ENTREVISTA
Carlos Briones, investigador del CSIC: “Estamos muy lejos de una autoconciencia de la inteligencia artificial”
“Las pseudociencias y las pseudoterapias utilizan torticeramente terminología científica”

Carlos Briones es químico, investigador del CSIC y divulgador científico.

¿Cuál fue el origen de todo? ¿Podemos viajar en el tiempo? ¿Qué es la vida? ¿Por qué morimos? Y así hasta 52 preguntas de la ciencia, una por cada semana del año. Es lo que plantea Carlos Briones en su libro “A bordo de tu curiosidad” (Crítica).
Su libro va de preguntas fundamentales de la ciencia, y es casi obligado preguntarle sobre las que planteaba Siniestro Total: “quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos”. ¿Cuál le parece que sigue sin respuesta?
Ya habrá visto que cito a Siniestro Total en el libro... Estamos muy lejos de saber quiénes somos realmente. ¿De dónde venimos? Pues lo mismo, cada vez sabemos más de la evolución del universo, tenemos más datos sobre cómo pudo empezar la vida y cómo ha funcionado la evolución, pero tampoco conocemos muy bien esas etapas iniciales del origen de la vida. ¿Y a dónde vamos? Esa creo que no tiene respuesta. Va a depender de lo que nosotros mismos vayamos construyendo en el futuro, de nuestra relación con el medio, con lo que nos rodea y con nuestras propias aspiraciones.
Decía el premio Nobel de Física Richard Feynman, al cual cita también en el libro: “No me asusta no saber cosas”. Sin ignorancia no hay curiosidad, pero estamos en una época de auge del efecto Dunning-Kruger: cada vez más gente, sobre todo en redes sociales, cree saber mucho más de lo que realmente sabe.
Sí, ese es uno de los retos de la actualidad. Parece que todo es opinable, y eso es un error. Hay cosas que no son opinables. Cuando una cosa se demuestra que es cierta ya no hay mucho que opinar sobre ella. Por otra parte, hay que ser valiente y asumir que hay muchas cosas que no sabemos. Ese es el botón que hay que pulsar para que surja la curiosidad y el espíritu crítico. Los opinadores profesionales, que parece que tienen certezas sobre cualquier tema, en el fondo no saben de nada. Como digo en varios puntos del libro, la ciencia nos enseña a dudar, a ser prudentes y conscientes de que somos muy pequeñitos en relación con todo lo que nos rodea.
¿Es partidario de que los científicos debatan con terraplanistas y antivacunas? ¿Vale la pena?
Es una duda que siempre tenemos. Este verano fue famoso el debate en el que participó mi buen amigo Javier Santaolalla, que es prologuista del libro. Yo le defendía en redes por haber ido allí, por haber sido tan valiente, pero es cierto que es un poco como darte cabezazos contra la pared. Si ante un terraplanista dices que una muestra de que la Tierra no es plana es que vemos el movimiento de las estrellas y su respuesta es que las estrellas no existen, pues, caramba, se acabó la conversación. No estamos hablando entre seres racionales. Creo que conviene que al menos a los seguidores de estos –no sé cómo llamarlos, magufos, iluminados o magos, en el peor sentido de la palabra–, desde la ciencia o desde la divulgación científica, de vez en cuando haya alguien que les confronte con las evidencias, y poner claro que son invenciones absurdas. Ese público que escucha al cantante jubilado que dice que las vacunas no funcionan, o al youtuber que dice que la Tierra es plana, si de vez en cuando escucha también al científico que dice que eso es absurdo, yo no lo veo mal.
Decía Arthur C. Clarke que “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. La tecnología, incluso la de nuestros móviles, logra cosas que parecen mágicas, y por eso las pseudoterapias nos venden lo cuántico, las energías, la neurociencia…
Sí, ese es uno de los problemas que veo en la relación de la ciencia y la sociedad, y eso te obliga a comunicarla bien. Los científicos, y lo digo también en algún capítulo, tenemos que hacer autocrítica, porque igual no estamos contando bien las cosas, o no estamos, entre comillas, bajando al nivel de la gente. Yo creo que merece la pena hacer ese esfuerzo, salir de nuestra torre de marfil o de nuestra cátedra y explicar las cosas. Dar charlas y hablar con el público, porque muchas veces la población general no es ignorante en ciencia porque quiera, sino porque no ha tenido la oportunidad de aprender, o porque se han tragado toda la física, las matemáticas o la química en el instituto y no han vuelto a querer saber nada de ello. Ante personas que no tienen ese conocimiento triunfan rápidamente las pseudociencias. Hay que aumentar la cultura científica. Si no, parece que cuando hablas de física cuántica es magia y todo lo que tenga el apellido “cuántico”, “terapia cuántica”, la gente se lo cree y eso es un absurdo absoluto. Gran parte de las pseudociencias y todas las pseudoterapias utilizan torticeramente terminología científica para parecer más importantes o más creíbles, cuando lo que están demostrando es que son unos estafadores absolutos.
