Crímenes misteriosos

Ana Fernández: la mujer que desapareció misteriosamente en la autovía A-52

En 2008 algo le sucedió pocos kilómetros después de salir de Vigo, cuando volvía a su casa de Cádiz con su marido y su hijo de 10 años

Dispositivo de la guardia civil en la A-52 en busca de pistas.

Dispositivo de la guardia civil en la A-52 en busca de pistas. / JESÚS DE ARCOS

Marta Fontán

Se desperezaba el año 2008 y Ana María Fernández Barreiro residía en Barbate. De 37 años, natural de Vigo y la más pequeña de tres hermanos, los avatares de la vida, que pese a su juventud ya se le había torcido en más de una ocasión, la habían llevado a abandonar su ciudad para asentarse en otros puntos de España. En la localidad gaditana vivía junto a su marido, Francisco José, un madrileño entonces de 38 años a quien había conocido muy joven en un centro de desintoxicación de Palencia, y el hijo de ambos, que pronto cumpliría 10 años.

Visitar Vigo no formaba parte de los planes inmediatos de la pareja, pero una fatal noticia les obligó a hacer las maletas y poner rumbo a la ciudad olívica: los padres de Ana María habían sufrido un grave atropello. Un conductor los arrolló una tarde de domingo, la del 27 de enero, en un paso de peatones. Sus lesiones eran severas. Ambos ingresaron en el Hospital Povisa y necesitarían varias intervenciones quirúrgicas. Se avecinaba una larga rehabilitación.

La estancia en Vigo de Ana, junto a su esposo y el niño, se prolongó durante casi dos meses. “Vino a ayudar a su hermano Roberto, a cuidarnos, a estar en el hospital con nosotros. Fueron muchas operaciones. Yo tenía todo roto e incluso temían por mi vida, no contaban conmigo…”, relata su madre Isolina, hoy viuda y de 82 años. “Mamá, cuando salgas del hospital le hacemos al niño una fiesta de cumpleaños como Dios manda”, todavía recuerda esta mujer las palabras de su hija a propósito del aniversario de su nieto, casi un mes después del accidente, cuando ella permanecía postrada en la cama del hospital. Pero la fiesta de cumpleaños se quedó en eso, en una promesa suspendida en el aire.

La mujer estuvo una temporada en Vigo con su familia para cuidar a sus padres, que habían sufrido un grave atropello

Semanas después de aquella conversación en el hospital, ocurrió algo que dio un dramático giro a la vida de todos. Era el 1 de abril. Ana, su marido y el pequeño seguían en Vigo. “O te vienes conmigo o me largo con mi hijo”, cuenta la familia de ella que le soltó Francisco José a modo de ultimátum. Él ya había cargado las maletas en el coche. “El niño no puede estar más tiempo sin ir al colegio”, habría gritado el hombre también en aquel altercado. El ambiente estaba muy cargado. Se respiraba la tensión. Y no era algo nuevo. El “jaleo” había presidido toda la jornada.

Así que la mujer, aunque sus padres seguían internados, optó por regresar con Francisco José y el pequeño a Barbate. Antes de iniciar el largo viaje por carretera estuvieron con una amiga de ella. Cuando emprendieron camino ya había oscurecido. Por delante casi mil kilómetros de pesada carretera. Ese era el plan.

Pero Ana nunca llegó a Cádiz. En realidad ni siquiera salió de la provincia de Pontevedra. Porque algo sucedió pocos kilómetros después de salir de Vigo, casi a medianoche, en la A-52, una autovía que, una década después, es el escenario de un enigma de película.

Una disputa en el vehículo… y una huida

Las circunstancias de lo ocurrido cuando a esta viguesa se la tragó la tierra han dado lugar a testimonios cambiantes y plagados de contradicciones por parte de las dos personas que le acompañaban: su marido y su hijo. Pero lo cierto es que la primera explicación que dio el esposo, por teléfono y a la amiga de ella con la que habían estado justo antes de partir, es que hubo “una discusión” en el vehículo; que por culpa de Ana tuvo que parar el coche en plena autovía; que ella se bajó y echó a correr; que él salió detrás pero no logró alcanzarla; y que, como pasados los minutos, ella no regresaba al coche, él se puso al volante y siguió su ruta hacia el sur de España con el pequeño de 10 años sentado en la parte de atrás. Así de duro. Así de simple. Así de increíble.

