Opinión | DERECHO

Luigi Ferrajoli: constituir la Tierra

"Es muy difícil no sentirse reconfortado, como universitario, cuando se ve a un gran maestro tomándose en serio su profesión más allá de todo lo exigible"

El jurista italiano Luigi Ferrajoli.

El jurista italiano Luigi Ferrajoli. / Universidad de Oviedo

Luigi Ferrajoli pasó por Valencia, en una muestra más de la rica vida intelectual de la ciudad. Lo trajo Cristina García Pascual, catedrática de Filosofía del Derecho, y venía a discutir su libro Por una constitución de la Tierra. Lo que se reunió el lunes en la Facultad de Derecho sería difícil mejorarlo. Lo que se dijo sobre el libro, también. Me permitirán destacar a su traductor, el magistrado Perfecto Andrés Ibáñez, que nos ofreció una lección magistral sincera y sencilla.

El encuentro, ágil y apropiado, estuvo vertebrado por la presencia de Ferrajoli, que a sus ochenta años no sólo goza de una lucidez formidable sino de una vitalidad envidiable. Respondió a todos los participantes, con la pormenorizada atención de un doctorando el día del examen. Fue delicioso verlo, con sus papeles, como un joven cumplidor, apuntando las objeciones y comentarios para reaccionar con elegancia y precisión. Es muy difícil no sentirse reconfortado, como universitario, cuando se ve a un gran maestro tomándose en serio su profesión más allá de todo lo exigible. Cuando nos preguntamos qué sostiene la energía de un ser humano así, solo podemos responder: quiere saber hasta dónde puede llegar. Por eso tiene derecho a exigirnos, a los que creemos en el derecho, que intentemos saber hasta dónde es posible llegar en el proceso constituyente de la Tierra.

La libertad es siempre intentar lo imposible. Encarnar esta voluntad de acreditarse hasta el último esfuerzo ofrece un tipo humano que se coloca en las antípodas del que fomenta nuestra sociedad, para quien lo preferible es lo más cómodo. Ferrajoli, por el contrario, se toma en serio la dificultad de reconocer la alteridad. Esta es una lección que nos muestra la esencia de un universitario. Aquí no vale cumplir las normas de una agencia de evaluación, ni se cuenta si tienes un artículo en una revista de primer cuartil, de esas en las que ahora hay que pagar por publicar. Aquí solo vale la trayectoria de una vida entera dedicada con paciencia y consistencia a la elaboración de un argumento racional.

Uno se conmueve ante un ejemplo así porque sabe que está reconociendo un arquetipo que encarna una dimensión normativa. La academia italiana, y sobre todo la academia jurídica, es rica en estas grandes figuras. Esta capacidad de representar una norma autoriza a Ferrajoli a emprender una defensa de esa normatividad radical de la razón humana que se encierra en la teoría de los derechos humanos. Ferrajoli no quiere ni puede renunciar a la validez universal de esta doctrina. Amparado en la tradición kantiana, y en el Kelsen más comprometido con la paz, defiende que no cabe pensar que una inteligencia rechace ser portador de derechos humanos. Eso implicaría aceptar libremente la anulación tanto de su propia libertad y dignidad, como de los medios materiales para vivirla plenamente. Si una inteligencia negara esos derechos, se anularía a sí misma. Eso sería contradictorio.

Los derechos humanos no son negados por sus beneficiarios. Son negados por los poderosos que quieren administrar los derechos de los demás de modo que les permita conservar su poder. Ellos se conceden a sí mismos lo que niegan a otros. Lo terrible es que lo hacen invocando la gran coartada de la seguridad del Estado. ¿No hace eso Putin? Por eso Ferrajoli cree que ha llegado la hora no de proclamar derechos humanos, sino de crear instituciones de garantías que impliquen tanto prohibiciones de conductas concretas que los violen, como limitaciones del poder de cometerlas, y finalmente reparaciones efectivas en caso de que se realicen. Su propuesta, separar estas instituciones de garantías respecto del derecho penal. De forma rigurosa, Ferrajoli asegura que estas instituciones de garantía no pueden ponerse en marcha mientras el concepto de soberanía implique una autorización absoluta a cualquier conducta del Estado por apelar a su seguridad.

La constitución de la Tierra, según Ferrajoli, es un camino militante en defensa de una federación de Estados que limiten su propia soberanía en favor de la realización de los derechos humanos. No hay posibilidad de que un Estado soberano aislado pueda encarar la defensa de estos derechos humanos. Por tanto, al renunciar a la soberanía absoluta, lo único que hace el Estado es abandonar una ilusoria impotencia. No pierde libertad ni poder por federarse pacíficamente con otros. Al contrario, gana una cosa y la otra.

Este argumento aplica aquí porque los derechos humanos no se podrán defender sin paz, sin una nueva definición de ciudadanía, o sin ampliar derechos medioambientales, pues ya vemos que la capacidad de destruir las condiciones de vida digna por las catástrofes medioambientales ya es tan grande como la de los tiranos. Constitución de la Tierra entonces, porque ha de afectar a los pueblos de la Tierra; pero también porque tiene que conceder derechos a la Tierra, como sujeto vivo cuya protección tiene que ser delegada a los actores que sepan reconocer que se encuentra en peligro de muerte.

Puede que se considere imposible esta constitución de la Tierra, con el complejo articulado que Ferrajoli nos ofrece. Un habitante bajo el régimen de Hitler también habría considerado imposible la idea de una Unión Europea. En realidad, no estamos ante un texto meramente objetivo, sino ante un libro que llama a la militancia, que recuerda los inolvidables momentos anteriores en los que se defendió el derecho. Si realizar esta idea es imposible, entonces la especie humana se ha convertido ella misma en algo imposible.