Investigación

Luces y sombras en el asesinato del canónigo de la catedral de Valencia un año después del crimen

La Policía Nacional descartó la intervención de un segundo implicado, pero el único acusado, que sigue en prisión, mantiene que el asesinato lo cometió un temporero

Hallan muerto con signos de asfixia al canónigo de la Catedral de Valencia

Agencia ATLAS / Foto: Daniel Tortajada

Hace exactamente un año, Valencia se despertaba sobresaltada por una noticia cuanto menos inusual, de las que hacen hemeroteca e historia a un tiempo: uno de los canónigos de su catedral, emérito (jubilado), había sido encontrado muerto en su piso, una vivienda propiedad del Arzobispado valenciano, uno de los cinco más potentes del país, ubicada a tiro de piedra de los muros que albergan la principal sede católica de toda la Comunidad Valenciana. El primer ay surgió por el tipo de fallecimiento: el canónigo, Alfonso López Benito, de 81 años, había muerto en la cama, pero no plácidamente, sino asfixiado posiblemente con la almohada o con un trapo ocluyéndole las vías respiratorias.

En los siguientes días, el arzobispado, los círculos más creyentes y los grupos más influyentes de la ciudad no ganaron para disgustos a medida que fueron saliendo a la luz las miserias de quien no dejaba de ser la víctima de un hecho criminal. El canónigo, cargo que vendría a ser algo así como un concejal del 'consistorio diocesano', no solo hacía caso omiso de su voto de celibato, sino que se reveló como un hombre débil ante la tentación de la carne que no solo mantenía relaciones sexuales con otros hombres: además, lo hacía ofreciendo dinero a cambio de sexo a aquellos que peor tenían negarse por su vulnerabilidad extrema: chicos extranjeros, en situación irregular, sin trabajo y que sobrevivían en la calle.

La ignorancia del Arzobispado

Cada nuevo detalle ponía en un nuevo brete al Arzobispado, que siempre ha defendido su ignorancia sobre las verdaderas actividades de Alfonso López -que hunden sus raíces en el tiempo: hay encuentros sexuales del mismo perfil de hace al menos 30 años- y que había creído a pies juntillas su explicación de que en realidad llevaba a esos hombres a su casa por caridad cristiana y para darles cobijo y comida. Y ello, a pesar de los testigos que afirman haber informado a los sucesivos obispos, de los vecinos que protestaban oficialmente por las "constantes escandaleras" en la finca y de que las citas y las idas y venidas de los sinhogar ocurrían en una vivienda y un edificio propiedad del máximo órgano de gobierno de los fieles valencianos.

Y es uno de esos hombres vulnerables y jóvenes en comparación con los casi 82 años de "don Alfonso", como lo denomina el arzobispado en sus comunicados, el único detenido y acusado por su asesinato. Desde hace un año -fue arrestado al día siguiente del hallazgo del cuerpo-, Miguel V. N., nacido en Perú, vive y duerme entre los muros de la cárcel de Picassent. Y, como el primer día, defiende de manera obstinada, sin variar en lo fundamental su versión, que él no mató a Alfonso.

Cuando lo apresó el grupo de Homicidios, en el Hostal Abastos, a 300 metros de una de las principales comisarías de la ciudad y a 700 de la Jefatura Superior de Policía, llevaba encima el teléfono del sacerdote y las dos tarjetas bancarias -una de El Corte Inglés y la otra de Cajamar- con las que había realizado compras y extraído 1.800 euros en dos cajeros, cuyas cámaras regalaron su imagen a los investigadores. Son pruebas irrefutables de uno de los delitos de los que se le acusa: el de estafa (así se llama sacar o gastar dinero de otro haciendo un uso fraudulento de sus medios de pago).

¿Hay evidencias sólidas?

Pero, ¿y las pruebas de su participación en el asesinato? Su abogado, el penalista valenciano Jorge Carbó, considera que "no hay ninguna" y el fiscal, que no demasiadas. Pese a la violencia desplegada para acabar con la vida del cura (es necesario impedir que alguien respire por completo durante al menos 3 o 4 minutos para lograr que muera), no hay un solo resto de ADN de Miguel V. N. en ningún punto de la casa; y menos aún, en la escena del crimen o en el cuerpo (estaba en la cama, desnudo -vestía solo un calzoncillo-, bocarriba y tapado hasta las axilas con una sábana-. Tampoco hay una sola huella dactilar suya, aunque sí diez de su asistente personal, hoy imputado, alguna de ellas en puntos comprometidos.

Solo las conexiones telefónicas le sitúan en el lugar o en sus inmediaciones, porque el cálculo no es lo suficientemente preciso y, durante un tiempo, pero no todo, su teléfono y el de la víctima viajan en paralelo por la ciudad (se sabe por las conexiones a las antenas wifi públicas y de establecimientos).

Bien. Entonces, si él sacó el dinero de los cajeros, como acreditan sin duda alguna esos fotogramas de las cámaras de seguridad de Cajamar, y fue también él quien compró un suéter y unas deportivas en los grandes almacenes, como atestiguan las grabaciones en el área de cajas del comercio, ¿cómo no iba a ser él quien matara al canónigo por un móvil económico?

Alfonso López Benito, en una imagen del Arzobispado de Valencia.

