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Tristeza chilena mundial

La propuesta constitucional era un libro complejo, ambicioso y arduo, que necesitábamos no solamente leer, sino releer y comentar, y lo leímos apurados

El presidente de Chile, Gabriel Boric, con la propuesta final de la Carta Magna

El presidente de Chile, Gabriel Boric, con la propuesta final de la Carta Magna / EFE

Nuestra selección de fútbol no irá al Mundial de Qatar y por eso los chilenos andamos tristes. No es cierto, no es por eso. Y el plural me expulsa, porque en realidad mis compatriotas, el 61,86 por ciento de mis compatriotas, no están tristes sino dichosos, pero yo pertenezco al 38,14 por ciento que el pasado domingo perdió por goleada y estoy tan decepcionado que había decidido no hablar del plebiscito constitucional ni aquí ni en ninguna parte, y concentrarme, más bien, en la obra de algún desconocido novelista polaco, o escribir sobre la palabra «palabra», o sobre cualquier cosa, qué sé yo: sobre la presunta influencia de la corriente de Humboldt en la literatura latinoamericana, por ejemplo.

Cuánto me gustaría que esta tristeza que siento y que casi me lleva a escribir, una vez más, sobre la personalidad de los gatos o sobre mi amor por Natalia Ginzburg fuera solamente tristeza futbolística, porque esa dura un par de horas, a lo sumo una semana, al menos en mi caso. La tristeza política es más dolorosa, desconcertante y crucial. Íbamos a aprobar una Constitución que no solamente terminaría, de una vez por todas, con la Constitución de Pinochet, pero incluso más importante que eso era el texto mismo, que nos encaminaba a una tan tardía como necesaria reconciliación, y que enfatizaba, por fin, un vínculo responsable y armónico con la naturaleza.

Siete chilenas y 77 chilenos escribieron ese libro de 162 páginas que debíamos leer en un plazo de dos meses, lo que en principio parecía tiempo suficiente. Y quizás lo fue. Es difícil no preguntarse cuántas personas de verdad lo leyeron y es tentador suponer que fueron pocas y explicarlo todo a partir de ese dato escurridizo, pero sería una explicación acomodaticia y tramposa. Es verdad que la propuesta constitucional era un libro complejo, ambicioso y por momentos arduo, que necesitábamos no solamente leer, sino releer y comentar, y lo leímos, en cambio, apurados, a última hora, como en el colegio, calentando un examen.

"Una parte de mí, un vasto porcentaje, piensa que no volveremos a tener una oportunidad como la que acabamos de desperdiciar"

También es cierto que algunos se empeñaron en que no lo leyéramos o que intentaron leerlo por nosotros y nos contaban el libro mal, o creían, tal vez de buena fe, que nos lo contaban bien, pero es que nadie lee el mismo libro. En el debate público nunca prevaleció la discusión del texto y se difundieron centenares de noticias falsas, pero, de nuevo, explicarlo todo desde ahí se parece demasiado a echarle la culpa al empedrado o al árbitro o al VAR.

Yo prefiero pensar que sí leímos el libro, cada cual a su manera; me quedo con la imagen de esa lectura colectiva, algo que acaso no sucedía justamente desde el colegio. No está claro si esta vez fuimos los profesores o los estudiantes, si reprobamos o fuimos reprobados. Y tampoco está claro si fuimos los autores o los lectores. Quizás Chile se comportó como un feroz e indolente crítico literario que hizo pedazos el poemario en que trabajamos con tanto esmero y sacrificio y estamos dolidos y no nos queda más que pensar que ese crítico literario es un imbécil. Podemos consolarnos creyéndonos incomprendidos artistas de vanguardia, pero quedarnos con con esa versión de la historia vuelve aun más improbable que en algún momento empecemos, por fin, a recorrer la enorme distancia que nos separa.

Nos dejaron elegir a los autores de ese libro, que fue escrito en tiempo récord y que a una aplastante mayoría de los chilenos les pareció horroroso. Pero nos dejaron elegir, nos pidieron la opinión, a todos. No hay que agradecerlo, siempre debieron pedirnos la opinión. Ahora sucedió, y de ahora en adelante debe seguir siendo así, ese es el mínimo. Una parte de mí, un vasto porcentaje, piensa que no volveremos a tener una oportunidad como la que acabamos de desperdiciar. El resto, un porcentaje escaso pero existente, piensa que tal vez no falta tanto para el próximo Mundial.