Opinión | EL DESLIZ

Cristina Pedroche, su culo es el mensaje

Ni un espectáculo sin su arenga solidaria y su moralina. Fue el colmo de la hipocresía dedicarle a las víctimas de las guerras el desvestido anual de las campanadas con el que Antena 3 logra audiencias millonarias

Cristina Pedroche con la capa confeccionada con tiendas de campaña de ACNUR.

Cristina Pedroche con la capa confeccionada con tiendas de campaña de ACNUR. / Javier Bosca

Mi hijo se niega a ir a más cuentacuentos, y quién se lo puede reprochar. Dice que está harto de que todas las historias que le ofrecen esos simpáticos actores vayan de residuos sólidos urbanos. Del peligro que suponen y de cómo reciclarlos. Suele empezar bien la cosa: un niño, un perrito, un marinero que viven tal y cual aventura hasta que un plástico, o un montón de desechos, o una nube tóxica... En cuanto aparece la basura en el relato me mira con cara de máxima irritación.

Recibe innumerables enseñanzas sobre el cuidado del planeta y la obligación de separar los desperdicios, en casa y en la escuela, jamás tiraría nada al suelo y menos en el campo. Se porta bien, no como los prebostes del Ibex 35 que se están cargando la naturaleza con sus negocios sucios o como los futbolistas millonarios que viajan en reactores privados, así que cree merecer para sus ratos de ocio un poco de entretenimiento del bueno. Del simple, del divertido. Con personajes ficticios a los que les ocurren cosas asombrosas.

Desde que le expliqué el concepto ‘moraleja’ lo odia con toda su alma, y me pide que le lleve a espectáculos sin moraleja, al estilo de Los tres cerditos o Peter Pan, que tienen su miga, pero sin doctrina. Fuimos a ver El Gato con botas: el último deseo porque en la crítica ponía que no incluía ningún afán pontificador y le encantó, con sus mensajes alegóricos, sus metáforas bonitas y mucha acción. Sin plásticos y con decibelios.

Le comprendo muy bien porque yo misma estoy cansada de recibir prédicas, denuncias y lecciones buenistas en cada exposición, en cada obra de teatro. Se va una a descansar la cabeza y a disfrutar de un encuentro con la belleza, con historias apasionantes, con sentimientos universales o con las ideas del prójimo y le arrean un quintal de tópicos sobre los temas de moda. El argumentario político del momento bien trillado y con mucha moralina, porque el público es tan tonto que igual no pilla la diferencia entre el bien y el mal.

De manera que ver a Cristina Pedroche largarnos un discurso entrecortado y acelerado sobre los refugiados mientras enseñaba el culo segundos antes de las campanadas fue la uva que colmó el vaso. De verdad, qué pesadez y qué hipocresía.

No era el momento ni el lugar de sermonear al respetable sobre los derechos humanos y los desplazados antes de brindar con cava, y de que estallara el cotillón. Pero sobre todo, manosear un tema como las consecuencias de las guerras para adornar su estriptis anual tiene más tela que los vestidos transparentes que suele lucir la presentadora para lograr audiencias gigantescas. No entiendo muy bien cómo ACNUR se ha prestado a semejante pantomima, ni el beneficio de imagen que ha obtenido.

La cosa ha descarrilado desde las primeras retransmisiones de Nochevieja en que Pedroche descubría sus escuetos atuendos: de "enseño porque me da la gana" y "enseño porque estoy empoderada", a "enseño por las mujeres maltratadas", "enseño en homenaje a los sanitarios por la pandemia" y ahora "enseño por los refugiados".

Se nos están acabando las causas nobles por las que una mujer se queda medio en pelotas ante millones de ojos en pleno diciembre, mientras a su lado un señor no se quita el esmoquin. Aunque este invierno al menos no hacía tanto frío, un fin de año inusualmente cálido por lo del cambio climático. Ya tenemos tema para el año que viene. Con unos pocos plásticos y tal.