Crimen de Samuel Luiz
La vida sin Samuel: epílogo de un crimen que no se podrá olvidar
El veredicto del jurado popular por el asesinato de Samuel Luiz es la primera estación de un proceso judicial que se adivina largo; pero también el principio del final de un camino que empezó hace tres años, impactó profundamente a la sociedad de A Coruña y puso bajo el foco la violencia LGBTIfóbica
Marta Otero Mayán
Un silencio atronador reinaba aquel lunes por la tarde en una plaza de María Pita llena hasta sus esquinas. Más de 20.000 personas anegaban un espacio tantas veces reservado para grandes conciertos o multitudinarias celebraciones deportivas; pero aquel lunes no había nada que celebrar. A Coruña había amanecido, dos días antes, en un estado de shock que tardaría meses en sacudirse. Primero se supo que un joven había muerto como resultado de una brutal paliza en la avenida de Buenos Aires, en el medio de un camino de ida y vuelta, mil veces recorrido para ir a Riazor o volver del Playa Club. Luego, que en el ruido de aquel tumulto salvaje, todavía sin rostro, se habían proferido insultos homófobos. Más tarde, que aquel joven se llamaba Samuel Luiz, un nombre que nadie en A Coruña podrá ya olvidar jamás.
Solo algún grito disperso rompía el silencio contenido de aquel lunes. "¡Cobardes! ¡Asesinos!", bramaban los congregados, que enmudecieron de nuevo al aparecer, entre la multitud, el grupo de amigas del joven, que usaron sus últimos ánimos tras aquel fin de semana devastador para reclamar una única cosa. "Solo podemos dar gracias por el tiempo que pasó a nuestro lado y los momentos que nos regaló, que nunca olvidaremos. Te has ido, pero nosotros estaremos aquí cada día luchando por lo que te mereces, justicia", prometieron, simbólicamente, a su amigo.
Samuel Luiz tuvo justicia, o empezó a tenerla, el pasado domingo 24 de noviembre, más de tres años después de su muerte; cuando el jurado popular del caso emitió su veredicto, que se salda, a la espera de sentencia, con tres acusados condenados por asesinato con agravante de alevosía, un cómplice de los hechos y una quinta implicada absuelta. Para el principal encausado, Diego Montaña, que inició la agresión y pronunció aquellos gritos de "maricón de mierda" que precipitaron el fatal desenlace, también la agravante por discriminación por orientación sexual, la primera para un caso de homicidio en nuestro país.
Es la estación inicial de un proceso judicial que se adivina largo ante el anuncio de sendos recursos desde las distintas partes. Es también el principio del fin del camino que la ciudad emprendió aquel sábado de julio de 2021, que dejó una profunda huella más allá del entorno inmediato del joven, que motivó una reflexión social y que puso sobre la mesa la dolorosa contemporaneidad de la violencia homófoba. Para la asociación por la Libertad Afectivo Sexual de A Coruña, ALAS, que ejerció la acusación popular en el caso y se propuso velar porque fuese reconocida la motivación de odio detrás de aquella paliza, el veredicto es la constatación de una profunda transformación social. "Al final, un jurado popular es una muestra representativa de la sociedad. Que se haya reconocido esa agravante, cuando hasta ahora no había un precedente, ya indica el avance", defendía su presidenta, Ana G. Fernández, en conversación con este diario. El dictamen del jurado popular ponía negro sobre blanco una de las grandes consignas por las que luchan los colectivos LGTBI: no es necesario ser homosexual para ser objeto de violencia; basta con salirse de los moldes de la heteronormatividad. "Hasta ahora se decía que, si tú no conoces a la víctima de antes, ¿cómo vas a saber que era una persona LGTBI? Da igual lo que fuera o no, es una cuestión de lecturas que se hacen a nivel social, y de que se presume esa orientación", aseveraba la presidenta de ALAS, asociación que gestiona, desde hace años, el Observatorio coruñés contra la LGBTIfobia, un organismo que recopila y analiza todas las agresiones que sufre el colectivo en Galicia.
Un espacio que es testigo de excepción de la peor cara de la sociedad cuando las víctimas trasladan sus testimonios; pero en el que disponen de referencias para constatar que hay motivos para la esperanza. "Que un jurado reconozca esta agravante es la prueba de que la sociedad evoluciona acorde a lo que dicen los datos de instituciones europeas, que sitúan a España en el cuarto lugar en materia de derechos LGBTI. Demuestra que no es una posición ficticia", valora Óscar Rodríguez, técnico del Observatorio, que en su último informe contabilizó 48 incidentes de odio en la ciudad. Entre sus conclusiones, sobresalió un año más la infradenuncia que todavía pesa sobre las personas LGBTI, reacias a denunciar por barreras enquistadas como la armarización, la vergüenza, los perjuicios y la hostilidad del entorno o la falta de confianza en el sistema que debe protegerles.