Por su parte, el niño, que no llegó a salir del vehículo, describió el lugar donde su madre se bajó y se adentró entre los matorrales como una zona situada pasando “una gasolinera”; en el margen derecho “había árboles” y en el izquierdo “montaña”. Era una carretera con “dos carriles a cada lado” y una mediana “con un muro”. Y sin casas a la vista. La descripción, pese a su imprecisión, refrendaba la A-52 como el escenario de la desaparición. Los recuerdos del chaval también confirmaron que aquello sucedió cuando todavía estaban cerca de Vigo. Porque cuando más tarde hicieron una parada en una estación de servicio de A Cañiza, “donde había muchos camiones”, como rememoró el menor, la mujer ya no les acompañaba.

Esta súbita desaparición es una de las más misteriosas que se recuerdan en Vigo. El rastro de Ana María se perdió para siempre en algún punto de la autovía, aún hoy sin determinar. Su marido y el pequeño continuarían el viaje, pero con un inesperado cambio de destino: en vez de ir a Barbate pusieron rumbo a Torrevieja (Alicante), en donde residían los padres de Francisco José. Una vez allí, cuando se le preguntó qué había ocurrido con su esposa, el niño ya no escuchó la conversación entre su padre y su abuelo: cuando los adultos se disponían a hablar de lo sucedido, le ordenaron que se fuera a la ducha.

El marido contó a una amiga por teléfono que Ana bajó del turismo, echó a correr y que él, tras salir detrás, no pudo alcanzarla

Habría de pasar algún tiempo hasta que la familia de Ana María tuvo noticias de lo ocurrido ese 1 de abril. “Todavía estábamos internados. Yo subía de rehabilitación y vi a mi marido en la habitación muy triste. Me dijo que había llamado Francisco y que le dijo que nos pusiésemos a buscar a nuestra hija, que no sabía nada de ella”, recuerda ahora la madre de la víctima. Fue el propio marido de Ana quien presentaría la denuncia de la desaparición, pero lo hizo pasadas al menos dos semanas. Él justificaría esta incomprensible tardanza en avisar a las autoridades en que su esposa ya había huido en anteriores ocasiones y al final siempre regresaba.

Arrancan las pesquisas… y la causa acaba en el juzgado de violencia de género

Tras tener conocimiento la Guardia Civil, un juzgado de Vigo, el de Instrucción número 7, abrió diligencias por la desaparición. Pero en poco tiempo el asunto pasaría a manos de otro tribunal: al Juzgado de Violencia sobre la Mujer. Esta sala comenzó a instruir la causa el 12 de junio de 2008. La lupa se había puesto sobre Francisco José. Y es que la “principal línea de investigación” fue la de la presunta implicación del esposo en la desaparición. Sus “contradicciones”, refiere uno de los oficios policiales incorporados al sumario, apuntaban, o eso se sospechaba, hacia una “clara implicación” en los hechos.

Las diligencias de investigación se sucedieron, aunque con gran mutismo dado el secreto sumarial decretado por la juez. Esto explica que durante meses no trascendiese públicamente nada. La desaparición de Ana tampoco aparecía en los medios de comunicación. Hasta que la noticia acabó saltando en pleno verano.

Y el descubrimiento fue inevitable. Porque un espectacular dispositivo evidenció, el 24 de julio, víspera de Santiago Apóstol, que decenas de uniformados buscaban algo o a alguien en la A-52. Los 40 agentes de distintas unidades de la Guardia Civil desplegaron un operativo de rastreo entre Cans (Porriño) y la zona de O Confurco (Ponteareas), en un tramo de ocho kilómetros de una cuneta tomada por espesos matorrales. Trataban de recabar pistas de lo ocurrido allí casi cuatro meses antes. En su búsqueda contaban con perros especializados en hallar cadáveres. La acción no tuvo éxito. Siguieron varios días más y se amplió la zona de búsqueda. Nada.

