Juan Antonio Canta y la maldición del medio limón








Hace 25 años, un talentoso cantautor se suicidó con solo 30 años. Acababa de alcanzar la fama con la canción del verano y no pudo con el éxito.



















“Algunas batallas se ganan, otras se pierden. Pero, ¿qué pasa cuando pierdes las que ganas?”











Una actuación musical en un programa de televisión, en agosto del 96. Se rueda en un jardín exterior repleto de bailarinas sonrientes y vestidas de colores. Contrastan con el cantante; un tipo serio que va ataviado con un traje negro. Interpreta, con rictus grave, su tema más famoso. La canción del verano. 'La danza de los 40 limones'. Cuando acaba, los presentadores le hacen una breve entrevista. 

- ¿Lo de los limones es el jugo del éxito o una cruz musical que uno tiene que cargar? 

El cantante casi resopla y confiesa:

- No sé, no sé. Es divertido, la gente te reconoce y es todo cariño. Pero a mí lo que me da un poco de pena es que me recuerden como ‘el hombre de los mil limones’, porque yo quería hacer música y no zumo. No sé… el tiempo lo dirá.

El tiempo lo dijo. Hallaron su cuerpo ahorcado cuatro meses más tarde, en el trastero de la casa de sus padres en Córdoba. Tenía 30 años. Nadie se dio cuenta de sus llamadas de auxilio. Juan Antonio Castillo, más conocido como Patuchas o como Juan Antonio Canta, se quitó la vida dos días antes de la Nochebuena de 1996. Lo hizo tras haber firmado el ‘hit’ estival de ese año.

Una canción que decía: “Un limón y medio limón, dos limones y medio limón…” y así hasta los 10 limones. Un juego de palabras que triunfó. Esa fue su condena. Un genio incomprendido que acabó preso de un éxito que no quiso alcanzar. No al menos de ese modo. Un compositor que atesoraba una obra de muchos quilates, pero que llegó a la cúspide con algo que él detestaba: la canción del verano. 

Están a punto de cumplirse 25 años del fallecimiento de uno de los cantautores más infravalorados del siglo XX en España. Un hombre con una prolífica obra, que con 19 años ya copaba las listas de ventas en Argentina con su grupo Pabellón Psiquiátrico.

Que leía filosofía, componía una canción al día, dibujaba, escribía teatro y recitaba poesía. Lo fichó Pepe Navarro para su programa 'Esta noche cruzamos el Mississippi'. Allí se coronó con la canción más insustancial de su disco. Se sumió en una depresión y decidió acabar con aquella farsa.

De la iglesia al psiquiátrico

Juan Antonio Castillo, Patuchas para los más íntimos, nació en Córdoba en 1966, en el seno de una familia acomodada. Sus primeros acordes los dio en el coro de la iglesia, donde cantaba y tocaba la guitarra. Pero su ilusión era montar un grupo. El que fue su batería, Fernando Alcántara, cuenta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA cómo se fraguó aquel primer conjunto: “Tres compañeros de instituto y yo montamos una banda improvisada para tocar en la fiesta de fin de curso. Después de aquello, decidimos seguir y buscar una voz. El guitarrista conocía a Juan Antonio y nos propuso incorporarlo como cantante. Fuimos a buscarlo una tarde a su casa. Él estaba celebrando su cumpleaños. Cuando le dijimos lo del grupo, dejó allí a los invitados y se vino con nosotros. Fíjate si tenía ganas de empezar”. 

Juan Antonio se hizo pronto con las riendas de una banda a la que llamaron Pabellón psiquiátrico. “El primer día ya nos enseñó algunas canciones que había compuesto, como la de Inmaculada, que luego se convirtió en uno de nuestros temas más conocidos."

"Enseguida te dabas cuenta de que aquel chaval estaba a otro nivel en todos los sentidos. En las canciones que componía, pero también en cómo hablaba.  Piensa que nos referimos a una época en la que no teníamos internet. Bueno, pues él era internet. Sabía muchísimo. De filosofía, de literatura, de arte, de cine... En realidad, su mayor ilusión era ser director de cine. Y yo no podía seguir sus conversaciones”, ríe Alcántara. 

"Nos referimos a una época en la que no teníamos internet. Bueno, pues él era internet."

