Opinión | DAME UNA NOCHE
Libros para no leer todavía
Un libro no leído nunca está muerto del todo. Tiene cierto sentido del movimiento, aun cerrado. La llegada de títulos nuevos lo somete a desplazamiento
Es difícil hacerse una idea real de la cantidad de libros que se adquieren y no se leen. Al menos no enseguida, ni siquiera en los siguientes meses, ni en los años venideros. Digamos que es una cifra que nunca para de crecer. Afecta por igual a los libros malos que a los buenos, y, por supuesto, tanto a las bibliotecas que cada uno cultiva en su casa como a las públicas.
En la de mi ciudad, hace un par de años, organizaron una campaña para que los usuarios nos llevásemos algunos de los muchos títulos que nunca nadie toma en préstamo. Están ahí, en el catálogo, como ataúdes a la intemperie. Son miles los libros que no tuvieron una sola oportunidad de salir del edificio, ver mundo, o por lo menos ver apartamentos, sofás, plazas, parques, manos. Se trata de libros que viven huérfanos, sin horizonte. Recuerdo, con motivo de esa campaña, haberme llevado a casa una novela cuyo autor no me sonaba de nada, y cuya lectura, al final, me pareció poco interesante. Acabé de leerla por el simple afecto, por reparar un pequeño drama, porque, a su manera, un libro sin un solo lector desnuda una historia tristísima.
Nadie se lee inmediatamente todos los libros que compra. Algunos se compran por si acaso, y para el futuro, confiando en que habrá para ellos una oportunidad perfecta. En ocasiones, ese momento se va posponiendo, no acaba de llegar nunca. Pero la esperanza siempre está ahí. Es esencial comprar libros que no vayan a ser leídos rápidamente, defendía Roberto Calasso. Cuando transcurran uno o dos años, o cinco, diez, veinte, treinta, cuarenta años, "llegará el momento en que se sentirá la necesidad de leer precisamente ese libro", sostenía el editor y escritor italiano en Cómo ordenar una biblioteca. Desprende un enorme encanto, en su criterio, el encuentro de un libro de cuya necesidad no teníamos conciencia hasta un instante antes. "El gesto decisivo es el de haber comprado algo, un día, pensando en que su uso era solo hipotético", aseguraba.
Nos gusta pensar que el futuro siempre llega, y llega bien, y que en él todas las obras no leídas tendrán su día de gloria. El sentido de la vida del libro incluye permanecer cerrado la mayor parte del tiempo. El sueño dorado se cumple cuando, al fin, es abierto al menos una vez y leído. Supongo que es hermoso, como escritor, pensar que tu libro sale de la librería, y nada más llegar a casa, su dueño lo devora en unos pocos rounds. Qué menos que tener esa ambición, ¿no? Pero tal vez sea más hermoso aún pensar en que un lector compra tu novela, se va a casa y la deposita en una mesa, quizá sobre una pila de más libros.
Primero debe acabar el que está leyendo, y aún después, seguramente, otro al que le tiene muchísimas ganas desde hace tiempo. Una semana después, sin embargo, sobre tu libro se depositan otros. Y pasan los meses. Pasan como si nada, de modo que cuando te das cuenta transcurrieron diecinueve años y seis semanas, y por fin ese día el lector saca tu novela de la estantería y la lee con inesperado apetito. ¿No es maravilloso contemplar a alguien sometiéndose a semejante paciencia?
Un libro no leído nunca está muerto del todo. Para empezar, tiene cierto sentido del movimiento, aun cerrado. La llegada de libros nuevos, o la lectura de algunos viejos, lo somete a desplazamiento. A veces salta de estantería. No se lee todavía, pero no por ello vive anclado. Va de un lugar a otro, aguardando su gran día. No conviene subestimarlo. Su única relación con la inexistencia es que está depositado en algo que se podría llamar Pasillo de la muerte, donde parece que nadie los ve. Pero todo libro representa una modalidad de milagro en suspensión, así que, en cualquier momento, puede ser leído y amado.
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