Históricamente, la suma de las papeletas de PNV, Eusko Alkartasuna y las distintas marcas de la izquierda abertzale (Herri Batasuna, Euskal Herritarrok, EHAK, Aralar y EH Bildu) se ha mantenido estable en las elecciones autonómicas, alrededor del 55%. El punto de inflexión se produjo en 2009, cuando más de 100.000 electores optaron por el voto nulo tras la ilegalización de Batasuna y eso hizo retroceder la suma de voto nacionalista hasta el 47,7%, facilitando la única legislatura hasta ahora sin el PNV en la Lehendakaritza. En 2012, ya sin violencia, este porcentaje creció 11 puntos, y volvió a dar un salto de ocho puntos en 2020, con ETA ya disuelta, hasta alcanzar el techo que podría romperse el 21-A.
La clave es sencilla. Ya sin el lastre de haber sido el brazo político de ETA, la izquierda abertzale ha ampliado su electorado a medida que ha modulado el objetivo político de la independencia, que a su vez ha perdido fuerza en paralelo a la caída del apoyo social que reflejan los tres principales estudios de opinión de Euskadi: el Sociómetro del Gobierno Vasco (desde 1998), el Deustobarómetro de la Universidad de Deusto (desde 2013) y el Euskobarómetro de la Universidad del País Vasco (de 1977 a 2019). Según el más reciente, la oleada de marzo de la encuesta trimestral del Ejecutivo autonómico, el 22% de los vascos están de acuerdo con la independencia, el 37% está en desacuerdo y el 33% estaría o no de acuerdo según las circunstancias.
Más allá de esta fotografía actual, si comparamos la evolución histórica del independentismo en estas tres encuestas y la relacionamos con el contexto político, el apoyo a la secesión inició la democracia en el 24%, bajó del 20% tras la aprobación del Estatuto y fue creciendo durante los años de plomo de ETA hasta superar el 30% a finales de la década de 1980, tras los atentados más sangrientos de la banda (Hipercor, Zaragoza, Vic). Luego hubo dos puntos de inflexión: cayó al 20% tras el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 y se aupó hasta el máximo histórico (37%) en 2005, al calor del fracasado 'plan Ibarretxe', que planteaba convertir a Euskadi en un estado libre asociado a España. El 'procés' catalán hizo de nuevo repuntar al independentismo vasco hasta el 30% en 2014, pero desde entonces ha perdido fuelle año tras año.
A la hora de comparar encuestas diferentes, hay que tener en cuenta desde el tamaño de la muestra (el Sociómetro hace unas 3.000 entrevistas y el Deustobarómetro, un millar, mientras que el Euskobarómetro hacía de 1.200 a 1.800) al tipo de pregunta. Por ejemplo, mientras el Sociómetro pregunta a los vascos si "están de acuerdo o no con la independencia" y ofrece la posibilidad de apoyarla o rechazarla "según las circunstancias", los otros dos estudios plantean al encuestado cuatro opciones de modelo de estado para Euskadi: independencia, federalismo (o más autonomía que ahora), autonomismo (o la misma autonomía que ahora) o centralismo (o sin autonomía). Esta última es la fórmula que también utiliza el Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) de la Generalitat en sus encuestas a los catalanes, que reflejan un enorme contraste con la realidad vasca.
Desde 2012, año de partida del 'procés', el porcentaje de voto a las opciones independentistas en Catalunya ha crecido o retrocedido en paralelo al apoyo social a la secesión. La diferencia que explicaría este contraste con Euskadi es evidente: mientras el PNV nunca ha abrazado abiertamente la causa independentista y solo coqueteó con ella en la etapa de Ibarretxe, Convergència empezó a virar en esta dirección en 2012 y consumó el salto ideológico en 2015, arrastrando con ello a la mayor parte de su electorado. Mientras el 77% de los votantes de Junts apuestan hoy por un estado catalán, solo el 18% del electorado del PNV quiere un estado vasco.
La primera vez que el CEO hizo esta pregunta, en 2005, con la reforma del Estatut en ciernes, tan solo el 13,6% apostaba por la secesión, la autonomía era la vía favorita con un 40,8% y la opción federal cosechaba un 31,3%. Dos décadas después, el estado independiente lo pide el 30,4% (el porcentaje más bajo desde el 'procés'), ligeramente por debajo del 31,3% de partidarios de la autonomía (el segundo dato más alto desde 2012), mientras que el federalismo se queda en el 23,2%.
Las fluctuaciones han sido una constante. El statu quo y la vía federal se disputaron la primera plaza hasta la irrupción del 'procés'. En junio del 2012, con el pacto fiscal pendiendo de un hilo y la primera Diada masiva a punto de caramelo, tuvo lugar el gran vuelco: el independentismo se impulsó del 29% al 34%, quitándole la medalla de oro al federalismo. Cuatro meses después, pasado el Onze de Setembre, el porcentaje ya era del 44,3%. El techo hasta el momento se sitúa en el 48,5% en noviembre del 2013, y desde el convulso otoño del 1-O y la DUI, la cota se queda siempre por debajo del 40%.