BAJO EL MAR
¿Por qué el mar nos sienta tan bien?
La ciencia trata de explicar de qué forma los baños marinos, nadar y especialmente bucear mejoran nuestra salud mental

Un buceador, en plena inmersión en aguas de Aldán, en Cangas do Morrazo. / F.V

Un baño en el mar nos resulta placentero porque, ante todo, nos refresca. Pero, además de este beneficio obvio en verano, introducirnos en el medio marino nos produce una sensación de bienestar mental que va mucho más allá de la sensación térmica agradable. Está demostrado que introducirnos en entornos naturales reduce el estrés. Sin embargo, no están tan estudiados los beneficios específicos del contacto directo con las aguas marinas.
Una de las actividades más placenteras en este sentido es el buceo con escafandra, ya que permite una inmersión en el medio marino más prolongada. Quienes lo practican refieren un profundo bienestar, potenciado por la sensación de ingravidez, parecida a la de volar, que confiere el buceo. Un estudio realizado por investigadores españoles, titulado “Los efectos beneficiosos de la exposición a corto plazo al buceo sobre la salud mental humana”, ha tratado de cuantificar científicamente estos beneficios.
En el trabajo, en el que colaboraron investigadores del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC), el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y la Universidad de Girona, así como diversos centros de buceo de Cataluña, se analizaron los efectos a corto plazo de practicar buceo en las aguas del Parque Natural de Cabo de Creus (Girona), comparándolos con los que experimentaban los usuarios de las playas. Participaron 76 playistas y 176 buceadores de varios países europeos, con edades comprendidas entre 21 y 80 años. Los voluntarios debían contestar un cuestionario de salud mental antes y después de la inmersión (para los buceadores); y, en el caso de los playistas, cuando llegaban a la playa y una hora después de permanecer allí.
“Todos los participantes experimentaron una reducción de los niveles de estrés y un incremento de la relajación y el vigor”, explican en un artículo en el portal divulgativo “The Conversation” dos de sus autores, Arnau Carreño Roca, de la Universidad de Girona, y Josep Lloret, investigador científico del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC). Ambos apuntan a un resultado inesperado: los buceadores que tomaban medicación regularmente [debido a una enfermedad crónica o psiquiátrica] se beneficiaron más de la práctica del buceo que quienes no la tomaban. “Esto apuntaría a que los efectos positivos de la inmersión en las aguas marinas para la salud mental es mayor en pacientes con alguna enfermedad”, señalan.
El buceo como terapia
Estos científicos citan proyectos como Deptherapy UK, la primera iniciativa del mundo en utilizar el buceo como terapia, que ofrece cursos adaptados a veteranos de guerra gravemente heridos; o el proyecto Buceo Inclusivo de la Federación Catalana de Actividades Subacuáticas, que utiliza esta actividad para la rehabilitación y recuperación de personas con discapacidades físicas o psíquicas, siempre bajo supervisión médica.
Además, estos científicos han realizado investigaciones en Viana do Castelo (Portugal) y el citado Cabo de Creus que demuestran los potenciales beneficios de la práctica en el mar de deportes no motorizados como la natación, la vela o el kayak.
En cuanto a la natación, sus beneficios para el cerebro incluyen la “liberación de sustancias en el cerebro que mejoran la cognición y la memoria”. Además, ayuda a nuestro organismo a luchar contra el estrés oxidativo y los radicales libres, reduce los niveles de estrés y mejora nuestro sistema inmunitario. “En conjunto, mejora el estado de ánimo”, señala en otro artículo en “The Conversation” José A. Morales García, profesor e investigador científico en Neurociencia en la Universidad Complutense de Madrid.
Al margen de los beneficios físicos y de la liberación de endorfinas –algo que también ocurre al practicar otras actividades deportivas, como correr–, Morales alude al “efecto antidepresivo” de la natación, que podría deberse a la formación de nuevas neuronas en el hipocampo, la zona del cerebro encargada de la memoria y el aprendizaje, entre otras funciones.
Por si fuera poco, nadar estimula la función cerebral, tanto en adultos como en niños –un estudio demostró que niños de entre 6 y 12 años tienen más capacidad para recordar vocabulario tras haber nadado varios minutos–; reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés; y aumenta la producción de serotonina, una de las hormonas de la felicidad.
Al contrario de lo que exponen algunas teorías más literarias que científicas, el bienestar mental que nos proporciona sumergirnos en el mar nada tiene que ver con recordar la bolsa amniótica en la que flotábamos dentro del útero materno ni con reconectar con nuestros antecesores remotos en la escala evolutiva, los peces. Lo destaca en otro artículo reciente Amelia Victoria de Andrés, profesora titular en el Departamento de Biología Animal de la Universidad de Málaga. Esta investigadora apunta a los verdaderos mecanismos biológicos del bienestar que produce la inmersión en el agua marina: aumenta la velocidad de flujo de sangre que discurre por las arterias cerebrales medias y posteriores; estimula la actividad cerebral cortical, tanto en áreas motoras como sensoriales; reduce drásticamente la sensación de fatiga; y ayuda en el tratamiento de enfermedades como la dermatitis de contacto y la psoriasis.
Todo son ventajas para quienes optan por el agua de mar. Siempre y cuando sea para bañase en ella y nunca para beberla: esa es una pseudoterapia que bien daría para otro artículo.
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