OPINIÓN

Competencia bancaria a ratos

La mayoría de las entidades españolas han evitado en estos últimos meses cualquier guerra del pasivo, pero se han lanzado a tumba abierta a una batalla cruenta por captar activo, sobre todo hipotecas

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Una oficina del Banco Santander.

Una oficina del Banco Santander. / Banco Santander

Han pasado 20 meses desde que se inició el cambio de una política monetaria expansiva y de represión financiera a otra, la actual, mucho más restrictiva y de normalización de tipos, con una voluntad clara de frenar la inflación. En la zona euro, la evolución del tipo director desde el 0% hasta el actual 4,5% se ha producido en 10 subidas, la primera registrada en julio de 2022 y la última decidida el pasado septiembre.

De forma plenamente correlacionada, los bancos que habían acusado el largo periodo de tipos bajos, nulos o negativos con resultados pobres de su negocio, han disfrutado, a partir del inicio de la subida de tipos, de unos beneficios muy positivos.

Todo ello ha coincidido con la ya realizada reestructuración de las entidades, disminuyendo estructura para bajar los costes y a través de fusiones aceleradas. La consolidación de entidades ha motivado en el dominante sector bancario español que los índices de competencia que se hayan reducido fuertemente. En 2007, las cinco principales entidades acaparaban el 40% de los activos, pero ahora ya han sobrepasado el 70%. Dicho esto, la situación competitiva en España, sin ser boyante, es mejor que en algunos países de la zona euro.

Sin embargo, más que el cálculo teórico de los indicadores que miden la competencia, puede interesarnos observar y analizar qué tipo de comportamiento competitivo se ha producido en el mercado español en estos 20 meses desde el cambio de signo monetario de los tipos de interés. Y ello tanto en el mercado de activos (fundamentalmente, préstamos) como en el de los pasivos (es decir, cuentas y depósitos).

Personalidad múltiple

Por encima de los indicadores, podríamos afirmar que la banca se ha comportado en ambos mercados como un caso del doctor Jekyll y míster Hyde o, si se quiere, como un caso psiquiátrico empresarial de trastorno de personalidad múltiple. Efectivamente, la banca en España, que ha pasado de puntillas por las subidas de tipos sin alterar (en gran medida) las mínimas remuneraciones del pasivo, en cuanto al coste del activo o tipos de los préstamos ha actuado con gran diligencia, al trasladar con rapidez las subidas de tipos a los costes de los créditos. Competitivamente, ha evitado absolutamente -con honradas excepciones localizadas y muy condicionadas- cualquier guerra del pasivo, mientras que desde el pasado diciembre se ha lanzado a tumba abierta a una batalla cruenta por captar activo, fundamentalmente hipotecas.

Ciertamente, ambos mercados han tenido una coyuntura y características muy diferentes. Para el pasivo, las circunstancias han coincidido con altas disponibilidades de liquidez en las entidades heredadas de las políticas expansivas anteriores. Sin embargo, también sucedía en otros países de la eurozona y, por el contrario, en ellos las ofertas para remunerar cuentas y depósitos han sido en la mayor parte de los países mucho más generosas y competitivas. De forma opuesta, en el mercado hipotecario, los precios ofrecidos especialmente en los dos últimos meses por los bancos españoles son de los mejores que puedan encontrarse actualmente en el área euro y dirigidos a plantear al resto de entidades un reto importante.

Comportamiento diferente

Además de a los mencionados factores que justifican parcialmente estas estrategias, ¿a qué otros podemos achacar esta especie de disonancia o bipolaridad en la banca? Un elemento poco aducido, pero creemos esencial, es el diferente comportamiento del cliente bancario cuando actúa para elegir un préstamo que implica gastos o cuando actúa como proveedor de fondos y, por tanto, a la espera de ingresos, ejerciendo como ahorrador / inversor.

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La forma de comportarse de los individuos a la hora de tomar decisiones económicas y financieras está cargada de prejuicios, déficits de cultura financiera y, además, sesgos perfectamente detectados. Por ejemplo, probablemente y para una mayoría de los usuarios, un sobrecoste X a pagar es considerado mucho más relevante que si la misma cantidad X se deja de ingresar, aunque en el fondo el resultado sea equivalente en ambos casos.

Así, las entidades se preocupan mucho más de presentar una oferta competitiva para las hipotecas, lo que es muy sensible para el cliente, que ofrecer adecuadas remuneraciones al pasivo, ya que no tenerlas no genera deserciones notables de los clientes hacia activos de inversión. No ver retribuido adecuadamente el ahorro pasa desapercibido a menudo para el usuario que no lo ingresa, por el sesgo anteriormente mencionado, por un desconocimiento generalizado entre la población de que los riesgos reales de la inversión se reducen a largo plazo y a pesar de la muy común pérdida de poder adquisitivo del dinero estancado en las cuentas.