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Despidos, falsos autónomos y 80 céntimos al profesor: así creció Domestika, la última gran tecnológica española

Domestika es una empresa de formación online

Domestika es una empresa de formación online / Domestika

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Sobre una de las paredes de la recepción de los estudios de Domestika en Madrid —un edificio entero en el barrio de Guindalera— cuelga la fotografía que Julio Cotorruelo, CEO y cofundador, utiliza para explicar el origen humilde de la empresa.

— Con dos duros arrancamos esto—, dice. — Esa foto es del primer curso que grabamos. El plano cenital se hacía con dos palos de escoba enganchados. No teníamos ninguna pretensión.

Cotorruelo, que vive en Estados Unidos pero está pasando unos días en España, quiere huir de la imagen de gran empresario. Recalca, una y otra vez, que cuando él y sus socios empezaron Domestika no tenían "ni para pipas".

Durante años, cuenta, fueron poco más de diez en el equipo. "No teníamos ni estudios. Alquilábamos Airbnbs para grabar", añade. "Hacíamos un curso al mes. No había contenido suficiente para contratar a nadie".

Ejemplo de curso de Domestika

/ Domestika

Lejos quedan aquellos modestos comienzos. Hoy, Domestika no es solo una popular web de cursos online disponible en varios países e idiomas, sino una de las pocas empresas que puede presumir de estar en el club de los unicornios españoles: compañías de base tecnológica valoradas en más de mil millones de euros.

Hasta la fecha, solo once han alcanzado este estatus. Cabify, Glovo e Idealista son las más conocidas, pero en los últimos años han entrado también otras como Wallbox (cargadores de coches eléctricos) o Flywire (plataforma de pagos).

Domestika fue la última en incorporarse el pasado mes de enero, cuando recibió 105 millones de euros de inversión y elevó su valoración a 1.300 millones. Fue la cuarta ronda de financiación de su historia, lo que en el sector se conoce como Series D. La empresa tiene matriz en Estados Unidos y filiales en varios países. Su cuenta de resultados consolidada no es pública y el fundador tampoco da datos de facturación.

"La primera fue de diez millones en 2018. Después hemos hecho una ronda cada año, aunque no lo hemos comunicado", afirma Cotorruelo. "En 2018 éramos quince y hoy somos 700. Hemos pasado de producir un curso al mes a producir un curso al día. Lo digo para que se entienda la velocidad de la evolución de la compañía".

En abril, apenas tres meses después de recibir los cien últimos millones, Domestika despidió a decenas de empleados. 33 se unieron para demandarla por despido colectivo encubierto, como adelantó EL PERIÓDICO DE ESPAÑA.

Empresa y trabajadores llegaron a un acuerdo en el acto de conciliación antes del juicio y Domestika les pagó lo que reclamaban. Fue el primer conflicto laboral que escaló en la compañía y llegó a estar en manos de abogados, pero no el primero.

Distintos extrabajadores y colaboradores de Domestika han contactado en los últimos meses con este diario para contar sus malas experiencias con la empresa.

Los problemas se pueden resumir en tres puntos: alta rotación de empleados (despidos constantes), colaboradores con exclusividad (falsos autónomos) y cambios en las condiciones de los profesores que crean cursos en vídeo para vender en la plataforma, que empezaron cobrando una cantidad que luego bajó.

Todos los consultados, que han pedido permanecer anónimos, cuentan que cobraban por PayPal, que se queda con un pequeño porcentaje en cada transacción.

"Yo ahora cobro entre 0,3 y 0,8 euros por curso vendido", cuenta una profesora que creó un curso para Domestika en 2017. Antes generaba unos mil euros mensuales en ventas. Ahora no llega a los 150 euros. "No tengo poder de decisión sobre el precio y tampoco sobre eliminarlo", añade.

"La comunicación siempre brilló por su ausencia", dice una persona que trabajó a tiempo completo durante varios años en Domestika sin contrato de trabajo, como colaboradora. "Nos enterábamos por los despidos porque la gente ya no estaba en Slack [un chat corporativo]. Tú podías darlo todo por la empresa, que como quisieran echarte ibas fuera".

