SÓLO EL DRAG LES HACE LIBRES
UNA ARMADURA 'QUEER' PARA SACAR BRILLO A LA DISCAPACIDAD

Melisa, María, Nicolás, Héctor y Marcos han encontrado en este arte un espacio donde ser ellos mismos, sin juicios: “Me he hecho fuerte. He aprendido a cuidarme y quererme”
Cuando se maquillan y visten descubren que el problema no es suyo, sino de un sistema capacitista que acorta sus posibilidades de ser
Era su momento favorito del día. Al toque de la campana, una pizpireta Melisa (Xátiva, 1990) abandonaba el colegio disparada para llegar a casa.
Risueña y con el pelo alborotado, se plantaba cada tarde en la habitación de su madre. Entonces, cogía un poco de su pintalabios favorito. Lo remarcaba bien, como quien dibuja un mapa del tesoro. A continuación, abría el armario en busca del vestido perfecto. No todos valían para el espectáculo que iba a protagonizar. Así que, una vez encajaban las piezas, empoderadísima, se plantaba frente al espejo para aplacar las burlas a las que se enfrentaba a diario.
“Tenía hipoacusia. Fui al médico en varias ocasiones, pero siempre concluían que era tímida. Tuve bastantes problemas para socializar. Por eso, justamente, era tan feliz vistiéndome. Encontré un espacio de libertad donde podía ser yo. Sin etiquetas”, sostiene. Tal era su anhelo que, en una Navidad, pidió a los Reyes Magos un único regalo: ser drag king. Y, hoy, con 33 primaveras, ostenta el título de ser uno de los máximos exponentes en España. Su historia, junto a la de Héctor, María, Nicolás y Marcos, es la de aquellas personas con discapacidad que han hallado en este arte una tregua para el corazón.
“Intenté encajar en mi pueblo a duras penas. No lo conseguí, así que puse rumbo a Madrid. Empecé a hacer drag en 2018 y, desde entonces, he salido de muchísimos armarios. Ojalá pudiese decirle a aquella niña que todo irá bien, que llegará la paz que no sentía. De hecho, estoy en un proceso de sanación infantil, perdonándome las veces que me traté mal por no poder comunicarme correctamente”, apunta Melisa, enfermera de profesión y violinista por afición. Aunque se quita los audífonos para maquillarse los pómulos, continúa la conversación leyendo los labios a través del tocador.
Tiene infinidad de lápices, bases y coloretes. Los usa rápido, concentrada. Se le notan los años sobre las tablas, el lugar donde reivindica su discapacidad cada semana bajo el nombre de Marcus Massalami: “La visibilizo a través de la música. Aprendí a afinar el violín por vibración más que por audición. De ahí que, cuando no me escucho, pregunte al público entre bromas si ha sonado bien. Nos reímos y… ¡toco más fuerte! El escenario me ha dado seguridad. Ahora sé quien soy”. Ya no huye ni se esconde. Por primera vez, nadie le hace sentir mal por ser ella misma.


María (Leganés, 1996) sabe de lo que habla. Acompañada de su hermano Marcos, drag queen profesional conocido por participar en el programa Drag Race España, dice sentir admiración profunda por quien ha sido su mentor en este tiempo.
Lo que no sabe es que ella ha sido una figura de inspiración para él por ser capaz de hacer tantas cosas y expresarse como quiere. Tiene síndrome de Down, algo que no le ha impedido lograr aquello que se ha propuesto: estudia administración, ha trabajado en varias empresas y actúa desde hace una década en una compañía de psicoballet.
“Me siento bien cuando bailo, podemos improvisar lo que queramos. Disfruto las clases, he aprendido bastante sobre la danza y el maquillaje”, afirma mientras Marcos corrobora cómo María “lo da todo con la música” a solas en su habitación. Un sentimiento que resalta la importancia de desestigmatizar la realidad de las personas con discapacidad intelectual: “Las limitaciones las ponemos el resto. Ella sale con sus amigos, coge el metro sola… tiene una vida plena. Tenemos mucho que aprender de ella”.
Su complicidad inunda una habitación rosa salpicada de vestidos y pelucas, al tiempo que Marcos la maquilla para los retratos posteriores. Ella no es drag queen profesional, por eso aún no tiene nombre artístico como los demás. No obstante, ha aprendido todo lo necesario de su hermano mayor, quien da vida a Bestiah, un alter ego que dio el salto a la pantalla en la mayor competición nacional.
Durante su emisión, Marcos contó con ella para una de las pruebas insignias del formato: “Fue mi primera vez y, al ayudarle, me di cuenta de me encantaba la ropa, hacerme fotos y posar. Además, he participado en otros proyectos suyos. Bestiah es increíble, me encanta cómo baila”. Desde el primer día en que la vio, fue María quien de forma genuina le demostró su apoyo: “Qué guapa estás, yo también quiero”.


