Los salarios
del narco:

de 600 euros por chivatazo
a 36.000 por pilotar la narcolancha

"Mira, yo no voy a trabajar. No voy a pringarme por cuatro perras". En la cárcel algecireña de Botafuegos, un operario del narco del Estrecho le resumía su plan de vida a un inspector jefe de la Policía.

El preso es amigo de infancia de “el más espabilao” en su barrio de San Fernando (Cádiz). De adulto, se tuvo que emplear de peón de albañil con paro intermitente; su amigo fue por otro camino que le procuró, paulatinamente, reformar la casa, vacaciones en Punta Cana, coche nuevo….

Un día la esposa le dijo: “La vecina se ha retocado el pecho. Ha ido a la clínica de Miami esa que sale en la tele. Una millonada”. Y el peón de albañil pensó que quizá mejor meterse a peón del narco.

Este relato del delincuente explica con pocas palabras la penetración mafiosa del tráfico de drogas. La atracción del dinero fácil, que corre así por los estamentos del negocio:

Los cruces del Estrecho que se pagaban a 3.000 euros ida y vuelta son ya cosa del pasado. La competencia y el aumento de capacidad de las lanchas han disparado los precios. Una operación de la Policía en Málaga en 2022 halló apuntes a un cabecilla de banda con pagos de hasta 36.000 euros al piloto. De momento, es el pago más alto que consta negro sobre blanco, apuntan fuentes policiales andaluzas.

Se ha visto también en clanes del Estrecho la externalización de pilotos. Ellos reclutan a su propio equipo de estiba, y acuerdan un global de 100 euros por kilo de hachís transportado. De una lancha con 3.000 kilos sale dinero para repartir con gregarios… y con los pilotos de las lanchas de escolta (tres, cuatro...) de la principal, que entorpecen el paso de embarcaciones de la Guardia Civil en caso de persecución.

De la tripulación, generalmente formada por seis hombres, es el que lleva el GPS, si bien en el Estrecho las luces de la costa y los muchos buques y lo corto de la travesía limitan los errores. El gepesero suele ser también notario: da fe a los vendedores de la droga en Marruecos de que la mercancía se ha entregado en tiempo y forma al cliente. Generalmente es un marroquí de la banda suministradora y no cobra nada… o reclama su parte por el servicio de orientación.

Se sitúan por detrás del piloto y el gepesero, cabalgando uno detrás de otro la planeadora, a la que se agarran sujetando un arnés unido al asiento. Toda la tripulación va en la mitad de popa para mantener el equilibrio cuando se acelera entre las olas. Su sueldo por travesía depende de la calidad y la cantidad de la droga. Y del prestigio del piloto.

Es el estamento más numeroso. Se recluta en barrios, bares y puntos de ocio, entre gente de confianza paisana de los capataces. Según fuentes de la Guardia Civil, eran descargadores de droga en las playas quienes engrosaban el grupo de jaleadores que aplaudió el asesinato de los dos guardias la noche del 9 de febrero en Barbate, y al que ahora investiga la Fiscalía.

La tarifa varía según el tamaño de la carga. Fuentes de la lucha antinarco señalan 3.000 euros como media para cargamentos de 3.000 kilos, para una narcolancha de 12 metros como la que atropelló a la zodiac de los guardias.

Este salario suele cobrar por noche de acción cada conductor de furgoneta que lleva la mercancía descargada hasta un almacén. Gente de confianza de las bandas, los conductores están generalizando una conducta cada vez más violenta, embistiendo a vehículos policiales si se ponen por medio.

Todas las descargas tienen capataces que no están a sueldo: sus ganancias son porcentajes del valor de la droga puesta en circulación y abonados en cuentas extranjeras.

Situado en esquinas del caso urbano, o en lugares desde donde dominar la visión de carreteras, muelles o instalaciones policiales, hace labor de alerta. Vigila los movimientos de Guardia Civil y Policía y avisa -primero con llamada telefónica; últimamente por Telegram en lenguaje disimulado- a los capataces de la descarga.

En ocasiones será reclutado para hacer, con otros cuantos, operaciones de distracción de las fuerzas policiales juntándose en una playa o en un muelle para aparentar que están esperando una descarga.