El imputado incurrió en constantes “contradicciones”; una de ellas, el lugar donde se perdió la pista a su esposa

Por entonces el marido de Ana ya había declarado al menos en tres ocasiones. La última, en calidad de imputado y en sede judicial, fue solo dos días antes de iniciarse los rastreos en la autovía. Los informes de la Guardia Civil que se fueron sucediendo desde el inicio resaltaban las “contradicciones” o afirmaciones “que no se ajustaban a la realidad” en las que supuestamente fue incurriendo el investigado. Una de las más flagrantes: el lugar de la desaparición. Él justificaría tiempo después las imprecisiones diciendo que no conocía Vigo y que, además, era de noche.

En una de sus primeras comparecencias ante la Benemérita en Barbate situó el punto de la huida en “la plaza de Las Traviesas” de Vigo. En su relato fue más allá y concretó que, tras bajar del coche, su mujer “cogió una bocacalle” y se marchó. En esta versión, ella querría marcharse para arreglar “unos problemas” con “sus hermanos”.

En julio, en un interrogatorio ante la juez, ofreció otras referencias. Así lo acreditan los investigadores en un informe: “Francisco José da unas ubicaciones vagas y poco concisas que no se ajustan a las normales explicaciones que debería de dar ante la gravedad del hecho que nos ocupa, situando los hechos en un principio en las proximidades de la plaza de España de Vigo, para más tarde situarlos ya en plena autovía”. Para la Guardia Civil, que ya no dudaba de que la desaparición fue en esa carretera, estos cambios de versión respondían únicamente a un “afán por distorsionar la verdad”.

Y habla el testigo clave: el hijo del matrimonio

¿Y el menor? ¿Qué dice? ¿Qué vio? ¿Qué sabe? El hijo de Ana María y Francisco José estaba en el coche cuando su madre desapareció. Era, pese a su corta edad, el testigo clave. El niño también testificó en varias ocasiones, pero para los agentes no hay duda de que siempre lo hizo “inducido” y “fuertemente influenciado” por su progenitor. ¿Por qué? Porque el contenido de las declaraciones que ambos iban prestando en los distintos momentos de la instrucción eran sospechosamente “coincidentes”. Para la investigación, las palabras del hijo de la víctima estaban “viciadas” de acuerdo “a las directrices marcadas por su padre”.

Como por ejemplo una ocasión en que describió que su madre, en ese suceso oscuro en la A-52, llegó a dirigirse a un camión “para decirle que la llevara a Vigo”. Pero el menor posteriormente “se sinceró” y reconoció que ese episodio del camión no lo vio, sino que “se lo contaron”. Su padre y sus abuelos paternos, admitió, “le dijeron algo de lo que tenía que decir” en sus declaraciones, expresando incluso que estaba “un poco agobiado” sobre lo que debía manifestar.

El niño estaba “inducido” e “influenciado” por su padre, pero llegó a declarar que le dijo que su madre estaba “muerta”

Pese a ello, para la Guardia Civil resultó revelador y, dio credibilidad, a la descripción que el niño hizo de donde desapareció su madre. También destaca que en una de las exploraciones (interrogatorios) que realizaron, el chaval relató “que durante el viaje y antes de llegar a Torrevieja su padre le dijo que su madre estaba muerta”. Y en esta conversación en sede judicial esto lo diría “hasta en tres ocasiones”. Ana habría pasado de la condición de desaparecida a muerta en cuestión de horas. Pero eran solo las palabras de un niño.

La juez también había autorizado intervenir el teléfono del imputado. Para los investigadores, sus conversaciones evidenciaban un carácter “especialmente agresivo o violento” ante “circunstancias adversas”. Los agentes escucharon cómo, meses después del suceso, quiso hacer creer a algunas personas que Ana estaba viva. “Apareció en Vigo”, le aseguró, a sabiendas de que no era verdad, a un guardia civil gaditano. Una frase que contrasta, según la Guardia Civil, con otras afirmaciones vertidas por teléfono “en cuanto a que ha sido él el que la mató”.

Como los comentarios realizados a una mujer con la que contactaba con frecuencia, según revelaron los “pinchazos”. “En numerosas ocasiones, explícitamente le dice que él ha matado a su mujer, si bien inmediatamente o en conversaciones posteriores, se retracta de lo dicho aduciendo que, en algunos casos es una broma, que en otros es el alcohol o en otros simplemente dice que es lo que la gente quiere oír”, se puede leer en un informe policial.

Yo le corté el cuello y la enterré en las marismas, es lo que todos quieren oír, ya está”, transcribieron por ejemplo los agentes. O esta otra expresión, extraída de una nueva conversación, en la que incluía a su hijo: “Ven y dile qué hicimos con mamá y en dónde la enterramos”.

