Opinión | SOCIEDAD

Cocotología

En un buen prospecto, lo importante no es lo que se dice, sino lo que transmite

Archivo - Farmacia, medicamentos.

Archivo - Farmacia, medicamentos.

El prospecto de un medicamento es el libro sagrado de cualquier hipocondríaco. Necesitamos saber todo lo malo que nos puede pasar, para temer lo peor que podría acontecer y sufrir con antelación los síntomas del futuro. Dicho así, podríamos hablar de una patología de ansiedad anticipatoria, del temor divino a las profecías del Apocalipsis o de lo que siempre pensaba nuestra madre cuando nos íbamos de marcha. En un buen prospecto, lo importante no es lo que se dice, sino lo que transmite.

Ese papel contiene más emoción que información. Lo fundamental es lo que nos hace sentir, y no lo que nos quiere decir. Ayuda a relajar la mente, porque nos introduce en el ancestral arte oriental del origami. La habilidad con la papiroflexia es vital para desplegar la sábana de sabiduría farmacológica que contiene todo medicamento que se precie. El orden de los pliegues no altera el producto. Pero sí el cerebro, si los bordes del documento no se ajustan a los mismos que lo diseñaron.

La desorientación espaciotemporal que percibimos, al intentar coordinar el orden de sus páginas con el sentido horizontal o vertical de la escritura, requiere un máster en cocotología (les prometo que no me he inventado esta palabra que reivindico para mi profesión). Solo la pérfida y sospechosa tecnología china ha sido capaz de competir, de forma enrevesada, con la pareja impresa que acompaña a cualquier preparado de botica.

Sigue siendo admirable, sobre el papel, la cohesión de pueblos con tantas disputas entre sí, como China, Japón, Corea del Sur o Taiwán. Es indiferente si desplegamos las instrucciones de unas pilas o de un globo espía. El minimalismo del maximalismo, en todas sus indicaciones, es tan churrigueresco como uniforme. No es una cuestión de caracteres, sino de cultura. El culturismo es vital para que nuestra musculatura afronte con garantías de éxito la autopsia de cualquier prospecto tecnológico.

De esa zona geográfica, solo los norcoreanos de Kim-Jong-un han sabido unificar, con sencillez, una misma guía procedimental. Da igual que sea para el lanzamiento de un misil balístico o para regular la fabricación de la gorra de plato de sus militares. Ambos elementos desafían la ley de la gravedad, ya sea física o cívica.

El prospecto es un amigo del que desconfiamos. Sabemos que contiene la solución. Pero nuestro orgullo nos lleva a intentar solventar cualquier problemática sin su ayuda. Da igual que sea un impronunciable mueble de Ikea o un dolor de cabeza. Valga la redundancia. Como buen consejero áulico, ese trocito de papel es tan cercano como diminuto. De hecho, cuanto más perjudicial es el artículo que detalla, más se jibariza la letra que lo describe.

Una estrategia que siguieron más tarde los productos financieros que hipotecan nuestra vida. En cambio, en televisión, la advertencia publicitaria sobre medicamentos es el único mensaje que vulnera los principios relativos de Einstein, al circular por la pantalla más rápido que la luz.

Los humanos llegamos a este mundo con nuestro particular y complejo prospecto genético. La ciencia ha descifrado el enigma de tan personal código de barras. Pero los psicólogos no hemos solucionado la conducta de los que muestran código de burros. En los estudios, los alumnos suelen ser amanuenses prospectorianos. Los más avezados entran en la selecta orden del sacro chuletismo. El resto, ensaya diseños para los puestos de tatuajes en el rastro de la tinta.

Llegados a este punto, muestro mi preocupación por la amenaza que se cierne sobre el papel prospector. Les confieso un sentimiento egoísta, ya que como técnico de empleo mi especialidad laboral es la prospección. Es más, me siento como un centurión romano cada vez que respondo, con voz y entonación de palabra grave, sobre mi aguda dedicación profesional: prospéctor. Nunca sé si la sonrisa de mi oyente es porque me confunde con un redactor de contenidos farmacológicos o con una variante de velociraptor, ese dinosaurio carnívoro y bípedo del cretácico.

Y como no puedo callarme, tiene narices que esta noche sigamos mareando la hora, sin fijarla ya de una vez en el horario de verano. En cambio, para quitarnos los prospectos y dejarnos huérfanos de síntomas, no hay tantas dudas en la Unión Europea. Sustituir el folletín de amenazas a la salud, por un difuso código QR (Qué Raro) no tiene sentido ni compasión. Los aprensivos tenemos derecho a conocer lo que nos va a pasar. Al que ha tenido esta oqurrencia le mandaba yo a tomar por el proctólogo.