Otro 8M 'hasta las tetas'




Este 8 de marzo, cinco ciudadanas de perfiles muy dispares ponen palabras a sus hartazgos. Una madre soltera, una diputada, una mujer trans, una joven universitaria y una médica de urgencias hablan con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA de las discriminaciones e injusticias que las agotan.

Estábamos cansadas, pero la pandemia nos ha dejado exhaustas. 'Hasta las tetas'. Los dos años de covid han quebrado vidas y han alejado aún más el horizonte de la igualdad hacia el que braceamos, sin descanso, las mujeres.

Vivian, Laura, Niurka, Sara y Esther evidencian desigualdades que son cotidianas para millones de mujeres de aquí y también de allá.

El miedo, la precariedad, la reivindicación, la identidad, la fortaleza y la injusticia habitan en sus relatos. Ellas articulan con sus voces el hastío de muchas. También la esperanza y el resorte para el cambio.

Vivian: "No me puedo permitir estar harta"

Vivian es madre soltera de Alma, una pequeña de 11 años con la que vive en una habitación de un piso compartido con otras cuatro personas.

Vivian es madre soltera de Alma, una pequeña de 11 años con la que vive en una habitación de un piso compartido con otras cuatro personas. Cada día, Vivian trabaja casi diez horas en tres lugares distintos: por las mañanas, es empleada de hogar en dos domicilios y por las tardes tiene otro empleo en la Asociación de Madres Solteras. Está feliz porque, a pesar de sus días eternos, ya tiene jornada completa y puede llevar por fin a su hija a comer a un restaurante.

Su vida es resistir y seguir adelante.

"No uso la palabra harta, la he aparcado porque no me la puedo permitir. Sí o sí lo tengo que hacer, sí o sí lo tengo que luchar y sí o sí lo tengo que trabajar, sí o sí, todos los días. He dejado de lado la palabra harta", cuenta.

Vivian llegó a España desde Paraguay para trabajar de interna en un domicilio. Cuando acabó este trabajo, se quedó embarazada, pero a los pocos meses se separó de su pareja y ya no supo nada más de él.

La pequeña Alma nació con un problema de salud y las cosas se pusieron muy difíciles para Vivian: "Con el alquiler de la habitación, la cuidadora de Alma y el transporte, sólo me quedaba un céntimo. Ahora puedo hablarlo sin llorar. He llorado muchísimo, era salir de una y entrar en otra. La vida viene y me dice 'Vivian, no te vas a aburrir nunca, no vas a parar'. Pero no me rindo, Alma es mi ilusión, mi vida, mi todo".

A Vivian le da rabia que el hecho de no tener pareja sea una traba para poder alquilar una vivienda, hasta ahora sólo ha tenido opción de compartir. En un momento dado, la echaron de un día para otro de una habitación y tuvieron que pasar seis meses en una casa de acogida. Ahora está contenta con sus compañeros de piso y con su habitación amplia. Agradece la ayuda que distintas mujeres y la Asociación de Madres Solteras le han prestado en este duro camino: "Los ángeles existen".

En un mundo más justo, dice, tendría un piso para ella y su hija y un perrito, nada más. Alma, que quiere ser veterinaria, le recuerda a su madre cada día lo orgullosa que se siente de ella.

Laura: "El machismo es muy virulento en política"

Laura Berja es diputada socialista y psicóloga. Su carrera política está vinculada a la igualdad. Hace unos meses, un diputado de la extrema derecha la llamó "bruja" mientras ella defendía en la tribuna del Congreso la penalización del acoso a las mujeres que van a interrumpir un embarazo.

"La política es un ámbito más de la sociedad: la sociedad es machista y la política también lo es y, desgraciadamente, como hay una concentración de poder importante, el machismo es muy virulento en política", explica.

Las mujeres lo tienen más difícil que ellos también en la política y si son jóvenes, aún más. El nivel de exigencia es mucho mayor y se las trata de forma distinta: de ellas se destaca su juventud y de ellos, su trayectoria profesional, su formación o su implicación en movimientos sociales. "Da igual que nosotras tengamos la misma trayectoria o incluso más o mayor nivel de formación, nosotras somos las jóvenes y ellos los que tienen carrera", se queja.

"Tu testimonio tiene menos crédito por ser la joven. Cuando habla un compañero, notas que la atención que se le presta es mayor que cuando intervenimos nosotras y lo que nosotras decimos no se tiene tan en cuenta. Parecen cuestiones nimias, pero son importantes porque te colocan en un sitio diferente. De ahí el hartazgo. Nosotras tenemos que demostrar mucho más para llegar al mismo sitio", lamenta.

El coste personal para una política también es mayor, continúa. A Laura le preguntan recurrentemente cómo lleva estar lejos de su hijo de seis años cuatro días por semana, los que pasa en Madrid para ir al Congreso, algo que no hacen con los políticos padres: "Es una carga de culpabilidad, al final es un juicio de valor sobre una cuestión personal. A las mujeres nos resulta más difícil, nos afecta. Aunque hagas tu reflexión y tengas tu diálogo interno, aunque seamos feministas, estos juicios se convierten en un obstáculo para nuestra realización política y personal".

