Opinión | HISTORIA

La Universidad de Illinois-Chicago sobre ‘España, la primera globalización’

"España y los españoles no tienen que avergonzarse de su historia: no podemos sentir vergüenza de lo que hizo Cortés hace quinientos años"

Cartel de la película España, la primera globalización.

Cartel de la película España, la primera globalización.

Primero fue Sebastián Faber en Contexto. Luego fue Ignacio Echevarría, en El Cultural. Comentaban la película España, la primera globalización. Sin embargo, creo que el fenómeno merece otra reflexión. Pues no se trata solo de la película. Ahora un canal de Youtube se titula precisamente así, e invoca el éxito de la película para ponerse en marcha. En sus episodios, centrados alrededor de temas como La Malinche, Junípero Serra, o el final del Imperio, se repite el discurso de la película, pero con un contenido más expreso. No estamos sólo ante un filme, por importante que sea, sino ante una empresa cultural bien diseñada. Téngase en cuenta que la película ha sido financiada por Telefónica y por RTVE.

Que es una empresa de Estado se ve en otros elementos. Como cuenta Faber, se desea proyectar la película en Estados Unidos alrededor de la red de las escuelas españolas y sobre todo a través del Instituto Cervantes. La presencia en la empresa de Carmen Iglesias, al frente de la Academia de la Historia, nos indica que las instituciones oficiales participan de forma activa. El grueso de actores es un conjunto de ensayistas españoles e hispanoamericanos. El mensaje central que se desea proyectar es muy claro: España y los españoles no tienen que avergonzarse de su historia. Esta finalidad es encomiable. Uno no se dirige a la historia para avergonzarse de ella. Nada que objetar a esto. El sentimiento de vergüenza es personal. No podemos sentir vergüenza de lo que hizo Cortés hace quinientos años.

El problema de esta empresa cultural es lo que quiere promover. Tenemos que sentir orgullo de nuestra historia. Pero el sentimiento de orgullo es también personal y depende de tus merecimientos. Sentir orgullo por lo que hizo Cortés es una forma más bien estúpida de gozar. Sin embargo, lo que uno emprende cuando entra en la disciplina de la historia es comprender la realidad y responder ante ella; cómo sucedieron las cosas y por qué pasaron así y no de otra manera; y cómo puedo responder en la práctica ante esa realidad desde los valores que confieso. Por supuesto, esto no es lo que hace la empresa de España, la primera globalización. Cómo ocurrieron las cosas se evapora aquí ante un montón de palabras altisonantes e hiperbólicas.

La tesis general de la empresa es que España se ha dejado escribir su historia por el enemigo inglés. Nadie se pregunta cómo pudo pasar esto. Nadie cuestiona cómo es que España no fue capaz de crear una élite capaz de escribir su propia historia, ni cómo nuestros dirigentes no comprendieron que esa era la batalla decisiva. Nos dicen que fuimos derrotados por la palabra, pero no se preguntan cómo es que no había nadie capaz de disponer de una palabra propia. En todo caso, los que figuran en esta empresa se nos presentan por fin como esa élite autoconsciente de la que España careció, dotada de palabra clara y capaz de defender nuestros intereses.

El pequeño problema es que hablan como aquellos del pasado que no supieron escribir una historia digna de ese nombre. Es el eterno retorno. Aquí se confunde la palabra del historiador con la palabra del púlpito. De hecho, abundan los testimonios de personas cercanas a congregaciones religiosas y, desde luego, la empresa hace del catolicismo el centro mismo de la identidad hispánica.

No es de extrañar entonces lo que firman Steven Marsh y colegas del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Illinois en Chicago, en cuyo Instituto Cervantes se ha proyectado la película de la empresa. Como enseñantes e investigadores de la cultura española, dicen, se sienten turbados de que el Instituto Cervantes confunda una versión tendenciosa de la historia española y la presente como un debate constructivo sobre el dominio imperial de España y de Europa sobre América. La clave para este claustro es que el filme "contradice los valores de diversidad, equidad e inclusión que se enseñan en nuestras aulas". Luego invitan a que el Instituto Cervantes reflexione sobre las actividades que realiza si quiere gozar del reconocimiento de una ciudad como Chicago.

La conclusión es clara. Los poderes que financian esta empresa, que no son menores, han generado un espacio técnicamente solvente -el director del filme es competente y el producto es de calidad- y en él han introducido a personas incapaces de hablar al mundo con algo diferente de vieja doctrina y sermón. Han confundido su desinhibición y desenfado con la convicción basada en razones. Han creído que cualquier persona que se introduzca dentro de ese espacio imponente se eleva a élite. Una vez más, han identificado persuasión con poder.

No han pensado que no se puede formar una élite seria de un país que aspire a lo que ellos confiesan aspirar, sin confiar en la inteligencia y en la Universidad. El comunicado de la Universidad del Estado de Illinois en Chicago podría repetirse por todos los Departamentos de Estudios Hispánicos de los Estados Unidos si se proyectara la película cerca de ellos. Y la cuestión es: ¿se puede aspirar hoy a significar algo en el mundo, en todos los campos, sin contar con la Universidad? ¿Qué tipo de élite es esa que se forma sobre la base del desprecio de la institución donde se organiza el saber de una sociedad? ¿No será ese el reflejo constante de una historia del poder español, incapaz de defender una causa justa con altura, inteligencia y serenidad?