Se presentaron a un concurso cuyo premio era grabar una maqueta. Quedaron los últimos. No se desanimaron y acabaron grabando una artesanal, que movieron por Madrid. No tardaron mucho en firmar un contrato de cuatro discos con Fonomusic. Su representante fue Paco Lucena, el mismo que llevaba a Joaquín Sabina y Pancho Varona.

Este último fue el encargado de producir uno de los discos de Pabellón psiquiátrico: “Patuchas era un fenómeno. Tengo una anécdota del día en que nos conocimos. Fue en un concierto que Bob Dylan dio en Madrid. Yo no conocía a Juan Antonio pero él a mí sí. Él iba con una chica, se pusieron delante de nosotros y empezó a decir en voz alta lo horroroso que le parecía Joaquín Sabina y yo. Al final le pedí explicaciones. Me estaba vacilando. A partir de ahí nos hicimos amigos y tuvimos una relación excelente. Y yo también te digo que aquel chico era un genio”, sentencia en conversación telefónica.  

G de gilipollas

Pabellón psiquiátrico cosechó un éxito moderado en nuestro país. Juan Antonio llevaba la cabeza rapada (salvo una trenza en la nuca) y sólo la mitad del bigote afeitado.

Sus letras se parecían a su aspecto: transgresoras, burlonas, insultantes en muchos casos. “Mata un mono, mata a un inglés; cuál es la diferencia, no lo sé”, o “Estos son los 40 Principales, 40 canciones para subnormales” eran algunos de sus estribillos. Pero la canción que, según el batería Fernando Alcántara, evitó que el grupo triunfase en España, se llamaba 'G de gilipollas'. Un tema que parodiaba a las canciones de los Hombres G, con un Patuchas imitando (muy bien, por cierto), la voz, el tono y la pose de David Summers: “Los Hombres G eran muy grandes en aquel tiempo y les sentó muy mal. En muchas emisoras de radio nos vetaron por aquella canción. Nos cerraron muchas puertas”. 

Cosas de la música, su disco ‘La primera en la frente’ la rompió en Argentina. Allí obtuvieron todo el éxito que se les negó en nuestro país. “Nos llevaron de gira. Yo era el más pequeño de la banda, tenía 17 años y todavía me sorprende recordar el recibimiento que nos dieron en Buenos Aires. Como estrellas del rock. En el aeropuerto nos esperaban fans y los de seguridad nos hicieron saltarnos el control de pasaportes. Estuvimos allí 15 días, tocando a diario, yendo a programas de televisión y radio. Los presentadores empezaban a preguntarle a Juan Antonio, pensando que se limitaría a hablar del disco. Él, con 19 años, acaba hablándoles de Borges y Cortázar”, cuenta Alcántara

Regresaron de su gira americana, sonaron tímidamente por las emisoras españolas, grabaron tres discos más y el grupo se disolvió. Fernando retomó sus estudios de Derecho y Patuchas decidió que seguiría por la senda del arte, pero asumió que no tenía ni idea de moverse sobre un escenario, como él mismo reconocía. Así que agarró su guitarra y se marchó a Madrid para apuntarse a la Escuela de Arte Dramático Resad

Mambo

El director Asbel Esteve es el único que ha realizado una aproximación certera a la figura de Juan Antonio Castillo. Grabó un documental titulado ‘Patuchas, el hombre de los mil limones’.

Allí reunió, entre otros, a sus amigos más íntimos de la escuela de arte dramático. Todos coincidían en el extraño encanto que irradiaba un tipo tan carismático: “Él era raro, pero en esa rareza nos encandiló a todas las chicas de la clase y a las de la clase de la tarde. Era una persona que tenía un sex-appeal tremendo, a pesar de su rareza”, cuenta su excompañera María Fernanda Cosín.

“Tenía unos conocimientos que no podías abarcar. Lo que sabía… Se había visto todo el cine posible. Se había leído todos los libros, hasta de segunda, de autores que no habías escuchado en tu puta vida”, prosigue Santi Pérez, otro alumno de su clase. “Llegó a Madrid con una consigna clara. Comerse el mundo”, remata Jesús Blanco, otro de los aspirantes a actores que más se relacionó con Patuchas

Juan Antonio enseguida se empezó a hacer notar. Llegaba a las clases de expresión con leggins rojos, tacones y hacía lo que le daba la gana. Destacó en aquel grupo no sólo por su faceta de actor, sino por la de dramaturgo. Montó lo que llamó la ‘Compañía Tribu Accidental’. Quisieron representar algo de Shakespeare, pero no querían hacer Hamlet o Macbeth, que estaba muy visto. Juan Antonio respondió escribiendo ‘Mambo’: una comedia musical en tres actos en cuyo guión solamente utilizó 16 palabras. La palabra mambo significaba sexo. Power quería decir poder. Peseta simbolizaba el dinero. Whisky, el vicio. Y así hasta completar 16 pilares de las tragedias shakesperianas.

