Opinión

‘Idus magníficus’

A los humanos nos gustaría tener dos superpoderes: la telepatía y la precognición

Una ruleta en un casino.

Una ruleta en un casino. / Europa Press

La superstición es la falacia a la que damos más credibilidad. Sabemos que no tiene sentido ni sustento, pero confiamos en su ejecución como garantía de éxito. Es la superchería más honesta porque no engaña y se limita a confirmar lo necesario de su existencia. Es infalible, ya que solo falla cuando algo hemos hecho mal en su preparación.

¿Cómo si no íbamos a explicar el fracaso de la suerte echada con antelación? A los humanos nos gustaría tener dos superpoderes: la telepatía y la precognición. La primera habilidad, que nos permitiría conocer lo que los demás piensan, va dirigida contra el resto de congéneres. Sería la mejor manera de fastidiar al prójimo, a través del cotilleo mental. En cambio, la capacidad de anticipar el futuro la fantaseamos en beneficio propio. Podríamos querer conocer respuestas transcendentes. ¿Qué día vamos a morir? o ¿en qué temporada va a ascender el Real Zaragoza a Primera? No, no nos interesan los misterios de la vida. Nos atrae el beneficio y preguntaríamos a nuestra bola mágica por las demás bolas que nos harían mágicos a nosotros. Tanto buscar el Santo Grial, y resulta que la ansiada y rica eternidad estaba en el despacho de La Primitiva de la esquina.

La casualidad es imprevisible por definición, pero culpable por intención. Si nos sirve de excusa para justificar un acierto fortuito, es una coincidencia simpática. Pero si frustra nuestras expectativas, el mal fario es el responsable de que todo salga mal. En todo caso, situamos ambas respuestas fuera de nuestro control. La ansiedad de querer prever todo lo que va a ocurrir solo es comparable al temor de que todo puede descontrolarse. Para conjurar las posibilidades de que ocurra lo mejor, o no ocurra lo peor, nos sometemos a lo irracional para justificar con apariencia de lógica cualquier respuesta. Toda una paradoja.

La estadística es científica y, a menudo, caprichosa. No es contradictorio. Pero como la ciencia es aburrida, y la conspiración resulta atractiva, convertimos los sucesos poco probables en imposibles. La semana pasada coincidieron los resultados de dos sorteos de la bonoloto, salvo una esfera rebolacionaria que no quiso reincidir. Cinco de los seis números premiados, además del complementario y el reintegro, se repitieron con cuarenta y ocho horas de diferencia. La probabilidad matemática de lo sucedido es de una posibilidad cada millón cien mil ocasiones. Casi nada, literalmente. Creemos que, en cuestiones de azar, algo que ya ha ocurrido no se va a repetir. Es lo que llamamos "falacia del jugador o apostador".

Lo cierto es que como cada suceso es independiente del próximo, o del pasado, lo ocurrido puede repetirse al día siguiente. Vamos, que tenemos la misma posibilidad de acertar, tanto juguemos siempre a los mismos números, como si cada día cambiamos de combinación.

Sin embargo, la ansiedad llega si olvidamos echar "nuestra" primitiva combinación.

Una de las supersticiones favoritas consiste en resguardar nuestra responsabilidad en los designios del destino. Nos gusta dotar al destino de autoridad sobre, y contra, nosotros. Pero como dijo Shakespeare, "el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que las jugamos". La habilidad para distinguir lo controlable de lo inescrutable, es básica para el equilibrio personal. Si nos basamos en los idus de marzo para tomar decisiones, al final los idos seremos nosotros. Pero si no tenemos en cuenta lo previsible, como hizo Julio César por estas fechas, las puñaladas del destino nos convertirán en un ido sin vuelta.

Con la probabilidad no se juega, se trabaja. Para aprovechar las oportunidades y para eludir las situaciones en las que estamos en desventaja. A menudo ganar es perder lo menos posible y fracasar es el resultado de no haber aprovechado las ocasiones favorables. Lo llaman suerte, pero se llama control racional de lo posible, analizando los pros y contras de las decisiones. Es la única opción para disfrutar de unos idus magníficus en el calendario de la vida.

Para que el juego sea limpio, aunque improbable, las reglas deben ser igual para todos.

El último susto financiero de la banca no es fruto del juego del mercado sino de la incapacidad de control del sistema bursátil. Lo curioso es que siempre perdemos los que no jugamos.

En el lado contrario de la probabilidad, Vox ha decidido jugar a la ruleta rusa con el excomunista Tamames en su moción de censura. Su triunfo es un suceso imposible que, además, no puede ser. Ex nihilio nihil fit.