La desdicha del pueblo
sin vivos ni muertos

Franco expropió Granadilla a sus vecinos en 1955 y lo declaró inundable, pero el agua nunca llegó. Los descendientes llevan décadas pidiendo volver: "Fue una tragedia griega"

Para entrar a Granadilla hay que esperar a que te abran con llave la verja de entrada al pueblo.

A las 10 de la mañana. No se le ocurra ir antes porque está cerrado.

De hecho nadie puede dormir en este pueblo fundado por los musulmanes en el siglo IX salvo contadas excepciones.

En la villa, casi en la frontera con Salamanca, ni siquiera puede abrirse un bar o un restaurante. Ni mucho menos ser habitada de forma permanente.

No hay agua, ni luz, aunque llegue a recibir mil visitantes diarios durante determinados festivos o vacaciones.

Por las noches, el silencio se apodera de sus calles, que tienen un particular diseño a modo de radiales saliendo en su mayoría de la plaza.

Granadilla no está habitado porque fue expropiado en 1955 a sus 1.236 habitantes. Por orden de Franco, que quería construir allí uno de sus múltiples embalses, el de Gabriel y Galán. Para poder hacerlo, la población, muy importante en su día -fue cabeza de partido de 16 localidades-, fue declarada inundable.


Hoy sigue manteniendo esa catalogación pese a que la máxima cota del embalse no llega ni de lejos a acariciar los alrededores de la muralla, que es la original, está casi intacta -algo de lo que solo pueden presumir Lugo, Ávila y Morella- y fue levantada con cantos del río Alagón.

Desde 1955 y hasta 1964 los vecinos de Granadilla tuvieron que abandonar su pueblo, sus huertos, sus vidas. "Fue muy duro; cada vez que una familia se iba salían las demás a despedirla a la salida del pueblo. Se iban en carro y burros con sus cosas. Era una odisea", recuerda con nostalgia Eugenio Jiménez Rodríguez, presidente de la asociación Hijos de Granadilla, que lucha desde hace décadas por que los vecinos recuperen el pueblo y se anule el decreto de expropiación aprobado en el Consejo de Ministros del 24 de junio de aquel fatídico 1955.

"Es que ni siquiera nos dejan tener dentro del pueblo la oficina de la asociación, nos ofrecen una casa, pero en la zona del pantano; ¿ahí para qué la queremos?", se queja airadamente Eugenio mientras se sienta en un banco de la plaza y lamenta "la injusticia tremenda" que se cometió con el pueblo, su pueblo, "y que se mantiene en el tiempo".

Según explican los descendientes de los últimos habitantes del municipio, el ingeniero Juan Bonilla Domínguez, que fue quien diseñó el embalse, no tenía intención de que se inundara el pueblo, sino de que se hiciera "un pantano más pequeño para que no se tuviera que haber ido la gente".

Así lo atestigua una foto que enseña Eugenio en su móvil y que muestra los restos de los trabajos que se hicieron para hacer una carretera que comunicara con un segundo puente que cruzaría el embalse y que nunca se ejecutó. Finalmente, el pueblo se desalojó porque la obra final aumentaba la capacidad del embalse. "Se comenta que Bonilla no firmó el fin de obra porque le retiraron durante un tiempo de la misma".

"La expropiación fue por culpa de los ricos, de los terratenientes. Fueron quienes la aceptaron porque eran los que tenían la mayor parte de los terrenos. Los Santos Inocentes siempre han existido en Extremadura", dice amargamente Eugenio.

El embalse inundó así a mediados de los 60 las tierras fértiles de la llamada Vega Baja, donde cada vecino plantaba "su sustento" -tomates, lechugas, pimientos, patatas...-, y el pueblo quedó aislado. Rodeado de agua excepto por un extremo, al norte, en el que una lengua de tierra comunicaba con el resto del mundo la población, que coronaba una suerte de pequeña península que desafiara al agua.
Muchos de los vecinos de la diáspora se instalaron en Alagón del Río, un pueblo de colonización cercano a Plasencia levantado en un primer término con barracones. Había sido un encinar arrancado, por lo que era terreno infértil, al menos en los primeros años. Otros muchos emigraron a otros lugares de la geografía nacional.

"Ahora mismo yo creo que hay descendientes de Granadilla en todas las provincias de España. Hubo una señora, comadre de mi madre, que cuando llegó al pueblo nuevo se puso mala y se murió a los tres o cuatro días. De pena. A mucha gente le pasó", aprecia Eugenio mientras el sol de media mañana hace relucir el pueblo en todo su esplendor: los vivos colores de las fachadas, la Casa de las conchas, el Consistorio reformado donde no luce ya el viejo reloj sino uno solar...

"Salimos de Granadilla sin dinero, sin finca, y sin casa", rememora el presidente de la asociación, que tenía ocho años cuando se expropió el pueblo y que recuerda que el dinero que le dieron a su familia sirvió para poco más que pagar la finca donde estaría el barracón que iban a habitar.

