EXCLUSIÓN ALIMENTARIA

El reto de sobrevivir sin un supermercado en tu pueblo

La falta de este tipo de establecimientos en pequeños municipios obliga a sus habitantes a coger el coche para comprar productos tan esenciales como la carne y el pescado

Varias vecinas caminan por Calles (Valencia).

Varias vecinas caminan por Calles (Valencia). / J.M.LÓPEZ

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Apenas son las diez de la mañana. El sol, inspirado en una fuerza inusitada para un viernes del mes de enero, brilla a las afueras de uno de los muchos pueblecitos que componen la geografía de la serranía valenciana, el de Calles. El río Tuejar, uno de los grandes baluartes del municipio, resuena con el rápido movimiento del agua. Al fondo, dos hombres de avanzada edad dialogan con calma. Parece la única seña de actividad humana que se detecta en metros a la redonda. Una muestra de tranquilidad. Sin embargo, a diferencia del de otras ubicaciones, este sosiego tiene una particularidad manifiesta. Porque transites de una punta a otra del pueblo, el llamativo logotipo de ese supermercado de confianza que todos tenemos no aparece.

No es un fallo de búsqueda, sino la prueba de una exclusión mucho más silenciosa que la financiera: la alimentaria. Un problema que padecen numerosos municipios a lo largo y ancho de la España vaciada, de donde el pequeño comercio huye con la despoblación y el grande no llega. Un ejemplo de ello es Calles, una población del interior de Valencia con 431 habitantes censados que resiste hoy con solo dos comercios alimentarios. Por un lado, una panadería. Por otro, una pequeña tienda con algunos productos básicos para sobrevivir. Ni mucho menos todos los necesarios.

Amparo entra como cada mañana en el único establecimiento de pan de la localidad. Da los buenos días y, una vez se ha asegurado que su marido no ha hecho ya la protocolaria compra, la pide. Mientras espera, no tiene problema en compartir las vivencias de quien ha visto a Calles primero florecer y, progresivamente, marchitarse alimentariamente. "Antes aquí había muchas más tiendas, dos o tres hornos, que se han ido yendo, igual que los bares", recuerda con nostalgia esta mujer criada en el pueblo pero que ha vivido en Valencia y en Francia, trabajando. En todos esos años ha visto cómo un municipio al que vino mucha gente gracias a la construcción de un pantano cercano a mediados del siglo pasado -"hasta en los pajares había gente viviendo y también María Jesús, la del acordeón, tenía una casa"- se ha quedado como un lugar donde "poca cosa se puede comprar". "Carnicería no hay, pescadería tampoco", asegura antes de que Silvia, la panadera, le diga que su pedido está listo.

El vehículo, único aliado

Ya con su bolsa llena y tras saludar a Antonio, otro de los paisanos más veteranos del lugar, busca concluir la conversación. "Para comprar lo demás voy a Villar [del Arzobispo] -un pueblo a 18 kilómetros de Calles- o Benaguacil -a 50 kilómetros-, donde vive un hijo mío, que allí hay un Mercadona grande". Y es que aunque Amparo reconoce que en su caso no tiene que ir tan seguido como otros habitantes, todo aquello que no puede adquirir en el pueblo "lo compra allí". Luego lo meto en el congelador y lo voy sacando. O les digo a mis hijos que me lo suban», añade. Un camino, el de coger un vehículo para comprar, al que se han tenido que abonar todos los vecinos. Quieran o no.

Porque más allá de los dos negocios físicos, por este municipio del interior valenciano solo pasan hoy algunos comercios ambulantes a los que hay que esperar. Para queso o fruta , una vez a la semana. Para congelados, cada 14 días. El resto, sin otra posibilidad, obliga a tener que subirse al coche. Lo saben bien María Amparo, Karen y Mavi, tres mujeres que crían actualmente a sus hijos pequeños sin esas facilidades que da tener un supermercado bajo de casa.