Un callejón sin salida: ni había pruebas definitivas ni aparecía el cadáver

Pese a las sospechas, más o menos fundadas, la causa se encontró casi un año después de la desaparición en un callejón sin salida. A finales de enero de 2009 se levantaría el secreto de sumario. Y el 25 de febrero la magistrada decretaría el sobreseimiento provisional del procedimiento. No había pruebas sólidas. No había cadáver. En realidad, no había casi nada a lo que aferrarse. Así que Francisco José, que se había quedado con la tutela de su hijo, se vio exento de todo cargo. Libre.

Cuando parecía que el caso estaba condenado a engrosar el capítulo de los expedientes X, inopinadamente tuvo una segunda oportunidad. Era 2013. Hacía ya cinco años que no se sabía nada de Ana María. Pero el 11 de junio se produjo un hallazgo que permitió reactivar la investigación. El responsable de una empresa que hacía labores de desbroce y limpieza en unos montes comunales en la parroquia de Oroso, en A Cañiza, se personó ese mediodía en el puesto de la Guardia Civil. Lo hizo un tanto sobresaltado, sin duda extrañado. El hombre contó que en la zona donde trabajaban, en el lugar de Carballal plagado de pinos y robles, se toparon con algo inesperado en un talud: un cráneo. El elemento presentaba un aspecto “algo deteriorado y aparentemente antiguo”. Y junto a él cuatro bolsas azules, algunas de ellas con restos óseos pertenecientes a animales.

Cinco años después de desaparecer la víctima fueron hallados unos restos óseos en A Cañiza que permitieron reabrir la causa

Varios agentes fueron al lugar y verificaron que aquello era un cráneo, en apariencia humano. La comisión judicial se encargó de hacer el levantamiento y los restos se trasladaron para su análisis a la Unidad de Antropología Forense de Verín (Ourense), el servicio donde desarrolla su labor el reconocido especialista Fernando Serrulla, que contó en este caso con el apoyo de José Luis Gómez, jefe de la sección de Patología Forense de la subdirección viguesa del Instituto de Medicina Legal de Galicia (Imelga).

El asunto recayó en un juzgado de Ponteareas. Pero poco tiempo después lo reclamaría el de Violencia sobre la Mujer de Vigo. ¿La razón? Las sospechas de que el cráneo pudiese pertenecer a Ana. “Visto el contenido del oficio policial, en la medida que ofrece datos indiciarios que podrían arrojar luz sobre los hechos objeto de esta causa, procede la reapertura de la misma”, decretaba la juez el 9 de agosto de 2013. ¿Por qué relacionaban esos restos óseos con la desaparecida? Así lo describe la magistrada en otro auto: “[…] el lugar donde se halló el cráneo está cercano e inmediato a la autovía que coge el imputado junto con su hijo menor y su pareja”. La zona se encontraba también a escasos tres kilómetros de “la gasolinera” que el niño describió como en la que él y su progenitor pararon en aquel viaje cuando ya no estaba su madre con ellos.

El primer estudio apuntaba que el cráneo “podría ser” de mujer y su “morfología” evidenciaba alguna “enfermedad mental”

El primer estudio en Verín del cráneo arrojo que “podría ser” de mujer, así como que conforme a la “morfología” del mismo, “tiene unos rasgos que pudieran evidenciar algún tipo de enfermedad mental”. Para tratar de averiguar si era de Ana María, lo primero que hizo el juzgado tras reabrir el caso fue autorizar al Servicio Galego de Saúde (Sergas) y al Servicio Andaluz de Salud que facilitasen el historial médico de la desaparecida, “en especial aquellos estudios radiológicos del cráneo”. La identificación genética de los restos humanos quedaría para un momento posterior a estas primeras pruebas periciales.

La juez, que igual que en 2008 decretó el secreto sumarial para evitar que trascendiese que la instrucción se había reiniciado, puso otra vez el foco sobre Francisco José y ordenó de nuevo intervenciones telefónicas: se pincharon hasta seis líneas que estaban a su nombre. Y se volvieron a hacer rastreos, en este caso en un amplio perímetro en torno al sitio de A Cañiza donde estaba el cráneo. Y fue la amplia presencia policial allí lo que de nuevo hizo saltar la noticia a los medios de comunicación. Los días 25 y 26 de septiembre de 2013 casi una veintena de agentes se desplegaron en la zona. No hallaron más restos humanos, pero sí recogieron lo que parecían retales de mantas o de forro y prendas de mujer, que no aportarían nada relevante.

