CRÓNICA TAURINA

Lo que Mbappé se perdió en Las Ventas

Roca Rey y Francisco de Manuel salen por la puerta grande de Madrid tras una emocionante tarde de toros

El diestro peruano Roca Rey sale a hombros tras el festejo taurino del Día de la Hispanidad, en la plaza de Toros de Las Ventas, donde se lidiaron toros de la ganadería Victoriano del Río.

El diestro peruano Roca Rey sale a hombros tras el festejo taurino del Día de la Hispanidad, en la plaza de Toros de Las Ventas, donde se lidiaron toros de la ganadería Victoriano del Río. / EFE/Borja Sanchez-Trillo

Jaime Roch

La tarde giraba lentamente sobre sí misma cuando Sergio Ramos accedió al callejón de la plaza de toros de Las Ventas, un surtidor de emociones al final de la calle Alcalá, un manantial que durmió con los ojos abiertos la madrugada del 12 de octubre, día del último festejo de la temporada taurina en Madrid. Todas las miradas estaban allí. Menos la de Mbappé, que finalmente no apareció en Madrid.

A las 17 horas, un estrépito ardiente de griterío con su réplica de aplausos se hizo presente como la llama que avanza impasible. El sol no parpadeaba. El tiempo parecía detenido, vacío. Una lengua de lava se entrelazaba por los tendidos del coso, llenos hasta los mástiles de las banderas con el cartel de “no hay billetes” colgado de la taquilla desde hacía semanas. Ni un solo sitio libre. Como si una hiedra dorada hubiera cubierto las localidades para tejer un transparente vestido de emoción.

La imagen de Ramos, incandescente, vivaz y con ojos chispeantes de expectación, sentado en el callejón junto a Nacho, Lucas Vázquez, Ceballos, Keylor Navas o Luka Modrić aportaba una pequeña lección: habían querido asistir a un espectáculo único, pero tan denostado constantemente por una parte de la sociedad.

A ellos les daba igual y accedieron a una especie de mundos de imágenes suspendidas del hilo del valor del hombre delante de una bestia, el toro. Para crear arte con el roce sedoso de la muerte cercana. Porque torear es vivir en las proximidades del fin con una angustia asfixiante, duradera. Y apoteósica.

Por eso, los futbolistas acudieron este día de la Hispanidad a ver al torero del momento, Roca Rey. Porque el toreo es una cultura idiomática sin fronteras en sí mismo. Y, claro, el torero peruano, aislado de su esplendor en un vestido grana y oro, los convenció de que los toros son un espectáculo emocionante.

Porque compartir un acto intrincado y apasionante como una gran faena modifica sustancialmente la experiencia de la vida. El engranaje acumulativo de emociones, al margen de cualquier lógica, quedan almacenadas para siempre gracias a la excelencia imperturbable del toreo.

Sobre todo, cuando Las Ventas vibró, respiró, con la faena al quinto. Fue pura, lenta y de mucha clarividencia. En ella iba la historia de un hombre, de una revolución y de un tesoro: la personalidad de Francisco de Manuel. Con tres naturales eternos y lentos como el caudal de un río, paseó dos orejas de un extraordinario toro de Victoriano del Río, de nombre “Espiguita”, cuya virtud fue su gran son, su ritmo. Un pausado chorro de belleza que alza al joven de 22 al cielo del toreo.

Y eso que el toreo de Roca también floreció como la corriente eléctrica en el segundo de la tarde. A su estilo, pero brilló, ardió, onduló las emociones de la gente. Tan necesario hoy en día.

Cuando nació Mbappé en los suburbios del noreste de París en 1998, la capital francesa ya no albergaba las plazas de toros que, con ocasión de la Exposición Universal, se construyeron en 1889. Tendrá que venir a Madrid. Porque lo que se perdió este miércoles en Las Ventas pocas veces se ve.