ENTREVISTA

Cristina Fallarás, periodista y escritora: "Se ha aprendido a convivir con la violencia sexual"

"Entre hombres y mujeres se abrirá una brecha más grande", asegura la autora de "No publiques mi nombre": "La violencia sexual tiene un límite claro: el consentimiento"

Cristina Fallarás.

Cristina Fallarás. / / LNE

Pablo Antuña

Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), periodista que ha trabajado en diversos medios de comunicación, ha publicado también varios libros. Estará esta tarde a las 19.30 horas en el Antiguo Instituto de Gijón para presentar su último trabajo, "No publiques mi nombre", acompañada de Sofía Castañón. Es un volumen en el que recopila testimonios anónimos recogidos en Instagram, y que ahora ha traspasado a un libro para que no pierdan visibilidad tras el cierre de su cuenta en dicha red social.

La recopilación de los testimonios surgió a raíz del "caso Rubiales" y el libro se publicó con el "caso Errejón".

En 2018 lancé la campaña "Cuéntalo", que tuvo millones de actuaciones y testimonios. Cada mujer lo narraba desde su propio perfil, y me di cuenta de que había muchas que no podían hacerlo desde su propia cuenta, por razones evidentes, porque si pones que tu marido te pega, cuando llegas a casa te mata. Me di cuenta de que hacía falta narrarlo en anónimo. Decidí iniciarlo cuando Rubiales habló de "falsas víctimas" y de "malas víctimas", pero con esa idea de falsas y verdaderas víctimas, cuando en realidad todas hemos sido víctimas de alguna manera. Luego ya llegó lo del beso de Rubiales y el discurso que hizo, que fue muy torpe. Y el libro se publicó cuando el "caso Errejón", que vino a confirmar que estamos en lo cierto: los testimonios permiten que muchas mujeres se reconozcan y puedan narrar sus casos. Es más, el testimonio de Errejón, cuando lo colgué ,no sabía que hablaba de él.

¿La reacción ante estos dos casos mediáticos hubiera sido la misma hace unos años?

Creo que hemos avanzado. El movimiento "Me Too", que nace en 2017, es el gran cambio, cuando las mujeres empezamos a narrar en voz alta o por escrito las violencias que hemos sufrido. Se rompió un silencio que había permanecido ahí toda la historia de la humanidad.

¿Se ha aprendido a convivir con la violencia sexual?

Sí, todas las mujeres estamos acostumbradas a convivir. El simple hecho de que te dé miedo ir por la calle de noche sola es violencia sexual. O de que tu hija vaya a una fiesta y vuelva sola a las tres de la mañana. Ese miedo y el tener cuidado es algo que tenemos asumido. Ahora el gran cambio es que nos atrevemos a narrarlo en público.

¿Qué más se necesita para cambiar esta situación?

Que cambien los hombres, hasta ahora solo lo hemos hecho las mujeres. Los chavales están siendo víctimas de que sus padres, abuelos o tíos no estén dando ese paso. Cuando se dicen que son más violentos o extremos, la responsabilidad es de los hombres que no han reaccionado y no han dotado a los chavales de las herramientas frente a esto. Y el problema es que entre mujeres y hombres se abrirá una brecha cada vez más grande.

¿Están marcados los límites de la violencia sexual?

Para mí está clarísimo y se llama consentimiento. Si digo para, existe un límite, y no puedes besarme en el cuello. Cuando salió la idea del consentimiento parecía muy rebuscada y ha acabado como algo muy evidente. Lo que no está tan claro es el motivo por el que una parte de la sociedad no lo asume.

¿A qué cree que se debe?

Por costumbre. Recuerdo cuando empecé a trabajar en un periódico, cada vez que pasaba por al lado de un hombre con un cargo superior al mío, me pegaba una cachetada en el culo, con total impunidad. En el siguiente que trabajé cobraba un sueldo mucho menor que el de mi compañero hombre con el mismo cargo. A mí me han violado en la universidad, y he aguantado comentarios sobre mi físico o manera de comportarme. Y un político catalán me mandó la foto de su pene. Y lo he aguantado como mujer mayor que soy, porque las inercias y costumbres sociales tardan mucho más en cambiarse.

¿Cómo se puede combatir?

El mayor problema de la violencia sexual es que se da en la familia. Todas tenemos cierta prevención a pensar que nuestro padre, tío o abuelo es un violador. El 80 por ciento de los casos se dan en la familia o círculos cercanos. Eso hace que la violencia sexual sea siempre mucho más difícil de tratar y asumir. Es un problema gordísimo.

¿Qué es lo que más le ha sorprendido entre los testimonios recogidos?

Me sobrecogen casi todos, pero hay algunos que me impresionan mucho, como sagas de violencia, la abuela era violada, también la madre y ahora la hija. Esa perpetuación en familia hace que las mujeres entre ellas asuman la culpa por no haber podido hacer nada, y es una parálisis que les impide actuar, y ahí existe un dolor familiar brutal.