Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

Heredero digital

La vida cabe en un móvil, en la memoria de un disco duro o en la cadena de comunicaciones privadas que a lo largo de la existencia vamos acumulando en nuestra mensajería virtual

Heredero digital.

Heredero digital.

Nombré hace un par de años un heredero digital. O más propiamente dicho, un albacea, una persona que administre y gestione durante algún tiempo mis redes sociales para anunciarle a mis amistades y conocidos que he dejado esta vida. Espero que sea dentro de mucho, pero nunca se sabe. No es miedo a la muerte. Ni siquiera ansiedad por la posibilidad de que ocurra en cualquier momento. Es simple prevención. Que alguien lo anuncie, bendito sea, no vaya a caer yo en el olvido ante viejos conocidos, en una de esas conversaciones de pasillo de dentro de unos años del estilo "oye, ¿qué ha sido de aquél?". De paso, me ahorro la esquela.

Mi heredero digital —albacea lo llaman las plataformas que disponen de este servicio— es uno de mis mejores amigos y le he pasado las claves de mis redes sociales. Cuando lo estime oportuno le pasaré también el patrón de desbloqueo del teléfono para que tras las décimas de segundo que empleará en trazar el dibujo sobre la pantalla del móvil, abra la aplicación de mensajería y envíe la noticia a mis contactos y , de paso, mi vida se le abra en canal después de muerto y le revele todos mis secretos.

Verá mis fotos, mis vídeos, mis conversaciones de wasap, algunas sobre él, probablemente, hechas a sus espaldas, sin su conocimiento, nada ofensivo porque somos amigos, pero no resistirá la tentación de buscar su nombre en mis conversaciones, que dejaré abiertas­, no fuera qué.

Y entonces sí, mi albacea lo sabrá todo de mí, quizá muchos aspectos de mi vida que desconozca, cosas que no sepa, quizá asuntos míos que jamás imaginó. Acaso descubra en mí a un amigo que en realidad nunca debí haber sido. Bien podría lamentar no haberme conocido mejor o descubra que nuestra amistad estaba basada en unos principios que nunca llegó a sospechar, distintos a los que fundamentaron nuestra relación. Al final, la vida cabe en un móvil, en la memoria de un disco duro o en la cadena de comunicaciones privadas que a lo largo de la existencia vamos acumulando en nuestra mensajería virtual.

Mi albacea digital y yo sumamos tres décadas de amistad incondicional. Es posible que cuando se adentre en el mundo privado de mi teléfono o de mi ordenador descubra a una persona distinta a la que él creía conocer. En su condición de albacea quizá le revele secretos que le debí contar, descubra amantes que nadie jamás conoció, los delitos que cometí (o no), las personas a las que amé o a las que fui infiel. Piénsenlo y prueben. Ante los ojos de ese heredero digital se abrirá toda una existencia encriptada, o al menos la historia que inventamos cuando internet violó nuestras vidas. Nuestro mundo paralelo se pondrá al descubierto, a la vista de la persona a quien hemos confiado la tarea de entrar en nuestros perfiles, en nuestro teléfono y que comunicará al mundo que ya nos hemos ido. Al mundo, digo. Qué pretencioso. En realidad a los amigos de Facebook y Twitter.

Los secretos mejor guardados de uno mismo están donde menos se espera. Cuando mi hijo comenzó a utilizar los ordenadores en casa y todavía operaba con mi sesión, mis escasos conocimientos de informática de entonces —nada sabía yo de encriptar carpetas o echarles el candado—, me llevaron al recurso corriente de nombrar los archivos con los nombres más aburridos posibles a los ojos de un niño. Así fue como a la carpeta prohibida, esa que solo vemos nosotros, la que guarda lo más íntimo, decidí ponerle un nombre que jamás representaría tentación alguna para otros usuarios. Llamé a esa carpeta Urbanismo y Plan General, un nombre tedioso, cansón y a salvo de toda curiosidad. Nunca supe si mi hijo hurgó en mis secretos informáticos, pero les puedo asegurar que ni yo mismo abriría un dossier con semejante título. Si para algo sirve un albacea digital es para constatar que podemos dejar en herencia algo infinitamente más valioso que el dinero o el patrimonio, como es el significado de los secretos y su belleza.