REPORTAJE

La imposible soledad de estar cerca de Álvaro Mutis y García Márquez

Gonzalo García Barcha, hijo del premio Nobel, recoge los más emocionantes poemas del mejor amigo de su padre en un libro delicadísimo nacido de una admiración cuyo límite es la eternidad

Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, fotografiados en Guadalajara (México) en 2007

Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, fotografiados en Guadalajara (México) en 2007 / David de la Paz

Juan Cruz

Juan Cruz

Quien toca este libro toca a dos familias, o por lo menos a los dos padres de estas familias que formaron Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez. Ambos colombianos, Mutis hubiera cumplido ahora los cien años y el autor de Cien años de soledad los cumplirá en 2026. Ellos dos, sus respectivas mujeres -Carmen Miracle y Mercedes Barcha-, sus hijos, vivieron a un palmo de cada casa, de modo que Álvaro fue para los hijos de Gabo, Rodrigo y Gonzalo, como un instructor de la vida y, sobre todo, el descubrir de la risa.

En esa casa de la calle Fuego, donde habitaban los Gabo, se escucharon muy pronto las carcajadas de Mutis, que eran como una luz a cualquier hora del día o de la noche en que se producían sus visitas. Era, recuerda Gonzalo en un libro delicadísimo (Nocturna, Álvaro Mutis, Libros del Kultrum), “como el rugido de un tigre” que los ponía a todos en vilo, a los mayores también, porque le gritaban al compadre: “¡Álvaro, no asuste a los niños!”.

De aquellos niños fue Gonzalo el que se hizo más a la mano del poeta cuyo centenario se celebra, entre otras delicadezas que merecen su espíritu, su poesía, su prosa y su amistad, con este libro nacido de una admiración cuyo límite es, tan solo, la eternidad. El libro tiene 67 páginas (curioso, como el año en que apareció la obra mítica de Gabo), y se abre con algo así como un desgarro tenue, bellísimo, del corazón de Gonzalo, narrador como su padre (y como su hermano, que también es cineasta, y como Mutis)... Un narrador de una delicadeza que parece una caricia retrospectiva, un enorme abrazo de este joven al que fue el amigo que le ayudó a ser hombre y a reírse.

Ese prólogo en el que Gonzalo cuenta de sus andanzas con aquel joven Mutis que le impuso a Gabo leer a Juan Rulfo para que se enterara de lo que de veras era la literatura es un regalo para hoy, para quienes aún no han visitado los textos del creador de Maqroll y de otras obras por las que mereció admiración y el premio Cervantes.

Encuentros poéticos

El paseo previo a los poemas nos lleva a asistir a los encuentros poéticos de los adultos (Gabo, Álvaro), que declamaban poemas del Siglo de Oro, o de Federico García Lorca y de Pablo Neruda, ante unos chicos atónitos que, como Gonzalo, ya trataban de saber qué demonios, por ejemplo, significaba spleen, una palabra que había leído en Baudelaire, para saber finalmente que era como decir malestar, que suena a menos grave, o como escribir saudade, la de Pessoa, esa especie de “melancolía universal”, en definitiva.

Gonzalo García Barcha es un narrador de una delicadeza que parece una caricia retrospectiva

Es amor y prólogo este texto que precede a los Nocturnos que rescata Gonzalo para expresar con memoria su gratitud a quien lo llevaría, además, a viajes que fueron decisivos para educar su pasión literaria y su futuro. Esa apelación a la melancolía, spleen o saudade es la que explicaba, por ejemplo, que en su grabadora girara “sin cesar” la Lady Midnight de Leonard Cohen cuando ya había llegado a él la inspiración explicada por Mutis.

