OPINIÓN

De Lehman Brothers a Credit Suisse, qué ha cambiado y qué no

Aunque algunas cosas han mejorado desde 2008, las turbulencias actuales muestran que hay que seguir avanzando

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Credit Suisse.

Credit Suisse.

Desde la crisis financiera de Lehman Brothers han cambiado algunas cosas y otras no. En 2008 sufrimos una costosa crisis bancaria originada por los riesgos tomados ante el mercado inmobiliario y la creación de activos financieros de forma descontrolada y posiblemente fraudulenta, sin que los controles internos y externos supieran medirlos correctamente. Con Credit Suisse ha vuelto a ocurrir: durante los últimos años este banco se ha metido en inversiones ruinosas y negocios (algunos de ellos también fraudulentos) sin que los controles internos y externos supieran detectarlos a tiempo.

Desde la crisis que empezó en 2008, las autoridades responsables han fortalecido ciertamente las funciones de seguimiento para contrapesar la avaricia (el impulso irrefrenable de ganar dinero fácil) y la ineptitud (el osado de meterse en inversiones que no conocen ni entienden) por parte de algunas entidades, pero ha quedado claro que no ha sido suficiente.

Desde entonces se ha hecho mucho por parte de la mayoría de bancos al reforzar las segundas líneas de defensa (control interno, ‘compliance’) y la tercera (auditoría interna) y de su gobernanza general. Pero ha quedado claro que algunos no han salido adelante, como es el caso de Credit Suisse, y ya veremos si del Deutsche Bank. Así, durante los últimos años, el primero ha cometido errores de todo tipo: inversiones ruinosas (Archegos), fraudes con cuentas de oligarcas rusos, blanqueo de dinero, etc. Todo ello sin que los controles internos lo detectaran y corrigieran sin demora.

Montar un sistema de controles efectivo en un banco internacional que actúa en múltiples jurisdicciones y dedicado a la banca de inversión, donde la complejidad de las operaciones es muy elevada, no es fácil, y además es muy costoso. Tampoco es fácil controlarlo por parte de las múltiples capas y niveles de control externo que intervienen: auditores, agencias de ‘rating’, autoridades del mercado, supervisores, reguladores, autoridades de blanqueo, autoridades de conducta, etc. El primer problema es que estas autoridades siguen actuando a nivel nacional, y los bancos, a nivel multinacional, con las dificultades y disfunciones que esto comporta. Teóricamente se ha avanzado en la coordinación internacional de los supervisores con los colegios de supervisión específicos para cada banco, en el que participan todos los supervisores de los países donde actúa la entidad, pero tal vez no sea suficiente.

Tampoco ayudan los pasos atrás de algunos reguladores en el camino de aplicar una normativa estricta y homogénea: las pulsiones liberalizadoras todavía están ahí, por ejemplo contra la prohibición de las posiciones cortas en los CDS que afectan ahora al gran banco alemán. Menos aun se tiene un mínimo control de los vehículos no bancarios, fuente de inversiones muy arriesgadas de tamaño colosal. Por último, no todas las autoridades se han dotado de medios humanos y técnicos suficientes para monitorizar adecuadamente a los bancos. Solo en Europa se ha avanzado mucho en la supervisión a nivel continental y puede decirse, hasta el momento, con bastante éxito.

Por un lado, tampoco se ha avanzado en la desconcentración de los bancos sistémicos, muy interconectados entre sí. Por el contrario, cada vez hay menos bancos, mayores y más interconectados. ¡La solución a la crisis de Credit Suisse ha sido formar un banco más grande y más sistémico! Por otro lado, ¿tiene sentido tener bancos sistémicos que se dediquen a la vez a la banca de inversiones, a la banca comercial y a la banca privada, dado que cuando una de las patas va mal (normalmente la de inversiones) arrastra a todo el conjunto?

La banca de inversión es necesaria pero comporta una complejidades y unos riesgos que no son fáciles de controlar, por tanto una posibilidad sería aislarla lo máximo posible de la banca comercial y de los depósitos de pequeños ahorradores protegidos con fondos públicos.

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Se ha avanzado muy poco, también, en la reducción de las carteras soberanas en manos de los bancos, a fin de evitar la transmisión de las crisis soberanas en los balances de los bancos.

Lo que sí parece que no ha cambiado, ni va a cambiar, es el afán desmedido de ganar dinero por parte de los gestores de los bancos mediante operaciones cada vez más complejas. Tampoco cambia, a la vista de los hechos, el miedo de los inversores y depositantes por los bancos que muestran debilidad. Por tanto, aunque algunas cosas han mejorado desde Lehman Brothers, hay que seguir avanzando en el fortalecimiento de los controles internos de los bancos, en la mejora de las regulaciones -cuanto más europeas, mejor-, en el refuerzo de las herramientas y capacidades de las autoridades para hacer cumplir las regulaciones y en la coordinación internacional. Evitar la codicia en el sistema capitalista sería también necesario, ya que de lo contrario su contribución al bienestar de la gente resulta cada vez más cuestionable.