Al rememorar el insulto que recibió mientras hablaba desde la tribuna, Laura reconoce que fue una situación muy desagradable, aunque no se sintió ofendida a título personal, vivió aquel improperio como un insulto a todas las mujeres feministas que denuncian que no quieren seguir viviendo una vida violenta ni aceptar el machismo. Representantes de todos los partidos, excepto la ultraderecha, le mostraron su apoyo.

La diputada incide en que estos comportamientos son "una desgracia" porque la Cámara se merece mucho más respeto: "Es un ejercicio de descrédito y de falta de respeto hacia las instituciones que deteriora la democracia", clama.

¿Y cansan todos estos hándicap tanto como para dejarlo? "Hay momentos de cansancio y hartazgo. El feminismo requiere de muchísimo tesón y te encuentras con decepciones y frustraciones diarias. (...) Pero no podemos bajar la guardia, no hay quien nos frene. El feminismo es una historia de éxito, de conquista, de lucha pacífica y de defensa de los derechos humanos. Cualquier tipo de ataque ante algo que está repleto de bondad y que es tan bueno para la democracia va a perder fuerza por su sinrazón".



Niurka: "Las mujeres trans existimos, no somos una ideología ni una moda"

Niurka es una mujer trans y teóloga. Son muchas las discriminaciones que atraviesan al colectivo de mujeres trans, pero la que más le molesta es la negación de su identidad.

"Estoy harta, lo que me duele en el alma es el no reconocimiento, el cuestionamiento, la no aceptación y la no valoración de nosotras como mujeres. Esto es muy doloroso porque están cuestionando lo más profundo, lo más trascendental, lo más sagrado que tú tienes como mujer. Si tú me quitas el derecho de ser, de manifestarme, de ser reconocida en una categoría de igualdad, me estás quitando mi humanidad, mi dignidad", reflexiona con serenidad.

"La identidad es algo trascendental, el grito que sale de las entrañas y que no puedes acallar. No es un camino que yo elija gratuitamente, lo que hago es vivir en coherencia con lo que soy. (...) Irónicamente, cuando más golpes recibimos es cuando más honestamente queremos vivir en lo que somos y sentimos", lamenta.

Las mujeres trans sufren una doble discriminación, por ser mujeres y por ser trans, y esto se debe, afirma, a que la sociedad quiere "encasillar en una única forma de ser hombre y en una sola forma de ser mujer": "Hay que ponerse las gafas de la diversidad para ver la riqueza de las mujeres en plural y no querer meternos a todas en una misma casilla. Siempre lo comparo a cuando vas a un escaparate y ves un maniquí delgado con ropa en la que muchas sabemos que no entramos".

Niurka pide que la sociedad se acerque a la realidad de las mujeres trans para dejar de juzgarlas con prejuicios y estereotipos, para que el colectivo deje de sufrir acoso, bullying, transfobia, discriminación (muy grave en materia laboral y de vivienda) y violencia.

"Las mujeres trans existimos, no somos una ideología ni una moda. Cuando conozcas mi historia, los procesos de vida que me ha tocado vivir, quizás seas capaz de empatizar conmigo y ver que soy una compañera, que no quiero competir, que no nos borramos unas a otras", solicita.

Niurka trabaja en el programa de inserción laboral Yes We Trans para ayudar a este colectivo a encontrar trabajo. "Es durísimo cuando una mujer te dice que se ha venido a Madrid porque la han amenazado de muerte y ha tenido que huir de su país, de su entorno, rompiendo todo el vínculo con su historia y su familia. Pero las mujeres trans somos valientes, luchadoras y resilientes porque en medio de las adversidades y situaciones tan duras que vivimos nunca dejamos de remar".

Para vivir en un mundo más habitable, propone cambiar las estructuras sociales de manera que todas las mujeres sean reconocidas.

"No estoy haciendo daño a nadie, estoy intentando ser, siempre con respeto y educación. Es importante que nos conozca el vecino de a pie para que entienda que soy una mujer común y corriente que da la vuelta a la mascota con su mascota y que hace lo mismo que cualquier otra", apostilla.



Sara: "Tengo amigas a las que han drogado y han amanecido con las medias rotas sin saber qué ha pasado"

Sara tiene 22 años y estudia Derecho y ADE. Cuenta que empezó a ser feminista cuando todavía era una niña: quería jugar al fútbol, pero no podía porque en su municipio no había equipo de chicas.

 Escribió al alcalde para quejarse. "El feminismo es mi causa, me enriquece, me hace sentir mejor conmigo misma", cuenta.

Lamenta que cada mujer sufra una "lista interminable" de discriminaciones. La inseguridad y la dictadura de unos cánones de belleza imposibles son los asuntos que más afectan a las chicas de su edad.

"Estoy conociendo a un montón de chicas con trastornos alimenticios muy fuertes y eso me ha hecho pensar bastante sobre los cánones de belleza irreales a los que se nos somete a las mujeres y en lo que desembocan esos cánones, en problemas muy reales y situaciones muy complicadas para ellas y para sus familias", denuncia.

