Por Irene Savio

El 17 de febrero de 2008, Kosovo puso el punto final a la descomposición de Yugoslavia y declaró unilateralmente su independencia. Ocurrió de esta manera porque fracasó la diplomacia, después de un sangriento conflicto étnico y el bombardeo de la OTAN sobre Belgrado sin la autorización de la ONU.

Ciudadanos kosovares celebran la proclamación de la independencia en las calles de Pristina, el 17 de febrero de 2008. AFP PHOTO / DANIEL MIHAILESCU

Ciudadanos kosovares celebran la proclamación de la independencia en las calles de Pristina, el 17 de febrero de 2008. AFP PHOTO / DANIEL MIHAILESCU

Kosovo vive desde entonces en un limbo jurídico y político, atascado entre los intereses de Rusia y Occidente, potencias gigantescas comparadas con él, e incapaz aún de acallar los odios del pasado. La corrupción y la desigualdad alimentan una emigración masiva que no parece tener fin.

El 17 de febrero de 2008, los 109 diputados del Parlamento de Kosovo votaron a favor de la declaración de independencia respecto de Serbia. Tras su aprobación, el presidente de la Cámara proclamó: "Kosovo es un estado democrático, libre e independiente".

Yugoslavia se había formado al término de la Primera Guerra Mundial, el 1 de diciembre de 1918, al fusionarse el Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios con el Reino de Serbia. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en 1945, Yugoslavia fue admitida en la ONU, abolió la monarquía y se refundó en una república comunista.

El convulso proceso de disolución de la antigua Yugoslavia, que incluyó varias guerras sangrientas, desembocó en la formación de siete nuevas repúblicas que fueron proclamando su independencia entre el 25 de junio de 1991 y el 17 de febrero de 2008.

Serbia, epicentro de la antigua Yugoslavia, se declaró como Estado soberano tras la independencia de Montenegro, aprobada en un referéndum validado por la Unión Europea.

¿Cómo es Kosovo ahora?

El arqueólogo forense canario Francisco Naranjo Santana, de Eulex, la misión policial y judicial de la Unión Europea en Kosovo, se sienta en su escritorio en el Instituto de Medicina Forense de Pristina rodeado de mapas. En uno, colocado en una pantalla, se ve una colección de círculos verdes y rojos de todos los sitios en los que se han buscado los restos de 1.620 personas aún desaparecidas del conflicto armado que ensangrentó a Kosovo hace 25 años y luego llevó este territorio a autoproclamar su independencia, en 2008. El trabajo de Naranjo es localizar las fosas comunes y los enterramientos clandestinos. Pero no es cosa fácil. "El tiempo que ha pasado desde que se originó el conflicto hace que la búsqueda sea cada vez más complicada", afirma.

El arqueólogo forense canario Francisco Naranjo Santana, de Eulex, la misión policial y judicial de la Unión Europea en Kosovo, se sienta en su escritorio en el Instituto de Medicina Forense de Pristina rodeado de mapas. En uno, colocado en una pantalla, se ve una colección de círculos verdes y rojos de todos los sitios en los que se han buscado los restos de 1.620 personas aún desaparecidas del conflicto armado que ensangrentó a Kosovo hace 25 años y luego llevó este territorio a autoproclamar su independencia, en 2008. El trabajo de Naranjo es localizar las fosas comunes y los enterramientos clandestinos. Pero no es cosa fácil. "El tiempo que ha pasado desde que se originó el conflicto hace que la búsqueda sea cada vez más complicada", afirma.

25 años después de la guerra, que duró del 28 de febrero de 1998 al 11 de junio de 1999, la localización e identificación de cadáveres derivados del conflicto sigue siendo una de las cicatrices más dolorosas del alumbramiento del nuevo estado.

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La de Kosovo fue la cuarta de las guerras en los Balcanes, que masacraron la región en la década de los años 90, y resultó ser el sangriento epílogo del desmembramiento de la antigua Yugoslavia.