Reparar heridas emocionales
Si algo une a María con Melisa es su rebeldía frente a una sociedad, a veces, demasiado injusta con la diferencia. Ambas han puesto la cara para que hoy la vida sea más amable. “El drag ha permitido que muchas personas se replanteen que el problema no son ellas, sino un sistema capacitista que acorta sus posibilidades de ser. No sólo es fantasía y diversión, éste es un ambiente de libertad que permite quitarse el uniforme normativo que te obligan a llevar de manera automática”, explica Ismael Cerón, psicólogo y autor de Psicoterapia queer.
Una cuestión clave cuando el 10% del colectivo LGTBIQ+, donde nació el movimiento y al que pertenece la mayoría de estos artistas, tiene algún tipo de discapacidad. Así lo recoge el próximo informe que está preparando el Ministerio de Igualdad y al que ha tenido acceso EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. En esta escena suelen encontrar un sentimiento de familia elegida que, paso a paso, va evolucionando a una sensación de seguridad: “Todo aquel que se sale de la norma es probable que sea percibido como monstruoso y aberrante. Las performances que realizan les ayudan a reparar las heridas emocionales. Por tanto, localizar un ámbito donde no sentir un juicio constante resulta muy liberador”.
Nicolás (Salamanca, 2000) lo encontró en La Casa del Carmen, un espacio de resistencia fundado por mujeres migrantes y hombres transexuales que se ha convertido en un ambiente seguro para el colectivo LGTBIQ+ en una ciudad “un poco hostil todavía”.
Detrás de La Manca de Salamanca, su nombre drag, se encuentra un joven con una malformación en el antebrazo izquierdo que ha decidido reivindicar su discapacidad. Si bien confiesa haberse cuestionado desde pequeño por qué la tenía cuando el resto de niños no, asegura orgulloso que su viaje con ella ha sido satisfactorio.
“Mi entorno me ha apoyado y nunca he sido víctima de bullying. He tenido el camino bastante allanado”, cuenta. Visibilizar esta realidad también es primordial, añadiendo otro ángulo a esta revolución: haber hecho de su muñón el eje central del espectáculo le ha convertido en uno de los iconos de la escena: “Suelo hacer cuplés, que son pícaros y malintencionados. Me da juego por su forma fálica y al ser humano simple le gustan las cosas básicas. Es el factor constitutivo de mi identidad y siempre está presente”.
Licenciado en Artes Escénicas, gracias a este colectivo, formado en 2019 por Angélica Silva, actriz y directora de teatro, ha ido desterrando tabúes en torno al género y el arte que empiezan a calar en la sociedad. “Soy una persona extrovertida. Pero, cuando te pones unos tacones, te maquillas y creas un personaje, es más sencillo expresarte. Es una parte fundamental para mi bienestar”, incide. Funcionan como una compañía teatral y sus integrantes actúan en lugares no gentrificados con el objetivo de crear refugios para las disidencias allá donde es más complicado que los haya.
Pese a que ha tenido que enfrentar preguntas variopintas sobre su muñón, como qué le ha pasado o si no querría tener dos manos, La Manca se caracteriza por hablar sin tapujos acerca de aquello que la distingue: “El problema es que el drag señala. Por ello, mi labor y la de otras personas resulta fundamental. Llegará un punto en el que la diferencia estará a la orden del día y, por tanto, no seguirá en la invisibilidad más absoluta”.


Un techo de cristal que aún resiste, pero que empieza a agrietarse. En parte, gracias a la hazaña de Héctor (Las Palmas de Gran Canaria, 1992).
Tiene síndrome de Down, nada en competiciones olímpicas, trabaja de administrativo… y sueña con ganar el Carnaval de la isla. Lo ha intentado en dos ocasiones, demostrando que subirse a unas botas de 25 centímetros no está a la altura de cualquiera. Pisó tan fuerte las tablas que dejó casi sin respiración al público: “Me hacía ilusión actuar delante de tanta gente. Agradezco que se me diera la oportunidad de compartir la experiencia con mis compañeros. Años atrás los veía y pensaba: ‘Quiero estar ahí’. Puse muchísimo esfuerzo y, al final, lo logré”.
Su nombre artístico ya lo dice todo: se bautizó como Drag Trisómico en referencia a la alteración genética con la que nació. Habla de ella con naturalidad, sin rencor. Hasta le quita hierro entre risas. Quizá, para no olvidar quién es, para que le sea más fácil liberarse.
“Al principio, me topé con numerosos prejuicios. Había quien no entendía que una persona como yo pudiese competir, parecía que no teníamos cabida. Hubo comentarios que me hicieron daño, pero jamás me di por vencido. Si bien era una responsabilidad enorme, me demostré que yo también puedo hacer cosas valiosas”, mantiene Héctor, que se define como polifacético y aventurero.
En las charlas que ha ido dando por centros sociales remarca la necesidad de acabar con las barreras. No sólo las físicas, las mentales, a veces, resultan más difíciles de saltar por puro desconocimiento. Por ello, sus palabras en estas ponencias tienen un valor incalculable: nadie como él para gritar al mundo que las reglas están para cambiarlas y que la diversidad es la base de una sociedad equitativa. “Me gusta que se me respete como uno más. Es la única vía para sentirse parte de algo”, concluye. Antes un último apunte: “Quiero animar a la gente a tirar hacia adelante. Tened fortaleza”.


