Opinión | LA RÚBRICA

‘Yogoísmo’

Los ‘Dráculas’ del negocio sólo tienen que chuparnos la sangre para rejuvenecer su cuenta de resultados

El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino.

El presidente de Ferrovial, Rafael del Pino.

Eres un egoísta! –¡Y yo más! Esta discusión, en forma de chiste tuitero, resalta la virtud más defectuosa del ser humano. O el defecto más virtuoso que tenemos las personas. El egoísmo lleva mala fama y mucha literatura. A los niños se les perdona, a los hijos únicos se nos disculpa, a los mayores se les aguanta y a los demás se les recrimina. Los genes son egoístas, como señaló el biólogo inglés Richard Dawkins en su magnífica aportación a la teoría de la evolución. Así, los organismos son meras máquinas de supervivencia para genes.

Somos egoístas por naturaleza de existencia, ya sea propia, de la prole, de la tribu o de la especie. Ahora bien, si pensamos en nuestro beneficio somos unos ingratos, pero si nos preocupamos por un colectivo somos solidarios. La cuestión es que no seamos egoístas con el egoísmo, sino que lo sepamos repartir. Los demás toleran a los engreídos, siempre que distribuyan algo del beneficio que obtienen. El buen egoísta cuida a los suyos. Es más, un egolider sabe que su familia es más importante que sus miembros.

Los intereses particulares de sus componentes tienen más valor, como colectivo, que sumando sus cotizaciones individuales. Marlon Brando decía en El padrino (1972): "un hombre no puede ser un hombre si no vive con su familia". Para él, el clan del negocio es inseparable del negocio del clan. Don Vito es un ser tan desprendido como desalmado. Antepone el bienestar común, y el futuro de su entorno, al suyo.

Un líder se transforma en un iluminado cuando confunde su propio egoísmo con el del grupo que dirige. Y un grupo pasa a ser una secta cuando acepta esa identificación, sin diferenciar los intereses del colectivo de los suyos particulares. La pérdida de ese egoísmo individual convierte a las personas en una masa uniforme que sólo obedece al cabecilla de turno. Esos sujetos manifiestan un falso altruismo ciego hacia quien maneja los compases de su comportamiento.

Ni siquiera deben seguir las indicaciones de su batuta. Son la batuta. Las religiones utilizan el falso egoísmo de la salvación eterna para aniquilar el sano interés propio y el de la sociedad en la que vivimos. Las patrias, las banderas, las creencias, las razas y el poder, en todas sus dimensiones, se han utilizado para evitar que proliferen los egoísmos personales. Una vez que han vampirizado el interés propio, los Dráculas del negocio sólo tienen que chuparnos la sangre para seguir rejuveneciendo su cuenta de resultados.

Confundimos el egoísmo con la envidia, y la codicia juega malas pasadas. En el deporte vemos esa fina línea que separa un buen jugador, egoísta, de un miembro que aporta a un equipo a través de la cooperación con el grupo al que pertenece. En la película En bandeja de plata (1966), asistimos a una lucha de egos. Jack Lemon, que trabaja de camarógrafo en un partido, le roba el egoísmo a un jugador de fútbol americano, al que hunde deportivamente, por la lesión que simula tras chocar casualmente con él.

El técnico argentino, Marcelo Bielsa, decía que: "el fútbol necesita que el jugador tenga una alta autoestima, pero la autoestima lleva a la vanidad y la vanidad te hace egoísta. El entrenador debe aprender a controlar eso dentro de un grupo y encontrar un balance". Ese equilibrio es difícil de ajustar, ya sea en el trabajo o en la vida. El egocentrismo nos aleja de los demás pero la ausencia de un egoísmo racional diluye nuestra personalidad.

La corrupción del egoísmo es delincuencia. En la Cosa nostra, quedarse una parte de lo que ayudas a generar en común para los tuyos, te condena al destierro grupal y al entierro terrenal. En cambio, el egoísmo sano reparte los beneficios de los tuyos, entre los tuyos, porque se consigue con el esfuerzo de los nuestros.

Me gustan los empresarios que van a lo suyo, si saben compartirlo. Es natural. Los peligrosos son los que ejercen el yogoísmo fiscalRafael Del Pino Calvo-Sotelo, presidente de Ferrovial, debe ser gente de bien para Feijóo. De bien quedar, pronto largar y nada pagar. Ha vivido de la obra pública y para la obra cristiana. Es lo que tiene la opuslencia. La fundación que lleva el nombre de su padre acoge a los adeptos a Escrivá de Balaguer y al lobi evangelista y anti LGTBI, The Family Watch.

En su patronato está Espinosa de los Monteros, padre del hijo de Vox. Don Rafael hace un simpa hacia los Países Bajos, aunque están más altos que el valor que da a la bandera española de su pasaporte. En fin, es un Del Pino de patriotismo supino.