Opinión | LA SUERTE DE BESAR
Tomate de segunda
Siento especial simpatía por los que están en segunda línea, los que no son guapos, los que trabajan en la sombra. En el colmado, siempre compro los tomates de segunda. Aunque no sean los más bonitos, son los lo que saben mejor
En mi familia, mi hermano es el guapo y mi hermana la extraordinaria. Cuando mi madre paseaba con el primero en el carrito de bebé, la gente se paraba a admirarlo. Tan rubio, tan regordete, con los ojos tan verdes y tan risueño que era imposible que no llamara la atención. Habló tarde, pero el día que lo hizo, lo hizo muy pero que muy bien. Un gato se cruzó en nuestro camino y él declamó una pregunta encadenando subordinadas y coordinando verbos a la perfección. Mis amigas me llamaban para venir a merendar a casa y escucharle explicar el sistema solar con las frutas que encontraba en la cocina. Cuarenta años más tarde sigue teniendo la misma chispa e inteligencia.
Mi hermana es un ser fuera de lo común. Su manera de ser, de estar ante la vida y de interpretar la realidad cambia la existencia de quienes la conocen en el mejor de los sentidos. Ella hace que el mundo de quienes tenemos la suerte de estar a su lado sea más rico e interesante. Tiene un cromosoma de más y es una sabia vital. Mi madre, que es la persona que conozco con más y mejores virtudes, se sinceró un día y admitió que en nuestra casa mi hermano es el bellezón y mi hermana la maravillosa. Dado que yo era la incógnita a despejar, carraspeé un poco y me removí en la silla reclamando su atención. Ella me miró con esa expresión de amor que solo las madres desprenden y me consoló diciendo que yo era simpática y la más alta de los tres. Pues vaya.
Mi estatus familiar me ha provocado una sensibilidad especial hacia las llamémoslas bellezas no convencionales. Hacia los feos y los que no están en primera línea. Hacia los no populares, los que trabajan en la sombra, los de los papeles secundarios. Robert Redford es guapo, pero me interesa más Tommy Lee Jones. El silencio de los corderos es una obra maestra gracias, en parte, a los solo veinte minutos de interpretación de Anthony Hopkins.
Escucho las declaraciones de los políticos, pero siento curiosidad por saber quién está detrás, picando piedra y escribiendo sus discursos. Me gusta el diseño de los coches alemanes. Son robustos y epatantes, pero confío más en la tecnología feúcha japonesa. Admiro al que está detrás del chef que ocupa portadas, del empresario popular y al que, sin aspavientos ni protagonismos, da el do de pecho para que las cosas funcionen.
Hay personas que eligen las fresas más grandes y sin muescas, las manzanas de piel brillante y los tomates de ramallet que tienen el mismo tamaño y color intenso durante todo el año. Son las que compran el pollo de piel blanca, a pesar de que la gallina más vieja es la que da mejor caldo, y los albaricoques que parecen melocotones de tan hinchados que están.
Yo soy de las que sienten especial empatía hacia los tomates más feos. Los de segunda. Los que están medio escondidos porque, total, la gente los descarta sin tan siquiera probarlos. Dice el vendedor del colmado que son los mejores. Que están tan buenos que sirven para hacer conserva. "Los comerás en diciembre y los disfrutarás como si fuera agosto", me dice. No son los más guapos, pero sí los más altos.
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