En el caso de ser 'despedido' siendo colaborador, el empleado no tenía derecho a indemnización. La empresa que pagaba a la que facturaban estos colaboradores era la matriz estadounidense, Domestika Interactiva LLC.

Entre las partes existía un acuerdo de "colaboración a tiempo completo" revisado por este periódico que recogía el salario mensual, la exclusividad (prohibición de colaborar con la competencia) y la duración de las vacaciones. La legislación española considera que existe una relación laboral y que debe haber contrato de trabajo cuando la empresa dicta la retribución y los horarios.

"Yo nunca llegué a estar contratado. Cuando me echaron porque ya no les encajaba, me quedaban doce días de vacaciones y me dieron mil euros como favor, por los servicios prestados", relata una persona que estuvo en esta situación entre 2018 y 2020. "De los ocho que éramos en el equipo deben quedar dos. Percibí que algo se estaba pudriendo mientras crecían".

Cotorruelo, uno de los emprendedores 'unicornio' patrios que menos se ha prodigado en los medios, reclama empatía —"si hacemos algo mal, que salga en primera plana, pero pedimos empatía si no hemos hecho nada mal"— y niega en una entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA haber recurrido a falsos autónomos.

"Eso no es verdad", dice seriamente antes de hacer una larga pausa. "Nosotros tenemos unos valores progresistas y de izquierdas. De 2014 a 2018 no tuvimos un duro (...) La compañía, al escalar, pedía a gente que editara un curso, o tres. Pero conceptualmente son colaboradores de libro. Íbamos escalando y en un momento dado se les sugiere que se incorporen a la plantilla. Es la evolución natural de una empresa que puede empezar a publicar más contenido".

De foro a web de cursos

Domestika no nació como 'startup' al uso, sino que durante años fue un exitoso foro de diseñadores sin ánimo de lucro. Lo montaron un grupo de amigos a comienzos de los 2000, cuando aún no existía Facebook. Por aquel entonces, Julio Cotorruelo dirigía una empresa llamada Webactiva que, entre otros trabajos, vivía de hacer webs corporativas para pymes.

"Un día, en 2004, se cayó Domestika. Estuvo varias semanas caído. Yo era un mero usuario del foro. Dijimos: ¿qué hacemos con esto? ¿Dónde lo alojamos?", cuenta. "Dijimos: vamos a hacer las cosas mejor. Creamos la sociedad, ponemos los activos... pero nunca pensamos en hacer dinero con ello".

Domestika creció exponencialmente a partir de 2018 cuando recibió financiación

/ Domestika

Durante varios años, fue el negocio de Webactiva el que sostuvo el desarrollo y gestión del foro. Algunos de los diseñadores que habían estado en los orígenes entraron a trabajar a la empresa con un pequeño porcentaje.

En 2010, de acuerdo a fuentes implicadas consultadas, Cotorruelo les compró su parte y se quedó con Domestika, que aún no generaba ingresos ni tenía modelo de negocio detrás.

Ese mismo año y por cuestiones personales, el empresario se mudó con su familia a Estados Unidos. Tras varios años allí y habiendo vendido Webactiva, en 2013 se planteó qué hacer profesionalmente. "Nuestro corazón estaba en Domestika. Llamé a la gente que había estado desde el primer día (entre ellos, Tomy Pelluz) y juntamos los cuatro duros que pudimos para dedicarnos a ello. Ahí constituimos la sociedad en Estados Unidos", dice.

"En lugar de cogerla y convertirla en otra cosa, hicimos un proceso profundo. ¿De dónde venía el amor que le teníamos? En Domestika habíamos aprendido a ser mejores profesionales. Así que creamos una plataforma nueva en la que aquellas cosas que ya sucedían de manera desestructurada pasaran a estar estructuradas", continúa.

En otras palabras: que los miembros de la comunidad pudieran crear cursos y vendérselos al resto. El primero salió en marzo de 2014.

Una fábrica de creación de contenido

Hoy, Domestika es una máquina de hacer cursos. Tiene catorce estudios de grabación en el edificio del barrio de Guindalera, además de los que tienen en las filiales extranjeras. En los pasillos, una pantalla muestra una hoja de excel con la programación diaria de cada uno. En una sala sin luz, varios editores trabajan en darle color a los vídeos, que comparten una estética en tonos pastel similar.