Cuerpos diversos
Crear referentes es esencial para el crecimiento individual, pues ayuda a desarrollar nuestra identidad y reconocer otras realidades. Una tarea que, en la mayoría de ocasiones, las personas con discapacidad tienen más complicada. “Es importante que se tenga acceso a esa representación, aunque a veces las familias las sobreprotegen y aíslan intentando ampararlas”, explica Jesús G. Amago, presidente de la Comisión de Diversidades Sexuales del Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad (CERMI).
El drag supone una experiencia transformadora, con efectos positivos en ellos y su entorno: “Poner de relieve cuerpos diversos a través de esta disciplina significa que han superado obstáculos sobre el conocimiento y la realidad, afrontando así un riesgo sociocultural que los convierte en modelos a seguir”. Sin embargo, todavía falta visibilidad y, en este sentido, la educación en diversidad es clave desde preescolar hasta la universidad: “Conozcamos cuáles son sus necesidades”.
Marcos (Alcoy, 1996) las ha ido descubriendo sin prisa, dándose prioridad en cada uno de los debates que se le han planteado.
La sordera que arrastra desde bien pronto nunca le ha frenado para alcanzar sus metas: “Primero se la detectaron a mi hermano, después a mí. Era genético. Desde entonces, no me he separado de mis audífonos. En la escuela lo pasé francamente mal, lo que me despertó grandes inseguridades. Como no escuchaba bien, preguntaba cada dos por tres si me lo podían repetir. Me sentía una pesada. Ahora, ya me he acostumbrado. Si le molesta a alguien, lo siento. El drag me ha hecho mirar por mí”.
A él llegó jugando, imitando a las villanas de Disney que tanto le han fascinado de siempre. Le bastaban una peluca y una bata para levantar el universo que tantas alegrías le da. Ya no actúa, pero sigue vistiéndose por necesidad propia. No necesita demostrarse nada, lo hace para pasarlo bien con su círculo. Magenta Mars, su alter ego, le ha animado a relamerse los arañazos de una infancia feroz.
“He ganado confianza, me ha hecho fuerte. Las épocas malas me han ayudado a encontrarme como persona no binaria. Y, ante todo, a querer a mi niña interior. He aprendido a coger las riendas de mi vida. El drag me ha proporcionado la armadura más poderosa para protegerme, cuidarme y quererme”, confiesa Marcos, que se siente más cómoda usando el femenino.
Cuando se maquilla, los miedos desaparecen. Y la discapacidad no le define. Sólo está Magenta, el personaje que nació en plena tempestad y que hoy, tras infinitas batallas, algunas cruentas de más, la cuida con un mimo desconocido para ella: “Para aquel que no lo entiende, le diría que escuche. Los estigmas son muy peligrosos. Hay tantos puntos de vista en este arte que estoy segura de que encontrarían el suyo”. Al igual que Melisa, María, Nicolás y Héctor, Marcos se ha hecho a sí misma. Intentando templar un mundo que, aunque le ha dado la espalda, a veces, le reconoce el valor de ser distinto. Un desafío. La promesa de quien elige amar.


La importancia de resignificar
Como ocurre con otros términos que fueron insultos durante décadas, la palabra discapacitado está hoy envuelta en un proceso de resignificación: su comunidad ha decidido poner el foco en lo que un día fue motivo de acoso, vejación, marginación... e iniciar una metamorfosis lingüística. Su apuesta es diska, una voz que abandona la connotación peyorativa y conduce al empoderamiento más absoluto. “Surge como una escapatoria del sistema. Además de reapropiarnos de ella, queremos desmontar la idea de que ser interdependiente es negativo”, reivindica Jaimito Condria, drag king y pionero en el movimiento Diska Drag en España.
Para luchar contra los estándares de funcionalidad, la clave es acabar con el estigma, generar referentes y transformar un modelo capacitista “para causar un impacto sociocultural”. El drag es diversidad, pero también es política. El choque social que provocan historias como las de Melisa, María, Nicolás, Héctor y Marcos comienzan a pavimentar una sociedad multicolor que durante décadas ha marginado al que siente diferente.
El Periódico de España
PABLO Tello | PEDRO del Corral
Fotografía: José Luis Roca, José Carlos Guerra, Manu Laya y Fernando Bustamante
Formato: Nacho García