A las 00.20 horas del 25 de abril de 1974, el locutor de Rádio Renascença de Portugal recitó: "Grândola, Vila Morena. Tierra de fraternidad. El pueblo es quien más ordena. Dentro de ti, ciudad". Sonó la canción y menos de 24 horas después, la dictadura de Oliveira Salazar había caído.

Esta es la reconstrucción del contexto y el desarrollo de los acontecimientos que llevaron a los portugueses a la democracia sin una gota de sangre.

Por Albert Garrido

El imperio portugués fue el último en desprenderse de sus colonias en África. A comienzos de la década de 1970 el control de los territorios de ultramar se había convertido en un lastre para el progreso de Portugal y para contener los flujos migratorios sin pausa, principalmente en dirección a Francia, Bélgica, Alemania, Suiza y el Reino Unido. El mantenimiento de contingentes militares para neutralizar los movimientos de liberación de las colonias –Santo Tomé y Príncipe, Cabo Verde, Guinea Bissau, Angola y Mozambique– era causa de una doble sangría, humana y presupuestaria, en un país en el que el PIB crecía apenas unas décimas por encima del 1%.

Los jóvenes que seguían la carrera militar, una de las vías de ascenso social, debían pasar por la penosa experiencia de las guerras africanas. Desde finales de los años 50 hasta mediados de los años 60 nacieron y se asentaron movimientos de liberación que en la práctica llegaron a controlar partes importantes de territorio. En el seno de un sector importante de los oficiales jóvenes cundieron la desmoralización y el convencimiento de que aquellas eran unas guerras sin sentido y que la liquidación de las colonias era la única forma de rescatar a Portugal del atraso.

Al mismo tiempo, prevalecía en el alto mando militar el recuerdo de la humillación sufrida en 1961 con la ocupación de las plazas de Goa, Damán y Diu, en la costa occidental de la India. Pero la realidad era que las guerras en África condicionaban la vida de más de 50 millones de personas en las colonias y debían ser sostenidas por los menos de 9 millones de habitantes que tenía Portugal.

Cuando el general António de Spínola publicó el libro Portugal y el futuro en febrero de 1974, la formulación de un programa de corte federalista para acabar con las guerras coloniales, no fue mucho más que una propuesta objetivamente superada por la situación en los territorios africanos, pero fue suficiente para que lo destituyeran de la vicejefatura del Estado Mayor del Ejército. Para los jóvenes oficiales implicados en los preparativos del golpe para acabar con la dictadura fue la confirmación de que contra el acartonado régimen de la Segunda República no cabía más que la acción directa.

Grándola, vila morena

Todo comenzó a las 22.55 del 24 de abril de 1974: Rádio Emissores Associados de Lisboa emitió la canción E depois os Adeus, de Paulo de Carvalho, que unos días antes representó a Portugal en el festival de Eurovisión. Fue la señal para que las unidades movilizadas para el golpe se prepararan en los lugares previamente asignados. Una hora y media más tarde, a las 00.25 del día 25, Rádio Renascença, propiedad de la Iglesia, emitió Grándola, vila morena, la canción revolucionaria de José Zeca Afonso prohibida por el Gobierno. A partir de aquel momento se sucedieron los acontecimientos en todas las guarniciones y cuando amanecía eran muy pocos los focos de resistencia, entre ellos la sede de la PIDE (la policía política) en Lisboa, donde se registraron cuatro muertos y varios heridos antes de la rendición. Entrada la mañana fue un hecho que el llamado Estado Novo se había desmoronado y el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) era dueño de la situación, artífice de una revolución casi incruenta.

Aquellos días se cumplía la tradición anual de las vendedoras de claveles en la plaza de Rossío, centro histórico de Lisboa. Cuando algunos vehículos militares llegaron allí, las floristas dieron nombre a la caída de la dictadura: fue para siempre la revolución de los claveles porque decidieron poner esta flor en la boca de los fusiles y en el cañón de los blindados. El desfile militar espontáneo en la capital y en otras ciudades se convirtió en una gran fiesta popular. "El pueblo unido jamás será vencido" fue el lema más coreado.