Esos mismos compañeros subrayan su hiperactividad creativa, Tanto en el teatro como en la música, que fue algo que jamás abandonó. De hecho, se llevaba la guitarra a las clases y era habitual verlo leyendo libros de semiótica mientras rasgaba el instrumento, buscando completar un objetivo vital que se había marcado: componer al menos una canción cada día de su vida. 

Juan Antonio Canta

Acabó de estudiar y regresó a Córdoba durante un tiempo, donde volvió a dar conciertos. El nombre de su nuevo proyecto le vino casi por casualidad: una noche fue al Limbo, un popular bar de copas cordobés donde hay música en vivo. Juan Antonio le dijo al dueño que el jueves iba a ir a cantar. El dueño escribió en los carteles: “El jueves, Juan Antonio canta”.  

Sus canciones ya no hablaban de vaginas gigantes o de matar británicos.

El proyecto esta vez venía sin grupo; en solitario y estrenando faceta de cantautor. Su estética había cambiado. Ya no llevaba gafas redondas, ni pelo rapado, ni trenza ni bigote medio afeitado. Había perdido peso y se subía al escenario con traje, corbata y una guitarra acústica. Sus canciones ya no hablaban de vaginas gigantes o de matar británicos. Pasó a componer baladas, o incluso a adentrarse en temática política. En el tema ‘Cama roja’ canta: “Yo quisiera luchar en contra del capitalismo, pero veo al pueblo comunista tantos años pasando el hambre de la esperanza para rendirse al becerro de oro. Cuando veo tus ojos, son mi 68, lo demás ya no existe…”.

De Córdoba de nuevo a Madrid, donde empezó a dar conciertos en salas pequeñas. Especialmente en el Café Libertad 8. Una de esas funciones, sin que él le supiera, iba a marcar el resto de sus días. El entonces presentador estrella de la televisión fue a ver uno de sus shows. Era Pepe Navarro, cordobés como él, a cuyos oídos había llegado que en el Libertad 8 tocaba un chico que no podía perderse y que podría encajar en su programa de Telecinco “Esta noche cruzamos el Mississipi”. 

Medio limón

Navarro fue una noche a verlo actuar y se quedó prendado. Pero no sabía qué encaje podía darle en el programa, según cuenta en el documental. “Era una música poco comercial. Me cogí un CD y lo escuchaba en el coche cuando iba al trabajo. No sabía cómo ubicarlo en el programa para que fuese eficaz. Pero escuchando la canción de ‘Un limón y medio limón’ pensé que tal vez había una forma. Yo le pregunté si él estaba dispuesto a cantar solamente el estribillo…” y ahí empezó todo.

El Mississipi era el programa de moda en aquella televisión privada que no llevaba ni una década operando en España y ya había puesto patas arriba todos los cánones televisivos conocidos hasta entonces. Especialmente Telecinco era el paradigma del show business, del espectáculo… y también de las estrellas efímeras que luego se convirtieron en juguetes rotos. Como La Veneno, con quien compartió platós.

Juan Antonio Canta empezó en primavera. Interpretaba cada noche en el plató, guitarra en mano, el estribillo de la ‘Danza de los limones’. Sólo el estribillo. De “un limón y medio limón” hasta “8 limones y medio limón”.

El tema tiene cultas referencias cinematográficas en las que la sociedad española ni siquiera reparó

De fondo iban apareciendo bailarinas, ligeras de ropa, haciendo una ridícula coreografía en torno a su figura. A medida que fue avanzando el programa, la pegadiza melodía fue calando en los hogares españoles. A él le fueron dando espacio y pudo acabar cantando la canción completa. 

El tema tiene cultas referencias cinematográficas en las que la sociedad española ni siquiera reparó. Hay un momento en el que dice “Sé que parece una película de Greenaway”. Se refería al film “Conspiración de mujeres”, de Peter Greenaway, en la que las protagonistas están constantemente haciendo juegos relacionados con conteos de números. Pero al espectador medio del Mississipi, aquello de Greenaway le sonaba igual que ‘Gromenauer’, que era una palabra que repetía su compañero Krispin Klander (Florentino Fernández imitando a Chiquito de la Calzada).