Y junto a los rastreos y los “pinchazos telefónicos”, declara otra vez el menor

En 2013 el que había sido marido de Ana continuaba en Barbate, pero había rehecho su vida. Tenía nueva pareja, una hija pequeña y el hijo en común con la víctima, ya de 15 años, seguía a su cargo. En esa época, sin embargo, Francisco José estaba de nuevo en un centro de rehabilitación, del que salía en ocasiones para ir a casa. Lo hizo por ejemplo al enterarse de que las pesquisas estaban reactivadas: lo supo al trascender el amplio despliegue de guardias civiles aquel septiembre en A Cañiza. Él, entonces, ignoraba que sus teléfonos ya habían sido de nuevo intervenidos.

El hijo de Francisco José y Ana, ya un adolescente, tuvo que volver a declarar en el procedimiento. Lo hizo por videoconferencia desde Barbate, en enero de 2014. Y los investigadores comprobaron, refieren en el informe posterior a esta comparecencia, que seguía influenciado por su progenitor. Sobre lo sucedido el 1 de abril de 2008, relató que su madre se adentró “en el bosque” en aquella autovía “con lo que llevaba puesto”, pero concretando que su padre “no se separó en ningún momento del vehículo” para ir tras ella.

La conclusión que sacó la Guardia Civil de esa entrevista con el menor es que se afanaba en “defender la figura del padre”. “[…] ya no solo intenta aportar una imagen positiva de su padre, sino que deja entrever una inestable situación psicológica de su madre, exponiendo que cree que tiene una enfermedad pues cambiaba muy rápido de humor y que desaparecía habitualmente de casa, llegando a estar hasta una semana fuera de casa”, se describe en el oficio. El chico afirmó incluso no recordar lo que había relatado cinco años antes, de que su progenitor, en aquel viaje, le había dicho hasta tres veces que su madre “estaba muerta”.

Aunque como en 2008 los agentes volvían a tener la convicción “clara e irrefutable” de que Francisco José era el presunto responsable de la desaparición de Ana, tampoco ahora llegaban las pruebas definitivas. Y el hombre negaba cualquier relación con el destino de la mujer con la que había compartido su vida. En declaraciones concedidas a FARO, en octubre de 2013, tras conocerse el hallazgo de los restos óseos en A Cañiza, insistía en su inocencia.

Creen que la maté porque fui el último que la vio, cuando en realidad solo yo me preocupé de ella y denuncié su desaparición, cosa que no hizo la familia. Gracias a lo que declaró mi hijo se vio que yo no tenía nada que ver; no la maté, la dejé viva en la autovía aquella noche y seguí viaje con el niño”, argumentó, negando que hubiese discutido con ella en el coche. “Es mentira”, dijo. Remarcó que con quien tenía problemas la mujer era con su familia. Aquel día, cuando se bajó del coche en la autovía, aseguró, estaba furiosa “con uno de sus hermanos”.

“Yo no la maté, la dejé viva en la autovía; quiero olvidar el tema, ya rehice mi vida”, decía el investigado en 2013

El hombre se mostraba molesto con que lo vinculasen con la violencia de género e incluso atribuía a la desaparecida la responsabilidad de que la “convivencia” con ella fuese “muy difícil”, “una locura”. “Yo en mi vida le toqué un pelo y ella se hinchaba a darme cuando le entraban las depresiones esas, tenía problemas mentales y en Barbate seguía consumiendo”, relató. En definitiva, afirmaba tener la conciencia muy tranquila en cuanto a que no estaba implicado en lo ocurrido en la A-52 y dejaba claro que él ya había pasado página hacía tiempo. “Si el cráneo que ha aparecido es de ella lo siento por ella; es una pena ya que era la madre de mi hijo; pero yo lo que quiero es olvidar el tema”, zanjó.