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El germen se había plantado una década antes, cuando el expresidente serbio Slobodan Milosevic utilizó la entonces provincia de Kosovo como trampolín para afianzar su poder, encendiendo la mecha del nacionalismo serbio.

Una de sus primeras decisiones, en 1989, fue la abolición unilateral de la autonomía de Kosovo, provincia de mayoría albanesa. El escritor Ibrahim Rugova, político pacifista, fundó de la Liga Democrática de Kosovo para agrupar a los partidos que luchaban por la independencia.

Ibrahim Rugova y Slobodan Milosevic se dan la mano en el palacio presidencial de Belgrado, el 1 de abril de 1999.

Ibrahim Rugova y Slobodan Milosevic se dan la mano en el palacio presidencial de Belgrado, el 1 de abril de 1999.

Frustrados por la falta de resultados, en paralelo a la vía pacífica apareció, en 1997, la guerrilla del Ejército de Liberación de Kosovo o UÇK (Ushtria Çlirimtare e Kosovës). Inicialmente, EEUU lo consideró una organización terrorista porque asesinaba incluso a albanokosovares afines a Rugova y a aquellos que colaboraban con los serbios.

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En la primavera de 1998 arreciaron las hostilidades. El UÇK intensificó sus ataques contra las fuerzas serbias (comisarías e instituciones) y Belgrado respondió con una sangrienta contraofensiva de represión. El Instituto de Medicina Forense de Pristina alberga el reguero de muerte que dejó eso. "Una de mis tareas es entender cómo han muerto", dice la antropóloga forense Luísa Marinho. Según las fuentes más acreditadas, el precio más alto lo pagó la mayoría albanesa de Kosovo: de los 13.535 civiles y combatientes muertos o desaparecidos, más de 10.000 pertenecían a esta comunidad, y 2.000 a la serbia. Centenares de juicios por crímenes de guerra continúan pendientes.

Un tren abarrotado en Pristina recoge a numerosos refugiados albaneses que huyen de Kosovo, el 1 de abril de 1999. REUTERS / GORAN TOMASEVIC

Un tren abarrotado en Pristina recoge a numerosos refugiados albaneses que huyen de Kosovo, el 1 de abril de 1999. REUTERS / GORAN TOMASEVIC

Otro vuelco se produjo al año siguiente, en 1999. "Ante el éxodo masivo de civiles y con la memoria aún fresca de los genocidios de Ruanda y Bosnia, la OTAN decidió finalmente intervenir y atacó Belgrado, lo que finalmente forzó la salida de Serbia de Kosovo", resume el analista Naim Rashiti, director de Balkans Group.

Eulex, la misión policial y judicial de la Unión Europea en Kosovo lanzada en 2008, comparte hoy en Kosovo el tablero con una misión de la ONU (UNMIK) y otra de la OTAN (KFOR), más veteranas. Entre las tres suman cerca de 5.000 miembros, entre funcionarios y militares internacionales, que vigilan el país en un intento de encaminarle hacia una convivencia pacífica con Serbia, país que Kosovo considera cuna de su Estado medieval y sigue sin reconocer la independencia de su exprovincia.

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El peso de las misiones de la OTAN y la ONU se ha reducido enormemente en los últimos años (llegaron a sumar, juntos, 10 veces el número de efectivos actuales), pero no está claro cuándo podrán irse definitivamente. La razón es que el conflicto con Serbia sigue irresuelto.

Pero hubo una época en la que la vía de la diplomacia intentó llevar la delantera. Fue en los años del llamado 'plan Ahtisaari', presentado por la ONU y que abría la puerta a una independencia consensuada con Belgrado.