Antes se tardaba dos años en definir la estructura en 3D de una proteína, y ahora la inteligencia artificial (IA) lo hace en dos minutos con herramientas como AlphaFold (de Google DeepMind). Incluso se pueden “inventar” proteínas que no existen en la naturaleza. No sé si nos damos cuenta de todo lo que nos depara todo esto.
Sí, esa es una de las puntas de lanza de la investigación y de lo que va a marcar el futuro. Cuando le dediqué dos capítulos a la IA quería desmitificar todo lo que se está diciendo, poner en claro cuáles son sus problemas, que los tiene, evidentemente, pero también hacer una lectura positiva de todo lo que ya nos está ayudando y lo que nos va a seguir ayudando. En la medicina, por supuesto, pero también en la biotecnología en general, en el control ambiental, o en temas más sociológicos, como el control de tráfico o la gestión de colas en los aeropuertos. Todo eso con IA ya está cambiando nuestra vida. En biología molecular, en genética y en biotecnología llevamos muchos años beneficiándonos de esos avances. Ningún grupo científico ni consorcio de grupos científicos podría haber determinado la estructura de todas las proteínas humanas, y eso lo ha hecho una IA. Pongamos límites a la inteligencia artificial en el sentido de que no sea un todo vale, que no se vulneren derechos de autor y que no se generen “deepfakes” o contenidos falsos malintencionados, pero aprovechémonos de todo lo que es como una herramienta fascinante para el futuro.
¿Podrá una inteligencia artificial adquirir conciencia, entendida como facultad por la que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo?
Para este libro, lo que más he hecho ha sido leer a gente que sabe. Evidentemente, no sé mucho de todos los temas que trato. Por eso empiezo con esta cita de Borges que me gusta mucho: “Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las que he leído”. He leído mucho para preparar este libro y he hablado mucho con gente que sabe. Y todo lo que leo y hablo sobre IA me dice que estamos muy lejos de una autoconciencia. Una inteligencia artificial a día de hoy es un procesamiento de datos muy avanzado, pero de ahí a que se conviertan en, digamos, personitas que tomen sus propias decisiones, como HAL 9000, que no te quieran abrir la puerta de tu nave espacial... para eso parece que falta mucho o que quizá nunca se logrará, no se pueden emocionar o quizá no puedan soñar con ovejas eléctricas. Pero, como base de datos y como forma de construir a partir de todo el conocimiento acumulado por la humanidad, son magníficas.
¿Y en el futuro?
No lo podemos saber, porque esto va muy rápido. A lo mejor sí que acaba teniendo una autoconciencia y a lo mejor hay inteligencias artificiales que empiezan a tomar decisiones por su cuenta. Quiero confiar en que los humanos siempre estemos al mando y que la IA siga siendo una herramienta y no un enemigo como en las pelis de ciencia ficción. Creo que no hay que ser muy fatalistas en este sentido. Hay una norma muy clara en Europa y en otros países.
Ha citado a HAL 9000, que en la película “Odisea 2010” advertía que no se debía aterrizar en Europa. En unos días despegará una misión de la NASA a Europa, esta luna de Júpiter.
Sí, pero no va a tocar Europa. Va a orbitarla, ahí HAL 9000 nos tiene que perdonar [ríe].
¿Y por qué se ha elegido esta luna de Júpiter? ¿Por qué no Titán, de la que habla también en el libro?
Están muy de moda ahora en astrobiología lo que llamamos mundos helados, satélites de Júpiter y de Saturno que tienen una costra de hielo en su exterior y por debajo de esa capa tienen un gran océano de agua líquida. Cada vez hay más pruebas a favor de este modelo. Es especialmente interesante Europa en el sistema de Júpiter y Encélado en el sistema de Saturno, porque tienen una capa gruesa de hielo. En el caso de Europa, de unos 20 kilómetros, y debajo un océano de agua líquida. En el manto hay volcanes submarinos que van aportando moléculas químicas a ese océano. Y esa capa de hielo protege al océano de que se pierda en el cosmos y de la radiación del propio Júpiter y del Sol. Por eso es un sistema en el que pensamos que podría haber vida. Resulta que de vez en cuando esa costra de hielo de Europa es atravesada por géiseres, por el agua a presión que está dentro, y salen proyectados hacia el exterior. Naves que puedan orbitar Europa y de intersectar en algún momento esos géiseres serían fantásticas, porque nos permitirían analizar esa agua sin necesidad de plantearnos una perforación de 20 kilómetros y sin contaminarla. Hace un año salió una misión de la Agencia Espacial Europea que se llama Juice y ahora saldrá la Europa Clipper de la NASA con la intención de hacer muchos vuelos a baja altura sobre Europa, intentar saber mucho de su morfología, pero también analizar la posibilidad de que pueda tener vida en su interior.
Ha investigado mucho los virus, que marcan, de alguna manera, el límite entre lo que está vivo y lo que no está vivo. ¿Podrían haber sido los antecedentes de las primeras formas de vida en el planeta?