La madrugada del día 26 apareció en la Radiotelevisión Portuguesa el general António de Spínola, que proclamó el respeto a todas las libertades democráticas al final de 48 años de dictadura. Nació de facto la tercera república mediante un pacto político en el que participó todo el espectro ideológico y que fue tutelado por los llamados capitanes de abril, los oficiales que organizaron el golpe.

Los días siguientes se concretaron tres instituciones con funciones específicas: la asamblea del MFA, la Junta de Salvación Nacional, que nombró presidente provisional al general António de Spínola, y el Gobierno provisional, encabezado por Adelino da Palma Carlos. Surgieron también las primeras tensiones entre la facción más progresista, reforzada por los líderes que regresaron del exilio y se unieron al Gobierno provisional, y el sector conservador, que aspiraba a mantener las colonias mediante una solución federal. Spínola y Da Palma Carlos intentaron someter a referéndum una refundación autoritaria del Estado

Entre noviembre de 1975 y julio del año siguiente se dieron cuatro hechos especialmente significativos: la corrección inicial del programa económico, promovida por el Gobierno de José Baptista Pinheiro de Azevedo; la proclamación de una nueva Constitución democrática; las elecciones legislativas de 25 de abril, que dieron la victoria a los socialistas y convirtieron a Mário Soares en primer ministro; y la elección presidencial de 27 de junio, que ganó el general António Ramalho Eanes, un uniformado de corte centrista destinado en Angola cuando estalló la revolución.

La orientación del presidente y del nuevo Gobierno no siempre fue coincidente, pero prevaleció la idea de que, liquidadas las colonias, el objetivo principal de Portugal debía ser su anclaje en la construcción europea. En términos generales, se impusieron las convenciones de la política continental de los años 70, las exigencias estratégicas de la Guerra Fría y las reformas estructurales que posibilitaron a la larga la incorporación a Europa.

Paulatinamente, se fue diluyendo la influencia del período revolucionario. Una parte importante de los expatriados de la dictadura y de las intentonas golpistas de septiembre de 1974 y marzo de 1975 regresó a Portugal, la gran mayoría de los militares que por una u otra razón fueron juzgados, entre ellos Otelo Saraiva de Carvalho, fueron rehabilitados, se atenuaron las pasiones y se serenó la confrontación ideológica. Acontecimientos como el ingreso en la Comunidad Europea en 1986, el nombramiento de José Manuel Durao Barroso para presidir la Comisión Europea, la celebración de la Expo de Lisboa de 1998 y la elección del exprimer ministro António Guterres como secretario general de la ONU son hitos de un país que antes de la revolución se había instalado en una ruinosa decadencia.

La caída de la dictadura portuguesa coincidió con una atmósfera política especialmente crispada en España a raíz del asesinato del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973. En un clima de final de ciclo, se dice que el teniente general Manuel Díez-Alegría, jefe del Estado Mayor, recibió en varias ocasiones monóculos, un adminículo que utilizaba con frecuencia el general António de Spínola. Se entiende que tales envíos, si se dieron, pretendieron invitar al general a mover ficha en imitación de lo sucedido en Portugal. Lo cierto es que la Revolución de los Claveles se convirtió en un polo de atracción de la oposición española interior y exterior. Los medios de comunicación tuvieron una presencia constante, proliferaron los libros con enfoques diversos y análisis de urgencia de cuanto sucedía al otro lado de la frontera. A su vez, la embajada en Lisboa anduvo presta en el seguimiento más o menos a distancia de los enviados especiales que se multiplicaron durante meses.

Textos:
Albert Garrido
Diseño e ilustraciones:
Ramon Curto
Fotografías:
Archivo Mário Soares
Coordinación:
Rafa Julve