El alemán Joachim Ruecker, jefe interino de la misión de la ONU cuando Kosovo declaró su independencia, recuerda la disputa diplomática que antecedió la decisión kosovar: "En 2007 (cuando se presentó el plan) había aún cierta esperanza de que sería aceptado por Serbia y Rusia, su aliado en el Consejo de Seguridad de la ONU". "Existía un Grupo de Contacto, que incluía a Rusia (junto con EEUU, Reino Unido, Alemania, Francia e Italia), que había apoyado el 'plan Ahtisaari'. Pero finalmente no funcionó", añade Ruecker. Esta situación fue el detonante de la división sobre si la declaración de independencia era jurídicamente válida.

Mitrovica, la herida de la división étnica

A la luz pálida del mediodía, cuando visitamos Mitrovica, en el norte de Kosovo, aparece la herida más visible hoy de la división étnica, donde este invierno se han producido nuevos enfrentamientos (eso sí, sin muertos). El puente que une el río Ibar, es custodiado por una patrulla de Carabinieri de la KFOR que impide la circulación de vehículos. En un lado de la orilla están los albaneses y en el otro, los serbios, que hoy malviven en algunos enclaves del centro y el sur, también separados del resto.

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El reconocimiento internacional

En 2010, la Corte Internacional de Justicia de la ONU declaró que Kosovo no violó el derecho internacional al proclamar la independencia de forma unilateral. Aun así, la división sigue presente: 117 países reconocen a Kosovo como país. Serbia, Rusia y cinco países de la UE, entre ellos España, le niegan todavía hoy el reconocimiento.

A las puertas de un cambio generacional, en el que también participan las mujeres de Kosovo, Vetëvendosje (Autodeterminación), el partido socialdemócrata con profundas raíces en el nacionalismo albanokosovar que desde 2021 gobierna en el país, prometió abrir un diálogo con Serbia y con los serbios de Kosovo. "Pero las cosas no han ido bien hasta ahora en este frente. Albin Kurti (el primer ministro kosovar) ha incumplido su promesa y las negociaciones también están viciadas por la presencia de grupos criminales que se benefician de que este conflicto", sostiene el historiador Jusuf Buxhovi, autor de varios libros sobre el tema.

En la pugna por reconocer o no a Kosovo como país independiente se sobreponen varias grietas geoestratégicas que involucran al mundo y dan a este territorio una importancia considerablemente mayor a su verdadero peso (1,7 millones de habitantes). La principal: la contraposición entre Occidente y Rusia, la aliada oportunista del conflicto.

La especialista en los Balcanes, Irene Savio, resume en el siguiente video la situación de Kosovo después de 15 años como estado independiente.

¿Y ahora qué?

La profesora Vjollca Neziri-Mengjiqi, del centro de idiomas Zastrade de Pristina, se coloca delante de la pizarra magnética y, a las nueve de la mañana, pide la declinación alemana de un sustantivo. Las alumnas son todas mujeres y la mayoría, muy jóvenes. "Repitan", las incita. Y entonces el aula parece convertirse en una salita de teatro. La estudiante Fatbardha Ajvazi, de 24 años, tiene dificultad con la fonética. Su compañera Qedresa Gashi entra en escena, riéndose, y termina la frase. "Nein [no]", les responde la docente. En una mañana gris, la clase se anima. Casi todas están allí porque no descartan un destino: probar suerte en Alemania. "Aquí muchos no encuentran trabajo", zanja Neziri-Mengjiqi.

La emigración de kosovares es una realidad enquistada desde hace tiempo. Entre 2010 y 2020, se fueron a vivir al extranjero 220.000. En 2021, otros 42.728, según datos de la oficina de estadísticas de Kosovo. Lo nuevo es, precisamente, que los jóvenes de Kosovo sueñan cada vez más con emigrar a Alemania, el destino preferido de una lista que también integran Suiza, Italia y Austria. Además del éxodo y el limbo jurídico en el que vive Kosovo, la desigualdad, la corrupción, los tráficos ilegales, el crimen organizado y la impunidad lastran a la sociedad 15 años después de la independencia.

El Periódico de España

Textos, fotos y vídeos:
Irene Savio
Diseño:
Andrea Hermida-Carro
Coordinación:
Rafa Julve y Jose Rico