REPORTAJE

Los hijos de Carrère y Delphine de Vigan

Las novelas 'autogeneradoras' resultan atrayentes porque el narrador se desnuda ante sus lectores, conocemos sus inquietudes, sus miedos, qué le impulsa a escoger un relato en concreto

El escritor francés Emmanuel Carrère

El escritor francés Emmanuel Carrère / EFE

Marta Marne

Si existiese un ranking de preguntas lanzadas a los novelistas en las presentaciones de libros, charlas o firmas, estoy segura que una de las que estaría en cabeza sería la de "¿cuánto hay de ti en este libro?". Todos creemos —o queremos ver— a los escritores detrás de lo que cuentan. Les identificamos con sus personajes y sus vivencias, y siempre sospechamos que ese capítulo en el que lloran, aman u odian de forma apasionada lo han vivido en primera persona. Pero no debemos olvidar que la etiqueta bajo la que se engloban estas historias es la de novela. Es decir, la de ficción. 

Tal vez por esto las novelas autogeneradoras —aquellas en las que el autor además de contarnos una historia nos cuenta su proceso de escritura— resultan tan atrayentes. El narrador se desnuda ante su audiencia. Conocemos sus inquietudes, sus miedos, qué le impulsa a escoger un relato en concreto. Pero hay un aspecto que nos queda oculto entre las líneas de sus textos: por qué han escogido hacerlo de esa forma y no de otra; qué les ha llevado a hacer público su proceso creativo. ¿Surge de manera voluntaria o, de algún modo, es el texto el que les impulsa a tener que narrar así? Hemos escuchado centenares de veces afirmaciones como que "el personaje cogió las riendas" o que "creció tanto que tuve que darle más protagonismo". ¿Pero puede la propia narrativa, el estilo, la voz, sentarse al volante y tomar decisiones que ni el propio escritor comprende? 

Estandartes

Si tuviésemos que seleccionar dos estandartes de este tipo de obras podrían ser El adversario de Emmanuel Carrère y Nada se opone a la noche de Delphine de Vigan. En la primera, Carrère indaga sobre un crimen real y reflexiona acerca de cómo enfrentarse a la escritura de estos hechos. En la segunda, de Vigan recapacita sobre la vida de su madre tras su fallecimiento en extrañas circunstancias. En nuestro país tenemos varios ejemplos más y hemos querido que algunos de sus autores nos cuenten qué les llevó a escoger esta forma de narrar y no otra. 

Miguel Ángel Hernández en El dolor de los demás (Anagrama, 2018) nos cuenta cómo su mejor amigo asesinó a su propia hermana la Nochebuena de 1995 y después se quitó la vida. La narración se estructura con dos voces: una en segunda persona y en presente que relata lo ocurrido aquella noche, y otra primera que asumimos como inherente al narrador. "Desde el principio planeé la novela con esas dos voces. La parte de la investigación es casi un diario del proceso de escritura y de asunción del pasado. Y la reflexión sobre la propia escritura trata de responder, también desde el principio, a la pregunta: ¿cómo contar esa historia que te toca tan directamente? ¿Cuáles son las herramientas que tiene alguien que es escritor, pero también sujeto de la escritura, para compartir esos hechos y esas reflexiones?".

 Katixa Agirre tuvo claro desde el principio que esa era la forma en la que quería contar Las madres no (publicada en euskera como Amek ez dute en 2018 por Elkar, y en castellano por Tránsito en 2019). "Siempre supe que sería así, porque precisamente uno de los objetivos del libro era pensar en el proceso creativo, en todas las decisiones que tomamos mientras escribimos y en cuestionar si realmente son decisiones racionales y conscientes. El capítulo final es donde se trata explícitamente este tema, llegando a comparar el impulso por escribir con el impulso de ser madres". 

Tanto fue así que afirma que el proceso creativo fue "sin duda de mapa, con mucha terra incógnita de por medio". Determinados temas como la maternidad y la alteración de identidad que esta implica eran algunas de las "ideas básicas, pensamientos, imágenes que sabía que estarían, y que voy dosificando al gusto, pero después la ficción tiene su propia fuerza que te lleva a lugares insospechados". 

En esta novela, nos cuenta cómo una narradora anónima a punto de dar a luz siente una revelación en el parto: la mujer que ha matado a sus gemelos, la protagonista de esa noticia que ha sido cabecera de los periódicos en los últimos días, es conocida suya. La curiosidad y el deseo de saber la llevan a cogerse una excedencia para investigar y escribir en pleno apogeo de la crianza.

