su legítimo intento de corregir la deriva posmoderna y deconstruccionista de la escuela, Zaera-Polo chocó con otro muro, cual es el de la concepción de la universidad como "safe space", como espacio seguro. El problema surgió a raíz de una controversia con la decana Mónica Ponce de León motivada por el sistema de evaluación de las tesis doctorales. En la escuela de arquitectura se practicaba a este respecto un método "conversacionista", según el cual la supuesta investigación acientífica presentada por el doctorando no pretendía llegar a ninguna conclusión, sino provocar, en una clave relativista y diletante, un diálogo retórico con la comisión enjuiciadora.

La defensa de sus argumentos le granjeó, sin embargo, por parte de las autoridades y de sus propios colegas un tratamiento generalizado tendente a esa forma de "muerte civil" que ha dado en denominarse "cancelación", una condena sin juicio y sin ley aplicable, que, en su caso, además, contaba con dos circunstancias agravantes, las de que su oponente —que lo acusó además de infligirle "daños emocionales"— pertenecía a dos grupos identitarios protegidos: el de las mujeres y el de los latinos. El proceso no formal pero muy efectivo contra el denunciado concluyó con la rescisión de su contrato.

Precisamente en la actitud de los demás miembros del claustro advierte Zaera-Polo otra expresión de la "banalidad del mal" descrita por Hannah Arendt, porque estaban instalados ya "en el limbo moral posmoderno de la posverdad, más allá del bien y del mal, donde prevalece 'el sentimiento' y todo es 'interpretación'". Y con su inhibición culpable, y medrosa, asumían una ley del silencio indigna de su condición profesoral.