El escritor colombiano Álvaro Mutis

El escritor colombiano Álvaro Mutis / EPE

Entonces, cuenta Gonzalo, descubrió que aquel hombre era poeta, y no sólo era distribuidor de series de cine además de ser el mejor amigo de sus padres. También supo por entonces que Mutis tenía “un racimo de hijos: Santiago, María, Cristina, Jorge Manuel y María Teresa”. Y era tantas cosas Mutis. El escritor también colombiano Juan Esteban Cosain subrayó la personalidad de este poeta que ya fue amigo para siempre de Gonzalo García Barcha: “Su idea de la desesperanza [era] como la forma más alta de la lucidez y la belleza”.

Con ese carácter y esa alegría fue el amigo que finalmente hizo que los Gabo (todos ellos, para ese entonces) se quedaran a vivir en México, donde ya han muerto sus padres, despedidos, por cierto, en un libro literalmente memorable del hijo mayor, Rodrigo García Barcha, el cineasta.

Este Gonzalo que ahora subraya los versos de su maestro estudió por entonces música y artes visuales en París, y en todas partes estuvo dispuesto para ser, además, como grumete de un barco llamado Álvaro Mutis. Iba a librerías, al Museo del Ejército, aprendió de Napoleón y de Gorki, y de Machado de Asís, que le devolvió a “la lucidez de los trópicos”.

Un libro que es un abrazo

No es tan solo un libro, es un abrazo al viejo lobo que le lanzaba gritos a la cama de la niñez, desde una madurez que ahora comparte con aquel joven amigo que ha puesto en orden poemas curiosamente marcados por la nostalgia y las tinieblas. Gonzalo tiene ahora 59 años. Habla desde su casa mexicana, recordando a Mutis, como si se partiera en dos su edad y volviera a ser el que lo escuchaba reír en los viajes. A través del zoom que nos conectó con su casa de México le propusimos a Gonzalo que glosara algunos de esos poemas elegidos por él para hacer del nocturno un modo de entenderlo.

Mutis fue realmente un amigo, no sólo era un amigo de los padres. Fui su editor, su escolta en un par de viajes que hacía él a Europa

Gonzalo García Barcha

— Escritor

Aquel Mutis que él conoció fue una influencia muy grande en su persona, “fue realmente un amigo, no sólo era un amigo de los padres. Fui su editor, su escolta en un par de viajes que hacía él a Europa… En su conversación rara vez sus temas eran la literatura, la poesía, la pintura o la música… Eran, sobre todo la comida, el trago, y en ello era un gran compinche”.

Era un hombre de gran alegría, “tenía una manera de sentir que eras su mejor amigo, de modo que pasé a ser también el que leía los libros que él recomendaba o los cuadros que miraba o la poesía que hacía gozar a su entorno”. Era raro que hablara de su propia poesía, y en cuanto a la de los otros decía que primero había que buscarla y encontrarla en la vida. “No fue ya, en algún momento, el amigo de tus padres sino un amigo propio, una mente que al fin es la que verdaderamente inspira la selección de este libro”. Iba a la vanguardia de todo, y eso es lo que explica esa antigua anécdota cuando arroja a la cama de su amigo Gabo el Pedro Páramo de Rulfo para que se vaya enterando de lo que era escribir una novela.

El lugar de la poesía

¿Y aquel rugido del tigre, que decían sus padres que despertaba a los niños? “Todavía resuena en mi cabeza… Viajamos con las familias de unos y de otros por Medio Oriente, Gabo dejaba que él hablara, que explicara su implacable juicio sobre los libros, sobre la vida, nos llevaba a bañarnos en los baños de Chapultepec, cerca de su oficina, de modo que no hacía falta que te propusiera la lectura de poemas: simplemente te señalaba dónde estaba la poesía”. Pasaba con él, pasaba con el padre, sucedía siempre con Mutis. En Barcelona, por ejemplo, era habitual que irrumpieran sus voces en medio de almuerzos a los que se sumaban contertulios rectificándoles estos o aquellos versos mal dichos.

