OPINIÓN

Hasta dónde llegará la apuesta por las burbujas

A diferencia de Freixenet, los anuncios de Codorníu siempre eran corales: paisajes, orquestas y parejas de enamorados que brindaban por un futuro mejor

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Norma Duval y Don Johnson, en el anuncio navideño de Freixenet de 1991

Norma Duval y Don Johnson, en el anuncio navideño de Freixenet de 1991 / 'activos'

La explosión de las finanzas tal como las conocemos se inició en la segunda mitad de los años 80. Fue un big bang que irrumpió casi al unísono en Estados Unidos y el Reino Unido, donde gobernaban Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Empezaba la ingeniería financiera, facilitada por una desregulación del sistema y las ansias de crecer hasta el infinito. Las empresas descubrieron de la noche a la mañana las grandes oportunidades que se les ofrecía para financiarse. En Wall Street y la City los grandes expertos eran los especialistas en cuadrar emisiones de deuda, cada vez más fantasiosas. Desde California, un genio llamado Michael Milken desarrolló los bonos basura (junk bonds). Las empresas emitían bonos de alta rentabilidad y se endeudaban hasta los dientes para llevar a cabo operaciones corporativas. Incluso para comprar empresas más grandes. En aquella época nacieron y se desarrollaron las gestoras de fondos y de capital riesgo. Nacía el capitalismo popular. Los ciudadanos se convertían en accionistas de múltiples empresas directa o indirectamente. Había que crear valor para el accionista... a costa de lo que fuera.

Fueron épocas de excesos que generaron casos penales de información privilegiada. Un semidesconocido fiscal de Manhattan, Rudolph Giuliani, alcanzó la fama por combatir aquellos abusos. Milken acabó en la cárcel y Giuliani fue alcalde de Nueva York y precandidato a la presidencia de EEUU antes de apoyar a Donald Trump. Con Giuliani una vez hablé de baloncesto en Gracie Mansion, la residencia del alcalde. Un tipo encantador por entonces.

El crash de octubre de 1987 fue el primer aviso a navegantes. Las burbujas siempre explotan. La literatura y el cine reflejaron aquella época. Películas como Wall Street, dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Michael Douglas, y Armas de Mujer, con Sigourney Weaver, Harrison Ford y Melanie Griffith, reflejaron aquellos tiempos. 

Más burbujas. En otoño de 1991, la empresa de cava Freixenet presentó en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (Met) su anuncio de Navidad. Los protagonistas eran la actriz española Norma Duval y el actor Don Johnson. Este iba acompañado, precisamente, de su esposa de entonces, Melanie Griffith. Aún recuerdo que le pedí un autógrafo ya que Freixenet había invitado a un grupo de periodistas a la cena. Con una sonrisa, se negó a firmarlo. Me dijo que la protagonista de la fiesta era «Nooooma», se refería a la señora Duval. Mi gozo en un pozo. Melanie acabó, eventualmente, con el gran Antonio Banderas, una de las referencias mundiales de la marca España.

Para quienes hemos convivido con la cultura del cava en las comidas familiares de los domingos, poder asistir a un acto, además en Nueva York, de una de las grandes marcas del sector era un sueño hecho realidad.

Para la comarca del Penedès, el cambio de propiedad en sus marcas más reconocidas fue un verdadero choque

Los anuncios para la campaña de Navidad, donde aún se concentran las ventas de cava, eran siempre muy esperados. La competencia entre las dos grandes empresas del sector, Freixenet y Codorníu, también se reflejaba publicitariamente. Estrellas del mundo del ocio y el deporte en el caso de la empresa controlada por la familia Ferrer-Bonet (Freixenet), frente a puestas en escena corales en el caso de Codorníu, controlado entonces por la familia Raventós. En 1991, su anuncio empezaba con una imagen de la plaza de España de Sevilla seguido por el Palau de la Música de Barcelona. Orquesta y parejas de enamorados.

Freixenet, a través de sus cartas nevadas y cordones negros, apostaba por el volumen y la expansión internacional; Codorníu prefería vender glamur que se notaba ya en el etiquetaje de sus botellas. El lanzamiento de Anna de Codorníu logró situarla en la clase media del sector, ni precios de saldo ni demasiado caros. Las otras empresas de cava de Sant Sadurní d’Anoia y aledaños intentaban diferenciarse de los dos gigantes.

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Para la comarca del Penedès, el cambio de propiedad en sus dos empresas más reconocidas, con el permiso de Bodegas Torres, fue un choque. Las presión de una gran parte de los 600 accionistas familiares de Codorníu llevaron a la venta de la mayoría de la empresa a un fondo de inversión y capital riesgo nacido en la segunda mitad de los 80 en EEUU: Carlyle. Freixenet ha acabado en manos de una empresa familiar alemana, Henkell, gigante del sector de los vinos.

Activos desgrana esta semana qué futuro le espera a Codorníu en manos de Carlyle. Las respuestas: consolidar, competir con el champán y crecer a través de adquisiciones cuando sea necesario. Que no falten las burbujas.