Sentadas en uno de los pocos bares que sigue abierto en el pueblo, el Galiano’s, coinciden en un punto clave para un municipio excluido de la gran distribución. No es otro que el de la planificación. "No puedes pensar para el día a día, tienes que organizarte, tener la despensa llena y decir: ‘Vale, voy a comprar esto para la semana que viene o para de aquí 15 días", explica María Amparo. Son compras más "gordas", con el pescado y la carne como grandes protagonistas, que como resalta Mavi toca hacer "una o dos veces al mes" en otros municipios más grandes. Adquisiciones que, además, también entroncan con otro fenómeno. El del precio. No en vano, hay algunos productos que sí se pueden adquirir en los negocios del pueblo o en las furgonetas que vienen, pero como destaca María Amparo «no son los mismos precios y tienes un catálogo limitado".

"Para ahorrar más, acabas haciendo dos listas de compra, una de lo que tienes más cerca y otra lista para hacerlo una vez al mes", coincide Mavi. Es el complejo equilibrio entre comprar en el comercio local a precios más altos para que no desaparezca o hacer un desembolso más económico por artículo en un supermercado, pero teniendo que coger vehículo para ello. Por necesidad, la segunda opción es la que, en muchas ocasiones, acaba decantando la balanza.

Mantener un comercio

Ya fuera de un bar cuya actividad parece ir animándose conforme avanza la mañana, una generación joven como la que representan Miguel y Quique habla con pausa en la terraza. El primero, con una familia ya formada y que aprecia "la tranquilidad" que ofrece Calles para vivir, ve como una gran molestia una exclusión alimentaria: "Tener que gastarme mi dinero para bajar a otro pueblo y tener lo esencial fastidia bastante, sobre todo con la gasolina al precio que está". Sin embargo, no le queda otra. Por el contrario Quique, sin carné de conducir -con la dependencia "de un amigo" que lo lleve que ello conlleva- y viviendo solo, sí acaba recurriendo muchas veces a la tienda del pueblo. "Mi compra es menor en cantidad y yo sí la puedo hacer, pero él, que tiene su mujer y su hija, no", enfatiza. Las dos caras de una misma realidad.

Pero no solo los vecinos de la localidad padecen los efectos de la exclusión alimentaria. Porque, al otro lado de la barrera, los comercios también tratan de subsistir. Lo hacen, por el momento, a duras penas. Araceli, la propietaria desde hace un año y medio -cuando llegó empujada por un programa público para revitalizar la España vaciada- del pequeño comercio que resiste en Calles, lo cuenta con la tristeza de quien lo padece en sus propias carnes. "Más allá del verano y de otras fiestas, es bastante complicado sobrevivir aquí". La prueba la deja su caja registradora. A las doce de la mañana, únicamente ha tenido 17 ventas. Y algunas de ellas son de un producto suelto. Otras de un tabaco que vende: "Solo hago pagar y pagar, no gano". "Si me preguntas si esto es negocio, te digo que no", destaca.

Y es que a diferencia de lo que pasa en la ciudad, no puede tener el mismo estoc, ni tampoco tiene las mismas ventas». Y si a eso se le suman «fallos» en el suministro como «que te traen las cosas mal o no te las traen», el problema es todavía mayor. «Estoy cansada de ir al límite». Ese sentimiento lo comparte Natividad, la joven dueña de Galiano’s. «Es complicado subsistir porque tienes los mismos gastos que un establecimiento en Valencia, pero la afluencia de gente es mucho menor». De hecho, sin una reserva, no hacen menú. Si la hay, motivada a veces por las rutas de senderismo cercanas al municipio, la exclusión alimentaria golpea de nuevo. Una vez por semana le toca bajar hasta la capital valenciana para hacer la gran compra. Un gasto añadido a la compleja situación de mantener un negocio en pueblos pequeños como Calles.

Para Silvia, la panadera junto a su marido Germán, el camino no es más sencillo. En su caso, sin ser del municipio, cogieron el horno hace un tiempo cuando llevaba dos años cerrado. "Ahora sobrevivimos para la gente del pueblo". No es fácil en una localidad "en la que no se crean negocios". "Nuestro sueño es levantarnos un día y que haya más gente", afirman aún con un poco de esperanzas en sus voces.