Una oscuridad a la que lo ocurrido con Samuel, revelan, arrojó algo de luz. "Este asesinato abrió los ojos a una sociedad que creía que estas cosas ya no pasaban. Se vio cómo la violencia nos seguía persiguiendo. En el Observatorio recibimos a un montón de personas LGTBI que denunciaban incidentes de odio que a lo mejor en otro momento no tuvieron fuerza para contar, o que ahora hacían otra lectura de lo que había ocurrido", recuerda Óscar Rodríguez. Este veredicto, elucubra, puede ayudar a abrir nuevas ventanas contra la sensación de impunidad que todavía acompaña, a veces, a estas violencias. "Puede alentar a las personas que han sufrido en silencio a denunciar, al ver a la policía y al sistema judicial con mayores niveles de confianza", comenta el técnico del Observatorio.
En el desarrollo de la larga instrucción del caso, que mantuvo durante un mes y medio todos los ojos puestos sobre el edificio de la Audiencia que se erige en la antigua Fábrica de Tabacos, varios testigos afirmaron haber escuchado decir a Diego Montaña, declarado culpable por unanimidad de asesinato con alevosía y agravante de homofobia, las palabras "maricón de mierda" en varios momentos. Se cumplía otra consigna: lo que te llaman mientras te matan, importa.
Desde el ámbito jurídico, no obstante, llaman a la prudencia ante un veredicto que todavía espera por la sentencia y contra el que se esperan recursos en distintas instancias. Que el "triunfalismo", advierten, no nuble el camino que todavía queda por delante. "Hay que incidir en la cautela y la prudencia. No comparto todavía la sensación triunfal ante el veredicto del jurado. No hay relación de hechos probados, no hay todavía años de condena, va a haber recursos al TSXG y seguramente al Supremo. Creo que sería bueno esperar a que haya sentencia", insta el abogado Miguel Vieito, que trabaja desde hace años en el ámbito de la diversidad afectivo sexual y como asesor jurídico del Espacio Diverso del Concello.
Para Vieito, que manifiesta que la agravante de odio no es en absoluto una desconocida en nuestro sistema jurídico, el dictamen del jurado popular no resulta "extraño", si bien, destaca, no existe un precedente en España para casos de homicidio u asesinato. "Se ha condenado por la vía penal la aparición de esta agravante, pero si no me equivoco, para homicidio es posible que no se aplicase hasta ahora. Como precedente está el asesinato de una mujer trans, Sonia Rescalvo, pero entonces no existía esa agravante", explica el abogado, que invita a "no lanzar campanas al vuelo" mientras el proceso continúe.
El impacto colectivo de un crimen brutal
Las semanas posteriores al asesinato de Samuel Luiz, la ciudadanía, ávida de novedades, pudo ir conociendo más detalles. Se supo que los únicos que habían intentado detener aquella "cacería" — como la calificaría hace pocas semanas la fiscal encargada de formular la acusación —fueron dos ciudadanos senegaleses, en situación administrativa irregular, que recibieron algunos de los golpes y que temieron testificar en un primer momento por miedo a ser detenidos .
La valiente intervención de Ibrahima Diack y Magatte Ndiaye les granjeó reconocimiento social, permiso de trabajo y papeles. También la promesa de su nombramiento como Hijos Adoptivos de A Coruña, que todavía no se ha concretado. Ellos pocas veces se han pronunciado al respecto. Numerosos testigos de los hechos, que pasaban por allí aquella noche y presenciaron la paliza, reconocieron durante la instrucción no haber intervenido por miedo a ser agredidos ante la brutalidad de lo que estaban viendo. "Nos salió del corazón", resumieron Diack y Ndiaye sobre el porqué de sus actos.
Los padres de Samuel se llevaron, como es natural, las peores consecuencias. Tal y como su progenitor, Maxsoud Luiz, declaró en la Audiencia el mes pasado, apoyado por informes psiquiátricos, ambos cargan con graves depresiones, apenas salen de casa, están incapacitados para trabajar y siguen adelante como pueden. Cada nuevo día es un desafío para ellos, que han pedido por activa y por pasiva que se les deje en paz. "No vamos a vender a nuestro hijo. Nunca", zanjaba el padre, derrumbado ante la fiscal en una de las sesiones más duras de los largos interrogatorios del juicio.
