Opinión | GARABATOS

Autobiografía con objetos

Saber que recordamos mal no nos exime del deseo de recordar bien, ni de la ilusión de haber acertado un recuerdo, como quien gana un juego de azar

Fernanda García Lao

Fernanda García Lao / EPE

"Durante mucho tiempo insistí en que había presenciado la escena de mi nacimiento", dice Koo-chan al comienzo de Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima: "Cuando me ponía a contarla, los mayores se burlaban de mí". Un par de párrafos más adelante, después de reseñar la incredulidad de los adultos, apoya su relato en el recuerdo de "un balde de aspecto refrescante, hecho de madera, flamante y nuevo" en el que habría recibido el primer baño de su vida. La novela entera nace de ese primer desacuerdo radical con los demás, con el mundo.

Esa misma rebeldía hermosa y necesaria late en cada página de Autobiografía con objetos, el libro de Fernanda García Lao, publicado hace unos meses por la editorial Kriller 71. Ya sabemos que no existen los recuerdos puros: los inventamos, los modificamos, los alteramos para legitimar la felicidad o la angustia o la perplejidad presentes. Pero saber que recordamos mal no nos exime del deseo de recordar bien, ni de la ilusión de haber acertado un recuerdo, como quien se vuelve millonario en un juego de azar. Así, las imágenes preciosas que inundan este libro provienen de un deseo de objetividad que paradójicamente genera apego cómplice y ternura rotunda.

García Lao inventa sus recuerdos puros, que son falsos o todo lo verdaderos que los recuerdos pueden llegar a ser. Exhibidos en un museo personalísimo o arrumbados en una bodega, a la espera de un ataque de melancolía, los objetos producen a la criatura, que décadas más tarde los vivifica para aferrarse a ellos con vacilante felicidad y orgullo. Un moisés ("sensación de rama y sabanita"), una sillita reposera de tela blanda ("cierto olor a baba, a tierra seca de patio") o un andador ("puntas de pie coinciden con el suelo sin tocarlo"), funcionan, aquí, como el balde donde bañaron al personaje de Mishima. 

Avanzar a tientas

"La infancia no viaja, se hace vieja, atrás", dice una voz que avanza a tientas por su propia biografía, sin contentarse con el puro valor referencial de su ejercicio. Sus recuerdos se vuelven, por lo tanto, nuestros. Sus objetos despiertan en nosotros el recuerdo de los objetos propios que generarían un libro similar. La infancia es siempre una ficción, un cuento que nos contamos a nosotros mismos, y una dictadura de los padres, de los adultos. 

La amnesia infantil de pronto lo borra todo y, a la altura de la adultez, nuestros primeros recuerdos se remontan a los tres o cuatro años de vida y son más bien sensaciones que luego elaboramos narrativamente. Si el mal de Funes nos condenara a recordar cada vez que nuestros padres nos cambiaron los pañales o nos salvaron de la muerte, sería difícil matar al padre: cualquier asomo de rebeldía o de ingratitud se vería neutralizado. Y si no nos cuidaron bien y estuviéramos en condiciones de recordarlo, de probarlo, matar al padre sería demasiado fácil y por lo tanto insustancial.

Al avanzar en la lectura de Autobiografía con objetos, sobreviene la certeza de que este es un libro más encontrado que buscado: un proyecto que estaba allí, agazapado, en perpetuo estado de inminencia, y de pronto se volvió visible o urgente y hubo que escribirlo en una semana de maravillosa locura o a lo largo de años recolectando notas. Para García Lao hablar de sí misma es hablar en plural. O más bien: para hablar en plural debe dirigirse, a zancadas valientes, hacia el interior. No le interesa contarnos su historia deteniéndose en los giros inesperados de su pequeña o grandiosa odisea. Su humildad equivale a la ambición máxima de entregarnos unas imágenes a la vez falsas y verdaderas. Quiero decir: no bajar nunca la cabeza ante el misterio.