Los vigilantes de plantaciones de marihuana, generalmente poliadictos, son el último escalón de la pirámide del narcotráfico. En Alicante, la Guardia Civil ha mordido a mafias lituanas que pagaban a inmigrantes magrebís 1.500 euros al mes y parte de la droga plantada por dormir en la plantación.

La cosa cambia si el narco tiene una necesidad perentoria de esconder su carga. En la operación Acantha (2017), una de las mayores de la Guardia Civil contra el cartel lituano de la marihuana en Almería, se supo de un acuerdo con un particular: cobijar en su nave un cargamento desviado para eludir a los agentes. Pago: 2.000 euros por dos noches.

En diciembre de 2015, sicarios de narcos del Campo de Gibraltar incendiaron una base del SIVE en las proximidades de Chipiona. El Servicio Integrado de Vigilancia Exterior consta de radares y cámaras de gran alcance, “capaces de ver a una persona fumando en la playa de Tánger”, dice un experto de la Armada. Lo gestiona la Guardia Civil.

La investigación del instituto armado determinó que una banda marroquí daba 120.000 euros a los saboteadores. Uno de ellos fue detenido después en Málaga con cuatro narcos más, en una operación de la Policía en la que cayeron 3.000 kilos de hachís, ocho coches y dos pistolas.

En diciembre de 2015, un narco atacó la torre del SIVE en Conil de la Frontera (Cádiz) lanzando su 4x4 cargado de latas de gasolina. La Guardia Civil le detuvo un mes después. Fue por venganza: había perdido varios cargamentos.

Huyendo de la presión policial, las narcolanchas del Estrecho bordean la costa mar adentro, para eludir las doce millas de control de la Guardia Civil o buscar la provincia de Alicante para descargar. Es mucho trayecto para los potentes motores. Se necesitan suministradores de víveres y bidones de combustible, o petaqueros. Avisados por móvil, surten a la narcolancha desde puerto o puntos de pesca mar adentro.

La economía mafiosa permea la economía de la sociedad en que se instala. En un pueblo malagueño, o en un polígono industrial de Cádiz, rige un taller de coches multimarca un mecánico ahogado por los pagos. En el secreto de su galpón fabricará escondrijos en coches, furgones y camiones. El ingenio se puede pagar mucho más si la caleta lleva sistema electrónico de apertura.

Este sector del negocio tiene tantas tarifas como acuerdos particulares entre captador y chófer. A menudo el reclutado es un camionero con ruta fija a algún país de Europa que se deja meter entre la carga las bolsas de cogollos, los paquetes de hachís o los embalajes de cocaína.

En otros casos, un muchacho de las noches de barriada de Marsella, sin oficio ni beneficio pero relacionado con las mafias, cobrará 5.000 euros por bajar la AP7 hacia Cádiz y volver a toda velocidad -trayecto go fast- llevando droga, a menudo en un coche robado ese mismo día que desaparece de una calle marsellesa y aparece 24 horas después en otra.

Un camionero, con carga mucho mayor, será tentado con 35.000 euros por jugársela en la AP7. Los narcos usan a los novatos como cebo para entretener a fuerzas de seguridad, mientras pasan el grueso del cargamento en otros vehículos.

La última cantidad aparecida en una instrucción de la Guardia Civil y que haya trascendido es de 2012, seis años antes de la creación del Plan Especial de Seguridad del Campo de Gibraltar.

A un suboficial, emparentado con miembros de un clan hispanomarroquí y encargado de diseñar las patrullas de sus guardias, le pedían los narcos que repartiera los servicios dejando un hueco a ciertas horas de ciertas noches.

No hacía falta nada más: solo no estar en la zona y el momento indicado.

Oferta: 15 euros por kilo de un hachís que se vende en Madrid a cinco euros el gramo. Una sola narcolancha con 3.000 kilos suponía 45.000 euros de soborno en una sola noche. Hubo noches de cinco o seis lanchas...

No todo fue juntar fortuna: también se acumulaba la desazón. El sargento terminó suicidándose.

Texto:
Juan José Fernández
Ilustraciones:
Ramon Curto
Coordinación:
Rafa Julve y Ricard Gràcia