Los virus son fascinantes porque siempre han estado ahí, desde el origen de la vida. Trafican con información genética, van modificando unos organismos con genes de otros y van haciendo una especie de puzle. Cuando hemos podido conocer el genoma humano hemos visto que la mitad de nuestro genoma proviene de fragmentos que han llegado a nuestra historia evolutiva a través de virus. Nos han construido tal como somos, son muy importantes. Hay más virus buenos que malos, como digo en el libro, lo que pasa es que los malos se hacen famosos de vez en cuando, como en la última pandemia. Pero, claro, la pregunta de si ya estaban antes de las células en el origen de la vida tiene el problema de que todos los virus son parásitos. Los virus no pueden hacer copias de sí mismos a no ser que tengan el metabolismo de una célula. Un virus fuera de una célula se muere. Por eso no se consideran como tales seres vivos. Los seres vivos deben tener metabolismo, un material genético y un compartimento, y a los virus les falta el metabolismo. Es muy difícil imaginarse un virus que fuera anterior a la célula cuando el virus necesita la célula para reproducirse. Pensamos que quizás surgieron a la vez las células y una especie de parásitos que los rodeaban, que eran los virus. En particular, los virus que tienen genoma de ARN, que son la mayor parte de los que nos infectan. Investigamos mucho los virus por varios motivos. Por supuesto, por la importancia clínica que tienen, pero también porque constituyen buenos modelos para el origen de la vida, para esas poblaciones de moléculas que debían estar por ahí rodeando las células hace unos 4.000 millones de años.
En el libro ofrece muchísimas recomendaciones, tres por cada capítulo, de películas, museos, blogs, portales, YouTube...
En los libros solemos recomendar otros libros, y al final acaba siendo una especie de bucle. Yo quería recomendar distintos referentes culturales: cine, museos, espacios naturales, canales de YouTube o podcast. Es algo que los jóvenes consumen muy bien. Quedarnos anclados en los libros me parece un error. El “Viaje a la luna” de Georges Méliès es ciencia ficción, y de eso hace un siglo. Leo mucha ciencia ficción y consumo cine de ciencia ficción. Hay películas magníficas, por ejemplo “Gattaca” te habla de genética y de si hay o no un determinismo genético de una forma magistral.
¿E “Interstellar”?
“Interstellar” te pone al borde de lo que puede ser o no posible con los viajes en el tiempo, con la relatividad y con esa cosa tan inquietante como que pase el tiempo de forma distinta cuando estás volando a la velocidad de la luz que cuando te quedas en casa. Está muy bien hecha y me gustó muchísimo. Es ciencia ficción, evidentemente. Pero la primera hora me parece una película dramática, maravillosa, del final de una era de civilización que ha terminado con el clima del planeta. Y luego, ese viaje a través del agujero de gusano es un guiño a la ficción. Los agujeros de gusano se pueden plantear a nivel matemático, pero nunca se ha conocido ninguno, ni saben los físicos si pueden existir realmente. Eso sí, Christopher Nolan tuvo como asesor a Kip Thorne, nada menos que uno de los principales astrofísicos y cosmólogos, que poco después recibió el premio Nobel de Física.
Caray.
Cuando en una peli tienes como asesor a un científico de ese calibre, te va a dar los mejores consejos posibles para que sea creíble. Es interesante desde el punto de vista de la astrobiología, porque nos presenta tres planetas distintos, desde el punto de vista del clima y de formas de vida, y da mucho juego. He hablado de esta película muchas veces en cinefórums y es una forma muy atractiva de hablar de ciencia, tanto a jóvenes como a mayores, empezar a distinguir lo que puede ser y lo que no puede ser, dentro de la película, y a partir de ahí, seguir ampliando la curiosidad.
Imagine que un genio salido de una lámpara le concediera el deseo de conocer la respuesta a una sola pregunta fundamental de la ciencia. ¿Cuál elegiría?
Caramba, intentaría caerle bien al genio para poder hacerle más preguntas [risas]. Pero una pregunta que me fascina y a la que dedico parte de mi vida profesional es el origen de la vida. Estamos intentando combinar geología, química, biología… un montón de disciplinas, y vamos poniendo piezas en el puzle, pero es muy difícil saber cómo ocurrió este proceso, hace 3.800 o 4.000 millones de años. Al genio de la lámpara le diría que no puedo vivir con esta incertidumbre. Seguro que tendríamos una conversación interesante.
¿Algún día revelará cuál de los 52 capítulos del libro fue escrito con inteligencia artificial?
[Risas]. Ya ha visto que el libro está lleno de guiños a los lectores. He intentado mantener una complicidad que, por lo que me dicen, está funcionando muy bien, con lectores de todas las épocas. No lo puedo decir, el lector tendrá que juzgar si es verdad o mentira, y en caso de que sea verdad, de qué capítulo se trata, cual ve menos humano. Desde luego, no es el del sexo, que muchos lectores me han dicho que es ese…
Yo lo he pensado también.
Pues no. Por cierto, por el motivo que sea, muchas personas empiezan a leer en primer lugar ese capítulo, se ve que hay mucho interés por ese tema... [risas] Está escrito en dos colores, por el guiño que hago al mundo interior y al exterior del cerebro, pero ya adelanto que, si hay algún capítulo escrito por IA, no es ese.
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