De ganar y perder

Hay una cita de Juan Antonio en su documental que dice “Algunas batallas se ganan, otras se pierden. Pero, ¿qué pasa cuando pierdes las que ganas?”. Eso fue exactamente lo que le pasó a Juan Antonio. Aquel genio que llegó de Córdoba a Madrid para comerse el mundo, por fin lo había conseguido. Triunfar con su música. Lo de los limones se había convertido en un pelotazo nacional. La canción del verano. Salía en casi todos los programas de Telecinco. Grabó versiones, vídeos, dio entrevistas… y ahí empezó a advertir de que las cosas no estaban saliendo como a él le hubiera gustado. 

Las entrevistas en los periódicos se contradecían. En uno salía adelantando que, después de la danza de los limones y del rap de los limones, habría unas sevillanas de los limones. Pero en otros ya avisaba: “Un día salí en la tele y me vino una avalancha encima. Me veo y me doy pena, porque soy algo más que el hombre de los mil limones”. Él quería mostrar todo su talento, pero en los conciertos sólo le pedían la de los limones. 

"Me veo y me doy pena, porque soy algo más que el hombre de los mil limones"

El otoño acentúa las depresiones. Atrás quedó la canción del verano, la que se escuchaba en los 40 Principales (la emisora de las canciones para subnormales, que él cantaba años atrás). Juan Antonio Canta, su proyecto más personal, se había convertido en un fenómeno de masas, pero también en todo lo que él detestaba.

En una entrevista en Canal Sur, en septiembre, exigió previamente que no le hablasen de esa canción. En aquella conversación dijo una frase que dejaba entrever su hastío y su cambio de prioridades: “No importa si pierdes o si ganas. Lo importante es no perder las ganas”. 

Las ganas las perdió definitivamente en diciembre. Unas semanas antes estuvo, de algún modo, despidiéndose de sus más íntimos, aunque ellos no lo supieran. Regresó a Córdoba. “Dijimos de volver a tocar, incluso de volver a montar Pabellón psiquiátrico. Él estaba con ganas y estuvimos acondicionando el trastero de su casa para volver a juntarnos”, recuerda el batería Fernando Alcántara. 

A su agente, el argentino Morgan Brito, le llamó para proponerle quedar en Madrid cuando él regresase a la capital. Y a Martirio, una artista a la que él siempre admiró, le escribió una emotiva carta tras un concierto al que él asistió de público. La propia Martirio la leyó en un concierto posterior, tras el fallecimiento de Juan Antonio.

Sucedió un domingo. A mediodía, la Policía Local cordobesa recibía un aviso: la madre de Juan Antonio Castillo, Patuchas, había encontrado el cuerpo de su hijo ahorcado en ese mismo trastero en el que tenía pensando volver a tocar. 

Hay cierto consenso al señalar ese éxito inesperado como el desencadenante de la crisis del cantante. Pero algunos como el batería, Fernando Alcántara, siguen pensando que Juan Antonio no se quitó la vida por aquello. “Es otra cosa. Es una depresión muy grande que si se hubiera cogido a tiempo igual se podía haber salvado. Él estaba contento por poder tocar para la gente”. 

Otros comprenden el límite al que llegó Patuchas. Es el caso de Lichis (cantante y fundador del grupo La Cabra Mecánica), que años después del fallecimiento se hizo con el disco de Juan Antonio en solitario y quedó deslumbrado.

Versionó varias de sus canciones. Habla con este periódico contando que él se encontró en una situación de agobio similar: “Me pasó cuando compuse la canción 'No me llames iluso', para anunciar el cupón de la ONCE. Hubo un momento que la gente sólo me pedía ese tema. Caí en depresión y al final tuve que cortar con todo eso”. 

La familia de Juan Antonio, años después, sigue sin querer hablar. Es demasiado el dolor y demasiados los recuerdos. Las miles de canciones que compuso Juan Antonio, una al día, siguen en los cajones de la habitación donde creció queriendo ser una estrella del rock. Aquella batalla que perdió después de ganarla.

Un reportaje de David López Frías
Imágenes: Documental - Asbel Esteve
Producción digital: Nacho García


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