Al verse de nuevo en Granadilla, los recuerdos de Eugenio vuelan lejos, a cuando era un niño y jugaba en la plaza al gua y al marro; a cuando llenaban las calles sin luz de "faroles de cuatro velas" para iluminar los pasos de la Semana Santa; a cuando salían al río con la caballería a llenar "las aguaderas -los cántaros- hasta que hicieran glogloglo"; al tamborilero que tocaba en la plaza durante las bodas para bailar "el tálamo"; o a los castigos en la escuela infantil cuando osaban subir al castillo: "El maestro te ponía el culo como un tomate".

En la vieja escuela, llamada La Serrana, casi ya en la calle que sale hacia la Iglesia de La Asunción, el único recinto que no fue expropiado ya que sigue perteneciendo a la Iglesia Católica, se mantienen casi impolutos una docena de bancos de madera. Cuelgan todavía del guardarropa tres babis de alumnos.

Alguien ha dibujado en la pizarra un número: 1955, el "año que comenzó la tragedia de Granadilla"


La pequeña estancia está presidida por un crucifijo y hay varios libros de la época expuestos en las estanterías y en las mesas, con títulos como 'Historia sagrada', 'Lengua y literatura españolas', 'Aritmética de primer grado' o 'Juanito Parravicini'. Alguien ha dibujado en la pizarra un número: 1955, el "año que comenzó la tragedia griega de Granadilla".
Parece como si el tiempo se hubiera detenido, algo que no ocurre en la plaza u otras calles, lamenta Eugenio a la vez que señala el suelo aquí o una casa allá. "Es que fíjate, esto estaba cementado y no había estos cantos", señala sobre el empedrado de la plaza. "No se ha respetado el diseño original del pueblo y no podían hacer nada por la Ley de Expropiación. Las palmeras estas tampoco estaban; si es que han construido hasta una piscina", protesta sobre los trabajos de reforma que se han realizado por parte de diferentes ministerios.

En la actualidad, el pueblo es propiedad de la Confederación Hidrográfica del Tajo, pero está sujeto a las directrices del organismo autónomo Red de Parques Nacionales, que en 1984 cedió la población a diferentes ministerios -Educación, Fomento y Transición Ecológica-, para albergar el programa estatal de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados, coordinado por Sergio Pérez Martín, profesor de Secundaria y ex alcalde de la cercana localidad de Hervás.
Cada semana durante 20 semanas al año, 70 jóvenes procedentes de ciudades de toda España acuden a Granadilla con el objetivo de "acercarles el mundo rural" a través de diferentes cursos de formación.
Así, ayudan a rehabilitar el pueblo aprendiendo oficios como albañilería o jardinería; practican la agricultura y ganadería -hay cerdos y ovejas estabulados en zonas del pueblo-; aprenden trabajos de artesanía, como tratar el cuero o aprender a "hacer pan y dulces en la tahona"; y también de salud, formándose en talleres de primeros auxilios o comida saludable. Esa semana duermen en el pueblo.
"El programa ha funcionado siempre muy bien. Aquí hay sitio para todos", afirma Pérez Martín, que tiene contacto directo con Eugenio, con cuya su situación y la del resto de miembros de la asociación empatiza desde el principio. "Están dolidos con lo que pasó y es normal, es que, claro, les echaron del pueblo", razona el profesor. Ambos coinciden en que el potencial turístico de la población es tremendo, aunque no parece explotado del todo pese a que las visitas han aumentado en el último año.
De hecho, en la cercana A-66, la autovía de la ruta de la Plata que cruza Extremadura, no está marcado el desvío al municipio como sí lo está el yacimiento arqueológico de Cáparra, al que Granadilla dobla en número de visitantes.
Ni siquiera en Zarza de Granadilla, por donde hay que pasar para llegar a la villa, está bien señalizado el camino hacia el conjunto histórico-artístico del municipio amurallado, para el que hay recorrer 11 kilómetros de pista forestal asfaltada que era difícilmente transitable hasta no hace tanto.

Para llegar al destino cruzamos vastas zonas de pinares y eucaliptos plantados en los 60 y 70 y que sustituyeron a las tierras de cultivo de secano que trabajaban los antiguos moradores de Granadilla: trigo, cebada, centeno...
En el camino al pueblo hayamos el cementerio nuevo, testigo silencioso de lo ocurrido. "Fíjate cómo ocurrió todo que, antes de desalojarnos, avisaron a los que tenían enterrados a familiares muertos hacía poco tiempo para que los trasladaran al cementerio nuevo, porque el antiguo se iba a inundar... tuvimos que emigrar los vivos y los muertos", pronuncia con voz grave Eugenio antes de divisar presidiendo la entrada del pueblo el castillo, levantado sobre la antigua alcazaba construida por los musulmanes. Los árabes fundaron y habitaron la villa hasta que fue conquistada en 1160 por el rey Fernando II de León, que fue quien levantó la muralla.