Sara no sabe lo que es volver de noche a casa sin miedo. "Esa sensación de volver a casa con el bolso agarrado, las llaves en la mano y el número de mis padres marcado por si acaso... Sales de fiesta diciendo 'cuidado, atenta, no pierdas las nociones porque no te puedes descuidar'. Tengo amigas a las que han drogado y han amanecido en su casa al día siguiente con las medias rotas sin saber qué había pasado".

Confiesa con rabia que estas experiencias traumáticas cercanas la obligan a pensar en todo aquello a lo que se expone sólo por salir y querer pasárselo bien.

A esta universitaria le harta que los hombres le hagan mansplaining, que le expliquen con condescendencia y paternalismo cosas que ella conoce. También que aún exista tanto sexismo en el deporte, pues es jugadora de voleibol: "Nos hacen jugar con uniformes apretaditos, cortos, y nos tienen bastante sexualizadas".

Asegura que sus amigos hombres son muy feministas y que conforme crece huye de entornos donde se den "comportamientos machistas exacerbados que sacan de quicio a cualquiera".

A pesar de que son muchos los problemas que nos acechan a las mujeres, cree que el más urgente es la violencia de género: "Este año ya han asesinado a seis mujeres. Son vidas que se están perdiendo a causa de constructos sociales erróneos que no tienen cabida en una sociedad en el 2022. Hay que solucionarlo ya", concluye.






Esther: "No aprendemos, ¿cuántas cosas más tienen que pasar?"

Esther es jefa del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés. "Ha sido durísimo, luego tu cerebro lo va enterrando y te olvidas, pero el recordarlo vuelves a toda aquella emoción, a toda aquella desesperación", confiesa.

Esther es jefa del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés. Sus palabras son serenas, pero en ellas se percibe el surco de dos años de pandemia. "Ha sido durísimo, luego tu cerebro lo va enterrando y te olvidas, pero el recordarlo vuelves a toda aquella emoción, a toda aquella desesperación", confiesa.

Durante la primera ola de la pandemia, se fue de su casa y vivió sola durante meses para proteger a su familia del virus.  "Veías que se te moría gente joven. Yo no tuve la preocupación de mis compañeros al llegar a casa con el miedo de contagiar a su familia. Yo estuve sola, pero claro, no pude llorar con nadie, no me pude desahogar. Fue una manera de vivirlo un poco evadida, intento centrarme en las ventajas que tuvo".

Esta doctora prefiere quedarse con lo bueno tras haber vivido lo que define como "el gran problema". Agradece, por ejemplo, los aplausos de reconocimiento a los sanitarios: "Siempre hemos sido invisibles y de repente todo el mundo se dio cuenta de lo importantes que éramos".

También la respuesta de sanitarios y sanitarias, ver que todo el mundo quería ayudar le hizo ver "la esperanza de que cuando vienen mal dadas sí que nos unimos": "Ahora también lo estamos viendo con Ucrania".

A Esther no le duelen la dureza de jornadas interminables y terribles ni el enfado de los pacientes que acuden a urgencias desesperados porque llevan dos años sin atención médica, sin que le cojan el teléfono en el centro de salud, pero sí el abandono institucional.

"Somos empáticos con la población, pero mucho menos empáticos con el que toma las decisiones, independientemente del partido político que tenga, porque que sigamos hablando de precariedad, de no tener especialidad de urgencias con la que ha caído... son reivindicaciones que caen por su propio peso. No es una cosa baladí, no te tengo que convencer de que se necesitan médicos. A cualquier persona que le preguntes si se necesitan más médicos y enfermeras te va a decir que sí. Eso sí me duele, que después de todo lo que se ha hecho volvamos a lo mismo. ¿Volver a la precariedad anterior? Esto sí que me tiene harta, de verdad, no aprendemos, ¿cuántas cosas más tienen que pasar? Lo que le importa a la gente es la salud, la educación y tener un trabajo ¿y no vas a invertir en esto?"

Fueron más las sanitarias que se contagiaron porque ellas eran más en primera línea contra el virus. Esther cuenta que hicieron lo mismo que vieron hacer a sus madres en casa: "Nosotras aguantábamos más sin tener que hacerlo. Te encontrabas mal, pero tenías que tirar porque si no ibas tú, quién iba a ir. (...) Quizá nosotras lo vivimos de manera más emocional porque ellos se desconectan más de la emoción y tiran para delante".

Esther denuncia cómo la desigualdad se evidencia en los servicios sanitarios en el número de mujeres que ocupan cargos directivos: a pesar de que ellas son el 70 % de estudiantes de medicina, apenas ocupan el 20 % de los despachos. "¿Cómo es posible? Me da rabia porque no es una cuestión de que se prefiera al hombre, me parece que es un germen social que nos cuesta mucho cambiar y que interiorizamos desde pequeños", reflexiona.

El Periódico de España

Texto: Violeta Molina Gallardo.
Fotografía: Alba Vigaray.
Formato: Nacho García del Álamo.