Primera persona

Miguel Ángel Oeste en Vengo de ese miedo (Tusquets, 2022) no lo tuvo tan claro. "Empecé a escribir el libro en tercera persona, pero cuando llevaba cincuenta páginas las leí y me resultaron impostadas. Así que opté por narrar la novela en una primera persona descarnada y desnuda, ir al hueso, y dejar cualquier retórica bonita en el fondo. Fue cuando empecé a escribir en primera cuando tuve claro esa dualidad de la estructura, esa idea de crear una novela en marcha escrita al compás del tiempo. De hecho, en la primera versión o primeras versiones la parte de la escritura y sus reflexiones era mucho mayor, ocupaba más espacio".

Lo que te persigue (AdN, 2021) de Óscar Montoya tiene una estructura y una forma de estar contada muy lejos de lo habitual. Tenemos dos historias. La de Israel, que acaba de descubrir que su madre está enferma, narrada en segunda persona. Y la de Teresa, protagonista de la novela que Israel está escribiendo, relatada en tercera. "La idea surgió del intento de prescindir del monólogo interior que suele predominar en este tipo de literatura del yo; y de abordar el duelo desde una perspectiva dinámica, sugerente y divertida, algo que en principio podría parecer incompatible". 

En esta obra hay saltos constantes y sentimos cómo Israel vive como real la historia de Teresa. "Los saltos constantes y muchas veces precipitados de una historia a otra, de un tiempo a otro, son un intento de reflejar la volatilidad del pensamiento y la dificultad que todos tenemos para controlarlo. Por otro lado, Israel, al incorporar la historia de Teresa a su cotidianidad, es como si quisiera transformarla en real; y la enfermedad terminal de su madre, en ficción, en lo que no existe".

Todas estas historias tienen un trasfondo de realidad, surgen de las propias vivencias. Hernández vivió el suicidio de su mejor amigo, Agirre los cambios que la maternidad implica a nivel individual y social, Oeste una infancia sometida al maltrato y a una familia desestructurada, y Montoya la enfermedad de su madre. Pero, ¿sería posible ficcionar una historia así? ¿Es necesario haberlo vivido para ser capaz de narrarlo? 

Miguel Ángel Hernández cree que no es necesario. "Si fuera así, nos perderíamos gran parte de la historia de la literatura". Pero con matices, ya que un autor "sí que debe ser capaz de ponerse en la piel de los hechos y los personajes. Eso, que es tremendamente difícil, es la clave de la ficción". Según Hernández, en ocasiones, tener recursos narrativos es más necesario que atesorar experiencias. "La clave es encontrar el modo de transmitirlo. Puedes haber sufrido en tus carnes la peor de las tragedias, pero no encontrar la manera de transmitirlo al lector. De algún modo, en la balanza de la literatura, yo me inclinaría a decir que gana la escritura a la experiencia. Al fin y al cabo, escribir es fingir".

Algo con lo que Óscar Montoya está de acuerdo. "Tú lees, por ejemplo, Mortal y rosa, de Umbral, que perdió a su niño, y no dejas de estremecerte. Pero es que luego ves La habitación del hijo, de Moretti, que no pasó por lo de Umbral, pero escribió el guión para exorcizar sus miedos, y también sales del cine destrozado. La clave reside en que "a la hora de narrarlo hay que hacerlo de la manera más artística posible, porque a esto nos dedicamos". 

Experiencias

Es frecuente que nos acerquemos a los libros por lo que cuentan pero nos quedemos por cómo lo cuentan. Oeste cree que "el libro es ante todo un artefacto estético, en el que prima la construcción y el estilo. Un estilo que debe adecuarse a la historia que se cuenta. Que esté basado en experiencias reales es algo secundario, porque esas experiencias están modificadas o dialogan desde la ficción. De otro modo no funcionaría".

Que tantos autores hayan llegado a una forma de contar similar desde puntos de partida tan dispares siempre resulta llamativo. En todas estas novelas hay una búsqueda detrás. De comprensión, de asimilación de un suceso pegado a su piel. No sabemos si consiguieron acallar las voces que les impulsaron a contar estas historias. Lo que sí sabemos que lograron fue crear belleza a través de sus textos y, tal vez, consolar a algún lector de su soledad y su dolor.