Opinión | EL DESLIZ
Contenedores vendo y para mí no tengo
Construir vivienda pública y frenar un mercado inmobiliario enloquecido es un reto difícil
Para paliar la crisis habitacional la izquierda de Palma propone construir vivienda social a partir de contenedores de transporte marítimo. A cualquier lega en arquitectura de vanguardia le dices container y se le vienen a la cabeza esas escenas de The Wire, con McNulty mirando la montaña de cadáveres de chicas víctimas de la trata dentro de uno de ellos, en la noche helada del puerto de Baltimore. Pero no, te dicen los expertos en tendencias y edilicia, y te enseñan casas muy chic armadas como legos a base de estas estructuras metálicas recicladas.
Las menos feas, si bien aptas solo para los enamorados de las líneas rectas, son unifamiliares molonas y futuristas plantadas en amplios jardines con piscina o en acantilados impresionantes, cosa que te induce a sospechar que su precio final no será precisamente barato. Luego hay unos bloques de aspecto macizo parecidos a enjambres, que ya parecen acercarse más a la panacea que proponen nuestros imaginativos próceres: lugares estrechos para ciudadanos con presupuestos escasos, proyectados, eso sí, con miras muy amplias.
¿Se corroerán por efecto de la humedad marina en nuestra ciudad? ¿Se calentarán enseguida en invierno? ¿Se enfriarán fácil en estos veranos tórridos de ocho meses que se nos vienen encima? Cada vez que nos proponen una solución creativa para un problema de pobres, como es que un mercado inmobiliario carnívoro, cruel y descontrolado veta el acceso de buena parte de la población a un derecho fundamental, nos asaltan las dudas. Minipisos, pisos de contenedores, parques de caravanas estilo Nomadland. No son sitios enamoradores a primera vista. Necesitamos algo más que una revista de diseño o un premio de construcción sostenible para animarnos a considerarlos una opción. Los contribuyentes, como Santo Tomás, queremos ver para creer.
Necesitamos ver cómo la concejala de Urbanismo abandona su despacho en un edificio convencional para instalarse en un contenedor estrecho pintado de rojo, con vistas al bloque de enfrente. Como añadirle espacio habitable resulta tan simple, rápido y económico, puede apilar otros cajones metálicos y llevarse a todos sus asesores, jefes de prensa y altos cargos, lo que despejaría unos buenos metros cuadrados en los que acomodar con facilidad a un par (mallorquín) de esas familias que llevan años en una lista de espera para conseguir una vivienda protegida. Ya se propuso algo similar al conseller de Educación que cada principio de curso glosaba las maravillas de los barracones prefabricados adosados a las escuelas públicas, con escaso éxito.
Su poltrona sigue entre paredes tradicionales y el problema de espacio de los centros educativos ya lo resolverá el envejecimiento poblacional. Queremos ver a las élites políticas de la izquierda divina que habitan posesiones heredadas, con sus naranjos y su piscina, y que observan el crecimiento urbanístico desaforado y el desquicie inmobiliario sin hacer otra cosa que algún tuit lacrimógeno, mudarse a un container usado. Queremos ver a los nórdicos adinerados que compran las casas del barrio a precios exorbitantes irse al mercado libre a por un contenedor boutique. A los poderosos cambiar sus casoplones por cajones metálicos marinos y a los hoteleros levantar establecimientos con esta ventajosa y ecológica tecnología. Entonces pensaremos que si es bueno para ellos y sus clientes, lo será para todos nosotros.
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