No obstante, para que este deseo se torne realidad, vecinos y comerciantes coinciden en una cosa. Y es la necesidad de que se creen en el pueblo puestos de trabajo que aseguren no solo la supervivencia de los comercios y la aparición de nuevos establecimientos, sino también que el municipio deje de perder vida y gane habitantes. Consuelo García, la alcaldesa, tiene claro que para que esto se dé se necesitan "más beneficios fiscales". Con ellos, y las campañas para comprar en el comercio local que realizan, cree que más autónomos se lanzarían a emprender en el municipio. Pero sin estos, "con los mismos pagos y menos beneficios", concluye que "es difícil sobrevivir".

Lo súper buscan aliados para la España vaciada

Comprar en un súper en cualquier pueblo pequeño de España es una actividad en vías de extinción. Y si el municipio tiene menos de 300 habitantes, prácticamente imposible. Según datos de la consultora Kantar Worldpanel, en todo el país hay unos 25.000 súper y tiendas de alimentación. De esos establecimientos, algo más de una cuarta parte están implantados en localidades de menos de 10.000 habitantes. Con la salvedad de algunas franquicias, como las de Coviran, Dia, Spar y Charter (Grupo Consum), la gran distribución da la espalda a la posibilidad de abrir tiendas de reducido formato en núcleos rurales. No salen las cuentas. 

¿Qué hacer? Desde el Cercle Agroalimentari de la Comunitat Valenciana, entidad que aglutina industrias y cadenas de la distribución comercial, su secretario general, Sergio Barona, apunta que para disminuir la exclusión alimentaria e incluso revertirla en las zonas de la España vaciada "hace falta reducir la carga burocrática y agilizar la tramitación de nuevas instalaciones y empresas en estas zonas favoreciendo e incentivándolas económicamente". "También se podría promover su permanencia mediante incentivos fiscales, con especial atención a las empresas intermedias", agrega. "Estas compañías tienen capacidad para fomentar el empleo y atraer otras inversiones en estas zonas", explica Barona, además secretario general de la patronal de industrias alimentarias Fedacova.

La Asociación Española de Distribuidores, Autoservicios y Supermercados (Asedas), que defiende los intereses de grandes firmas como Mercadona, Lidl, Dia, Masymas y Condis, entre otras, reconoce que alrededor del 8% de la población nacional reside en municipios sin una tienda de alimentación. Ignacio García Magarzo, director general de Asedas, sostiene que "el sector de la distribución alimentaria de proximidad cada día asume una gran responsabilidad en todo el sistema económico y social, al asegurar el acceso a la alimentación muy cerca de las casas de los ciudadanos, vivan donde vivan". Con todo, las grandes cadenas no están en dicha España vaciada, aunque dicen que la venta on line sí puede contribuir a corregir estos desequilibrios en la población.

Hay excepciones, aunque muy pocas. Desde Asucova, entidad de Asedas en la Comunidad Valenciana, se asegura que "existe presencia directa de establecimientos de distribución alimentaria organizada en 323 municipios de la autonomía, donde reside el 97% de la población, superando en un punto porcentual a la media nacional", detalla el director general de Asucova, Pedro Reig. Otras regiones de España no alcanzan unos porcentajes tan elevados.

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Una de las firmas que sí ha tomado cartas en el asunto es Consum. A través de la franquicia Charter "cumple el objetivo social de dar servicio a las pequeñas localidades y barrios urbanos que no disponen de población suficiente para la implantación de un gran supermercado, pero que necesitan una buena instalación para sus compras diarias", destacan fuentes de la cooperativa. Ser franquiciado de Consum no supone pago de cánones ni royalties, solo el pago de la mercancía. En total, Consum cuenta con cerca de 450 franquicias Charter repartidas por seis regiones: Comunidad Valenciana (199), Cataluña (151), Castilla-La Mancha (62), Andalucía (11), Murcia (19) y Aragón (7).

Mercadona no contempla en su modelo de negocio este tipo de pequeñas tiendas en la España rural. Respecto a la situación de exclusión alimentaria en autonomías como la valenciana, la compañía presidida por Juan Roig afirma que cuenta "con más de 270 tiendas físicas en la Comunidad Valenciana y un servicio de venta on line que llega casi a todos los municipios".