Lo cierto es que, finalmente, las pesquisas volvieron a frustrarse. Un informe pericial emitido en marzo de 2015 concluyó que el cráneo hallado no era compatible con los perfiles de ADN que permitirían identificarlo como el de Ana María. No era, se concluyó sin género de dudas, de la desaparecida. Así que el juzgado vigués devolvió al tribunal de Ponteareas las diligencias en relación con esos restos. Y ese mismo verano dictó, por segunda vez, el sobreseimiento provisional de la causa.

La madre de Ana: “Yo y mi marido lloramos como niños; y él ya murió sin saber qué pasó”

La familia viguesa de Ana no pierde sin embargo la esperanza de que alguna vez todo se esclarezca. “El caso está ahora archivado; fue una buena instrucción judicial, pero al no existir pruebas concluyentes ni haber aparecido el cuerpo, no se pudo avanzar”, valora el abogado que los representa, el vigués José Enrique Paz, que cree que, al margen de que por sorpresa surgiese alguna nueva pista, la vía que quedaría para tratar de aportar luz a lo ocurrido el 1 de abril de 2008 es que se intente una nueva toma de declaración al hijo de la víctima, en la actualidad ya mayor de edad. “Quizá ahora con la madurez pudiese recordar algún extremo…”, reflexiona el letrado.

La madre de Ana María confiesa que nunca ha podido superar la pérdida de su hija en estas circunstancias. “Yo y mi marido lloramos como niños; y él se fue, se murió hace cuatro años, sin saber lo que ocurrió; eso es algo muy duro, solo lo sabe el que lo pasa”, confiesa Isolina Barreiro. Su esposo fue para ella el gran apoyo, la persona que le daba “esperanzas”. “Y ahora me falta él y me falta todo. Sufrimos juntos por Ana y ahora sufro yo sola por todos”, lamenta esta mujer, que asegura que no pudo volver a ver a su nieto de Bárbate, ni tener contacto telefónico con él, desde la desaparición de su hija.

“Fue una buena instrucción; pero sin pruebas concluyentes y sin cuerpo no se pudo avanzar”, opina el abogado de la familia

Uno de los hermanos de la desaparecida, Roberto, ahonda en que, aunque la esperanza es siempre lo último que se pierde, pasados tantos años parece evidente que Ana no está viva, que algo trágico ocurrió aquella noche de 2008. “Una madre nunca se iría así sin más; nunca abandonaría a un hijo”, interviene en este punto el letrado. La familia de esta mujer nunca vio con buenos ojos la relación que tuvo con el que estuvo imputado por su desaparición. Todo lo contrario. Considera que la vía de investigación que se siguió con él era la correcta. “Yo creo que sí; está claro que a nadie le gusta que le carguen con algo que no hizo, a mí por ejemplo no; pero existían indicios, ahí estaban…”, concluye Roberto.

Pero lo cierto es que hoy, diez años después de que a Ana se le perdiese la pista en la A-52, las preguntas en torno a su desaparición siguen sin respuesta. La oscuridad que aquella noche de abril había en la autovía se ha extendido también, como un espeso manto, sobre este caso.

Ana María Fernández Barreiro nació en Vigo el 30 de octubre de 1970. Fue la tercera hija, la más pequeña, de Isolina y Roberto. Su madre, hoy de 82 años, recuerda que se formó en estudios administrativos en un centro en la calle del Príncipe. Sin embargo, las drogas se cruzaron en su camino. Sus progenitores lucharon para que saliese de ese mundo. “Me hablaron bien de un centro de desintoxicación en Palencia; se lo pagamos nosotros, eran 125.000 pesetas al mes”, rememora Isolina. Allí conoció a Francisco José, natural de Madrid. La joven lo llevó a Vigo para presentárselo a su familia. Querían casarse. Su hermano le dijo que "se lo pensase bien". Él no le daba "buena sensación".

La pareja, que tuvo un hijo, vivió en Torrevieja y después se trasladó a Barbate. La familia describe a Ana como “sensible” y, lamentan, “manejable”. Le gustaba la “naturaleza”. Isolina recuerda lo bien que su hija “trabajaba” el cuero: “Tenía unas manos de oro, hacía bolsos, zapatos, pulseras…; algunas cosas las vendía”. No solo eso. “También tenía buenas manos para coser; de mi ropa hacía un traje o un abrigo para ella”, rememora también sobre Ana, a la que perdió abruptamente un 1 de abril de 2008. “La quería por la vida”, afirma.