"Es de granito, pocos castillos de granito veras tú como este", presume Eugenio sobre la fortaleza, de cuatro estructuras cilíndricas, y que fue mandada construir por García Álvarez de Toledo y Carrillo de Toledo, duque de Alba, entre 1473 y 1478. De hecho, la Villa fue durante casi 400 años donación real a la Casa de Alba. Hasta 1830, concretamente.
Sobre el futuro del pueblo, el portavoz de los descendientes de los antiguos moradores sostiene que podría seguir el modelo de Carcassone, la población francesa también medieval y amurallada que se mantiene intacta en su interior y que es visitada por miles de turistas cada semana, pero donde sí se ha podido construir un nuevo pueblo extramuros.
"Yo si fuera así no viviría en Jaraiz de la Vera [a una hora en coche] y podría volver, y como yo mucha gente. Ahora alguna vez me ha pasado que no me han dejado ni entrar a mi pueblo", revela Eugenio, que durante muchos años ha batallado por conseguir revertir la situación. Tanto con la Confederación Hidrográfica del Tajo, como con la propia Junta de Extremadura o la Asamblea de la comunidad, a la que la asociación pidió que "arropara" con una Proposición no de Ley la petición de los hijos de Granadilla "para que vuelvan a su tierra", y que es una de las "deudas históricas" con Extremadura, "de las que hablaba tanto Rodríguez Ibarra".
"No nos han ayudado en nada, todos los políticos son iguales... la batalla legal yo ya no puedo continuarla", argumenta el presidente del colectivo, que tiene 74 años, sufrió un ictus y anda con dificultad. Cada uno de noviembre y 15 de agosto los miembros de Hijos de Granadilla se reúnen en el pueblo, que año tras año está entre los más bonitos de España, y celebran una misa -este verano, la artista de la zona Brígida Seguin donó dos cuadros a la Iglesia-. Pero cada vez son menos.
"Es de justicia revisar el error humano que se cometió con los habitantes de Granadilla", añade Adelaido Pacho, nacido en el pueblo en 1953 y descendiente de los últimos moradores del pueblo, que ha creado una página web de denuncia -lagodegranadilla.es- de lo ocurrido, que "cambió la vida a muchas personas".
Para Pacho, al no ser inundado el pueblo, el derecho de reversión lo tendría el expropiado para recuperar los bienes que le fueron despojados. Según señala, una de las posibilidades que debería valorar el Gobierno, "dado que la mayor parte de los habitantes de Granadilla ha muerto y los que quedamos superamos los 60 años", sería hacer una fundación donde todo el término municipal fuera de la fundación y hubiera participaciones de todos los "hijos de Granadilla" que sufrieron la expropiación como una sociedad.
"Que se conservase la esencia medieval del pueblo y la riqueza forestal y de especies autóctonas que residen en su territorio. Y a partir de ahí crear un complejo turístico sostenible y bien organizado que explote todas las potencialidades de la población", apunta como posibilidad.

Las administraciones, sin embargo, llevan años haciendo oídos sordos. No ha ocurrido así con otro municipio con una situación similar, Jánovas, en Huesca. Fue desalojado en el año 51 para construir un pantano y, tras ser abandonado durante años y no construirse la infraestructura, fue devuelto a los vecinos recientemente.
Desde la Junta de Extremadura, por ejemplo, afirman que poco se puede hacer para revertir la situación al estar en la cuenca de un río y regir las competencias del Estado. Aun así, son conscientes de que tienen un tesoro turístico en sus manos y por eso han financiado con un millón de euros un plan de sostenibilidad turística para la zona de Ambroz-Cáparra, donde está Granadilla, y que va a ejecutar la Diputación de Extremadura, precisan desde la Dirección de Turismo de la Junta.

El importe total para el proyecto es de 2,43 millones de euros. Entre las medidas propuestas está la instalación de un barco turístico, acondicionar una pista de despegue de vuelo para actividades como el parapente o ala delta o la creación de diferentes senderos señalizados.
"A nivel cultural, a nivel medioambiental, Granadilla es un diamante en bruto tremendo, pero nadie termina de perfilarlo. Con la Junta estamos luchando para que lo pelee en el plano administrativo y burocrático", señala el director del Programa de Recuperación, Sergio Pérez.
"No sé cómo quieren que la gente venga al pueblo si está todo cerrado", protesta, sin embargo, Eugenio, mientras señala varias vallas que impiden acceder a la mayor parte de calles. "Esto podría haber sido un emporio de riqueza tremendo, se podrían haber hecho muchas cosas, pero yo ya llevo luchando mucho, mucho, mucho, y ya quedamos muy pocos; es ley de vida...", suspira.

El Periódico de España


Un reportaje de Roberto Bécares
Fotos: Alba Vigaray / Visitargranadilla.com
Producción digital: Nacho García