"Hemos pasado de producir un curso al mes a producir uno a la semana, y de ahí a uno diario", relata el fundador. El modelo de negocio es muy similar al de una editorial, reconoce David Duprez, el director creativo, presente en la entrevista. Aunque las condiciones concretas varían en función del autor, Domestika paga a estos creadores de contenido un adelanto sobre las ventas y un porcentaje por curso vendido. La producción y sus costes los asume la empresa.

Al principio, este porcentaje era del 30% y hasta del 70% si el alumno entraba directamente por el profesor. Pero en nuevos contratos, aseguran profesores consultados, el porcentaje baja hasta el 8% (en la industria editorial, el porcentaje que se lleva el autor por libro vendido es del 10% del precio). Eso significa que si un curso se vende a diez euros, el precio rebajado de muchos de los destacados en la web, el autor solo ve ochenta céntimos.

"La excusa que ponen es que están en muchos más países e idiomas que antes. Que tienes más audiencia y visibilidad, que ese dinero va para marketing, que tienen que pagar el edificio y los estudios...", relata una profesora que colabora desde hace tiempo con la empresa. "Además, hay nuevas cláusulas que te animan a ser activo de manera regular en la app y en el foro y se reservan la posibilidad de no pagarte si no participas".

Para esta profesora, el volumen de trabajo que implica hacer un curso —"son tres o cuatro meses de curro con reuniones semanales y una semana completa de rodaje"— no compensa.

"Hay muchos profesores contentos porque la plataforma es una maravilla, te da visibilidad y mola aportar conocimiento a la gente", conluye. "Pero llega un punto en que te preguntas si te merece la pena vender contenido a ese precio y encima tener que participar, porque si no lo haces igual no te pagan".

Crecimiento desmedido

A partir de 2018, con la primera ronda de inversión, la empresa experimentó un gran crecimiento. Asegura Cotorruelo que a partir de ese momento se empezó a contratar en plantilla; sin embargo, alguno de los trabajadores que ha contactado con este periódico estuvo como autónomo hasta 2020.

"La empresa creció una barbaridad. Se mudó a unas oficinas increíbles y se invirtió un dinero brutal", explica esta persona. "Pero nos enteramos que todos los de producción estaban como falsos autónomos, igual que los de programming [programación de cursos]. Nos plantamos. Y la propuesta fue entrar en plantilla bajándonos el sueldo neto. El descontento empezó a ser grande y generalizado. Y la gente que estaba un día podía no estar al siguiente en Slack".

"Cuando entré en 2019 éramos 150. Y cuando me fui, a mediados de 2020, 300", añade otro trabajador que sí tuvo contrato laboral. "Fue la época de la internacionalización y el escalado del producto. Había mucha rotación, especialmente entre los cargos más pegados a los fundadores. Se despedía a gente y otra se iba porque les hablaban mal. Yo no supe gestionarlo y cuando me di cuenta estaba de baja por ansiedad. Cuando quería meter presión, Tomy [Pelluz, presidente y cofundador] ponía gifs de Kim Jong-un en Slack, como si estuviera bromeando pero en realidad no".

Con la pandemia, la demanda de cursos online estalló. Domestika asegura que mantuvo "a todos y cada uno de los trabajadores" de los estudios en plantilla, buscándoles tareas para hacer en casa y encontrando "sinergias" con otros países.

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Al pasar lo más duro del COVID y volver la vida a la normalidad, la demanda de formación online cayó igual que antes había subido como la espuma. Los trabajadores despedidos en el primer trimestre de este año atribuyeron su marcha a este hecho, así como a la entrada de nueva financiación.

"Toda la industria edtech (educación y tecnología) se ha visto sometida a la etapa pospandemia. No hemos hecho un ERE encubierto, pero no entremos ahí. Nuestra situación es buena: los fondos antes primaban crecimiento y ahora priman rentabilidad", conluye Cotorruelo. "Hemos pasado de ser quince empleados a que cada día entren dos personas nuevas en la empresa. Mi máxima es que se entienda el contexto: el propósito es hacer las cosas lo mejor posible. Pero el caos es inevitable".