Alfonso López Benito, en una imagen del Arzobispado de Valencia. / AVAN/A. Sáiz

Las conversaciones con el banco

Existen incluso grabaciones de voz de esa madrugada, la del 22 de enero de 2024, en las que Miguel V. N. habla varias veces con operadoras del servicio de atención al cliente de Cajamar para convencerlas, haciéndos pasar por el titular de la cuenta, de que le faciliten una nueva contraseña para acceder al dinero de su abultada cuenta bancaria -había vendido a precio de mercado un buen piso en la calle Gobernador Viejo pocos años antes-. Curiosamente, solo están las conversaciones en las que las operadoras se niegan a dárselo a pesar de que él argumenta su avanzada edad para esgrimir que ha olvidado su PIN. El resto de las grabaciones, afirma el banco, se han perdido, así que en ninguna se escucha que le faciliten ese número clave, pero lo cierto es que, después de la última llamada confirmada desde el móvil de Alfonso López a atención al cliente de la entidad, empiezan las extracciones en los cajeros.

Dado que es imposible establecer con certeza indubitada que esas conversaciones tuvieron lugar dentro de la vivienda y no, por ejemplo, en la calle, como sostiene el acusado, la Fiscalía va a tener complicado convencer al jurado de que el crimen se cometió como reza actualmente el sumario y no como dice el acusado.

El misterioso temporero colombiano

Así, Miguel V. N. sostiene, desde el mismo momento de su detención, que él no mató al cura y que lo hizo un "colombiano al que conoció en la recogida de la naranjas". Empezaron, asegura, a hablar en la cola que se monta cada mañana cuando furgonetas desvencijadas se detienen en un punto pactado de la avenida del Cid (y de otras salidas de la ciudad) a recoger a hombres y mujeres sin papeles a quienes explotan en el campo como temporeros en jornadas interminables pagadas en mano a precio de saldo. Aporta pocos datos, pero sí los suficientes como para iniciar algún tipo de rastreo. Y dice que en Homicidios no le hicieron caso cuando se lo contó.

Según él, ese hombre, de quien da un nombre y un domicilio aproximado, necesitaba dinero desesperadamente y que él le habló de Alfonso, de quien le dijo que pagaba por encuentros sexuales. Que le explicó cómo encontrarse con él, ya que el canónigo solía dar vueltas por el centro en busca de hombres sinhogar necesitados de dinero. También, que sabía que el colombiano, M., subiría a la casa del cura, que imaginaba que le robaría y que se repartirían el dinero. Y, por ello, explica que acudió a la calle Avellanas donde estaba el piso de Alfonso López cuando ese compañero de collita le pidió que fuera, esa tarde-noche del domingo 21 de enero, y que de su mano recibió, en la calle, las tarjetas y el teléfono del canónigo, asi que, jura y perjura, nunca llegó a subir al piso.

Los datos recabados podrían sustentar esa versión, ya que no hay vestigios de la presencia de Miguel dentro de la vivienda de la víctima, pero tampoco se han encontrado evidencias irrefutables de la existencia de esa persona. Así, Homicidios argumenta que esa línea no tiene fundamento y se basa en que en todas las imágenes captadas de Miguel haciendo uso del dinero del canónigo aparece solo, tanto en los cajeros automáticos de las calles Jesús y Gaspar Aguilar, como en las cajas de la segunda planta de El Corte Inglés de Pintor Sorolla. Tampoco en el hostal donde se alojó ni en el pub de música latina de la calle Cuenca en el que el acusado estuvo bebiendo un par de copas la noche siguiente a la del crimen.

Falta justo la mitad del botín

Al margen de lo extraño que resulta, esgrime la Policía, que quien más ha arriesgado en la operación, quien comete el homicidio (involuntario, según habría asegurado su autor), entregue generosamente el botín (las tarjetas y el teléfono) al que menos se ha expuesto, Miguel V. N., este lo rebate con un buen hilo argumental: él era el único de los dos que conocía a alguien que le podía ayudar con el desbloqueo de las tarjetas y el otro tenía prisa por quitarse de en medio.

Refistro de la Policía del apartamento del canónigo.

Refistro de la Policía del apartamento del canónigo. / J. M. López

En este sentido hay al menos un dato, importante, que juega a su favor: está acreditado que sacó 1.800 euros. Dos veces 300 en un día, el lunes, 22 de enero, y 600 cada uno de los dos días siguientes. Cuando la Policía Nacional le detuvo, ese tercer día, miércoles, 24 de enero, a las 15.00 horas, solo tenía 875 euros en la habitación del hostal. Los agentes incluso encontraron su 'trastero': una taquilla de un supermercado en la calle San Vicente, muy cerca del centro, donde guardaba productos de higiene y aseo personal, incluido un cepillo de dientes, pero ni un solo euro.

Lo poco que gastó en esas 60 horas escasas entre el crimen (Homicidios lo acota entra las 22.30 horas del domingo, 21 de enero, y las 2.30 horas del lunes, 22) y su detención, lo hizo pagando con las tarjetas, tanto la ropa y el calzado, como la miseria que gastó en malcomer. Por lo tanto, ¿dónde está el resto del dinero y por qué falta de manera casi exacta la mitad de esos 1.800 euros? ¿Se lo dio a ese temporero no identificado? ¿Es suya la muestra de ADN de un varón desconocido hallada en la almohada? Las preguntas, un año después, continúan sin respuesta. De momento.