Carmen Balcells, la agente de ambos, les daba libros a los chicos, de modo que para ellos ya Barcelona pasó a ser “Barcelona de los libros”, del mismo modo que la casa que habitaron los Gabo en la calle Caponata fue, como la que sería casa de Fuego, en el Distrito Federal, el lugar de la risa o de la poesía. Sentado en el suelo raso, descalzo, con sus hijos, el autor de Cien años de soledad recibía a los visitantes, que llegaban precedidos de una enorme carcajada grabada que parecía sacada de las cuerdas vocales de Mutis.

Carmen Balcells, la agente de ambos, les daba libros a los chicos, de modo que para ellos ya Barcelona pasó a ser “Barcelona de los libros”

Amigo de la niñez, compañero de la vida. ¿Qué impacto tuvo para usted?, le preguntamos, ¿la relación adulta con el poeta? “No sé si es correcto decirlo, pero fuimos muy amigos de tragos, pero eso es algo que se puede decir de la relación que se tiene con cualquiera, en cualquier sitio del mundo. Lo importante era la conversación, sentarse uno al frente del otro. Entonces puedes viajar muy lejos, explorar adentro de ti mismo, y al tiempo reírte hasta el infinito. En esa clase de conversación, la que teníamos, lo importante no es la cultura, sino la posibilidad de identificar en lo cotidiano la poesía y la belleza, hallar en todo lo que fuera literatura la vida, el placer y el horror de la condición humana”.

La experiencia de leer

Hablaban saliendo de los museos, pero la pintura no era el único asunto entonces, ni siquiera su buena relación con tantos artistas, sino la consecuencia que tenían para él esas experiencias de leer o de mirar. “Te enseñaba a escuchar… Cuando yo ya era mayor decidió hablar conmigo del Quijote, y me instó a que empezara por el discurso de las letras y las armas, porque no era imprescindible que me atuviera a la cronología… Para él el único cuerdo en ese libro universal era precisamente el Quijote. Y te dejaba en el aire, ya no te explicaba más…”.

Mutis te enseñaba a escuchar… Cuando yo ya era mayor decidió hablar conmigo del Quijote

Gonzalo García Barcha

— Escritor

Gonzalo García Barcha llevaba años queriendo juntar estos Nocturnos. Mutis recurrió a esos versos desde joven, y aquí hay otros de su madurez. “Él los leía, yo los escuchaba, y al fin los reuní según me pareció, a mi gusto… Lo que pasa es que cuando empiezas a los tres años escuchando carcajadas en la noche y acabas, cuarenta años después, escuchándolo a él recitar estos poemas, terminas sintiendo cómo darle sentido a todo lo que te da miedo. Ese es uno de los bálsamos que te proporciona la poesía”.

En muchos de esos poemas, los que ha elegido Gonzalo, están el desamparo y la tiniebla, el desasosiego del alma, “los ingratos hombres y el olvido”, lo que “se desvanece y muere”, lo cotidiano misterioso y versos como este en el que aparece con Carmen, su mujer, y con la niebla: “Aquí, ahora, con Carmen a mi lado,/ mientras el viento nocturno/ barre las losas que pisaron monarcas y mendigos/”, o, para acabar en esta otra crónica de quebrantos: “Sí, todo está en orden,/ todo lo que ha estado/ siempre en el quebrantado y terco/ corazón de los hombres”.

Es un libro que devuelve al muchacho que fue Gonzalo la pasión poética que le inspiró su mejor amigo adulto. “Una luz en la oscuridad total que visita todo lo vivido, todo lo olvidado, todo lo escondido en nuestro pobre sueño, tan breve en el tiempo que casi no nos pertenece”.

En un rincón del libro, en el prólogo, este que fue muchacho sigue escuchando una melodía susurrada por Leonard Cohen que a la vez tiene el sonido de la risa, y de la pasión, que le regaló su amigo Álvaro Mutis.

'Nocturna'

Álvaro Mutis

Edición a cargo de Gonzalo García Barcha

Libros del Kultrum

80 páginas

12 euros