La vida de su familia y amigos ya nunca volverá a ser la misma, pero el impacto del caso trascendió con creces al entorno inmediato del joven y se contagió a una ciudad que comenzó a hacerse muchas preguntas y replantearse muchas ideas preconcebidas. Durante meses se habló de ello en los bares, en las plazas, en las tertulias de radio y televisión, en los foros de debate y en las conversaciones informales. Arrancó manifestaciones y reacciones de condena y repulsa a lo largo y ancho del mundo. El caso despertó viejos miedos y reabrió algunas heridas en el seno de la comunidad LGBTI que se creían cerradas.
Heridas como las de Iago Legaspi, víctima junto a su novio, en 2010, de una paliza con móvil homófobo en los Jardines de Méndez Núñez, que motivó una de las primeras concentraciones de denuncia de la LGBTIfobia en la ciudad y que más tarde se convertiría en germen de las marchas del Orgullo que cada año, desde aquel, parten de la plaza del Obelisco. "Pensé que había superado aquello, pero las consecuencias psicológicas explotaron con el caso Samuel. En aquel momento no supe procesar la impotencia, el estrés postraumático que aquello me había causado. Lo dejé en un cajón.an pasado 14 años, pero sigo en terapia. Si pudiese hablar con mi yo de entonces, le habría dicho que hiciese las cosas de otra manera", contaba el propio Iago recientemente en estas páginas. Ya entonces creyó que con Samuel se haría justicia. Iago Legaspi, hoy activista, trabajador social y sexólogo, puede ver cumplidas sus sensaciones. "Este veredicto lanza un mensaje claro de lo que supone la homofobia. El jurado, hasta donde yo sé, ha sido claro en este punto: queda demostrada una aversión manifiesta hacia la presunta orientación sexual de Samuel. Si no fuese por eso puede que Samuel a día de hoy siguiese con vida", juzga Legaspi.
Insiste en poner el acento sobre uno de los elementos más alarmantes de todos los que rodearon el caso: la edad de los procesados. Todos en la veintena; dos de ellos, menores en el momento de los hechos. "Es una edad en la que están construyendo su identidad. La heterosexualidad es un elemento más de nuestra identidad, y se ve que en algunos casos, por influencia del entorno, de las redes sociales, de los discursos de odio, estos jóvenes generan aversión hacia personas que viven su sexualidad de forma diferente, y lo hacen para reivindicarse ellos mismos como hombres heterosexuales y la heterosexualidad como norma", desgrana Legaspi.
El legado de Samuel
"El caso tuvo un gran impacto psicológico en la sociedad en general, sobre todo en las personas del colectivo. Recuerdo que la semana siguiente, en los espacios de fiesta, hubo miedo. Nos dejó esa sensación en el cuerpo durante un tiempo", recuerda Martín Vázquez Añel, sociólogo y activista LGTBI que actualmente imparte docencia en el Máster Universitario en Políticas Sociales e Intervención Sociocomunitaria de la UDC. Una sensación de inseguridad que contrastó, señala, con aquella marea de empatía colectiva que llenó María Pita los días posteriores y que evidenció la huella de ese crimen brutal, cuyo legado, insiste, merece la pena conservar. Añel propone que la potencia que llenó María Pita aquel lunes se traslade a una reflexión social ambiciosa, que vaya más allá del punitivismo o la sed de venganza y que la memoria de lo ocurrido con Samuel no se pierda en la inercia del paso del tiempo. "Sí, Samuel sigue presente en la ciudad, hay actos que reivindican su memoria, el Corufest dedica su programación a Samuel cada año... pero tengo la sensación de que nos olvidamos muy rápido de ello", reflexiona.
Lo cierto es que pocos testimonios tangibles quedan de aquellos días en los que la ciudad, movida por el horror, se prometió a si misma ser distinta. Tan solo una flor atada, de vez en cuando, al bolardo junto al que mataron al joven, que alguien se preocupa de cambiar cada poco. Un símbolo efímero de lo mucho que queda por andar, en medio de la avenida de Buenos Aires, tantas veces camino de ida y vuelta. "Deberíamos tener un activismo que trabaje más por la reparación, por otra forma de justicia. Reflexionar sobre qué gana el colectivo porque esta gente vaya a la cárcel. Creo que depositamos demasiado en las herramientas del sistema, como si solo eso fuese a salvarnos. Es un error poner el foco en este caso concreto, en este grupo concreto de cinco personas que aquel día cogieron a Samuel como víctima para reforzar su masculinidad. Debemos poner el foco en la LGBTIfobia estructural. Fomentar esa reflexión desde la organización comunitaria", propone.
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