Opinión | EL CALEIDOSCOPIO
Pero qué camisa es esa
Las de manga corta no deberían existir. Ojalá desaparezcan algún día, o queden reducidas a folclore, a poquita cosa, como el bicarbonato
El domingo vi la primera camisa de manga corta de la temporada. Era un amigo. "¿Pero qué llevas puesto?", pregunté contrariado. Me parece que no deberían existir tales camisas. Qué necesidad. Son el hito irrisorio de la moda. Ya existen las camisetas de manga corta, y son perfectas, no necesitan hermanas pequeñas. Ojalá desaparezcan algún día, o queden reducidas a folclore, a poquita cosa, como el bicarbonato, los zapatos de rejilla, la primera novela, las cajas de cerillas, la raya al medio. No niego que puede resultar un deseo hiriente, y demasiado arrogante, sobre todo para las personas –algunas amigas– que tienen prendas así en el armario y ven ya cerca el día de ponerlas. Que me perdonen.
La camisa de manga larga, infinitamente superior, se creó para el calor y el frío, para todo a la vez, para llevarla bajo otra prenda o sola. Es un clásico absoluto. Y no digamos si es blanca. Por supuesto, también se creó para arremangarse. Arremangar es una acción sin la que la humanidad no habría llegado a ninguna cumbre. La vida desprende encanto porque opone dificultades, te hace sudar, exige de ti sufrimiento, y entonces tú te arremangas, te pones manos a la obra y solucionas tus malditos problemas. No las tienes todas contigo, pero te subes las mangas y te abres paso.
Los gestos son importantes. A menudo instauran la elegancia. Una camisa que te impide arremangarte te niega uno de los movimientos más bellos creados sin querer por el ser humano. La camisa de manga corta es una prenda vacía. O vaciada. Solo sirve para tener menos calor: pragmatismo sin atisbo de clase. Para aceptarla en un armario deberías ser poco menos que Tom Selleck en 'Magnum', y andar por ahí con un Ferrari 308 GTS rojo que haga de contrapeso.
La manga corta entraña indolencia, cierta blandura. No puedes arremangarte porque ya lo estás. Menudo fracaso. Es como una frase obvia. La manga corta deja la elegancia por el suelo. La veo y pienso "Qué error". Y eso que estoy a favor de los errores, porque una existencia inmaculada deviene en cursilería. Pero la camisa de manga corta, no. La vida deja a nuestra disposición errores con mucho más atractivo, más épicos, como poner mal una coma, peinarse con gomina, llamar "cari" a tu pareja. Puedes comprar una camisa de manga corta, ponértela, pero al llegar al portal del edificio, y mirarte bien al espejo, a unos metros de la calle, debes arrepentirte y subir corriendo a casa y cambiarla. Eso te perdona el pecado.
En manga corta se nota que deseas desesperadamente atajar, saltarte pasos, ir directo al alivio, arrojando la clase por la borda. No es necesaria tanta comodidad. El confort hay que conquistarlo. Posee sus trámites. ¿Tienes calor? Te arremangas. ¿Sigues teniendo calor? ¡Te aguantas! Hay dramas peores. Pasar calores solo significa que estás vivo. Siempre merecerá la pena que te arremangues, primero un brazo, después otro, sin prisa, por encima del codo, y aun entonces decir "Hostia, qué calor", a que no tengas mangas y estés fresquito, entregándote a la vulgaridad.
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