Opinión | EL PALIQUE

Contradicciones

De cómo ayudé a un hombre a salir de un boquete lleno de contradicciones

Dos personas caminan delante de la catedral de Málaga.

Dos personas caminan delante de la catedral de Málaga. / Jonas Denil (Unsplah)

El otro día ayudé a salir a un hombre del boquete de sus contradicciones. Iba yo camino de una filatelia después de comprar unos adjetivos de segunda mano y oí al hombre pidiendo auxilio. Socorro no pedía. Hay gente que solo pide auxilio, como si pedir socorro fuera deshonroso. O difícil de pronunciar.

Me he caído tontamente, me dijo. Yo le ayudé, le tendí la mano y cuando el hombre salió salvo y sano miré el boquete. En efecto, estaba lleno de contradicciones. Blancas, negras, gordas, leoninas, viejas y nuevas. Algunas también las tenía yo, por cierto. El hombre parecía aliviado. Me dio las gracias. Quiso darme también un billete de cincuenta euros, pero lo rechacé muy digno, pese a que me hubiera venido muy bien para obsequiarme a mí mismo con un buen almuerzo, tal vez un vino blanco, unos berberechos y un filete con menestra.

Me despedí del hombre, y del billete de cincuenta euros, y me fui no con viento fresco y sí con mis contradicciones. Una de ellas era ser digno, pero estar arrepentido de no haber aceptado esa propina o pago. Perdí al hombre de vista y calculé cuánto le iba a durar esa felicidad, ese haber salido de sus contradicciones. Las contradicciones no se quedan en los boquetes y corren y nos alcanzan rápido. Incluso se reproducen y se te meten en los bolsillos y el alma. En el armario y el portal. O se juntan en boquetes trampas.

De pronto me sentí un poco mareado. Tal vez de no almorzar. O del esfuerzo por sacar al hombre aquel del boquete de sus contradiccioines. Las contradicciones pesan, pero en este caso se quedaron en el fondo, ya lo he dicho, lo que pesaba más bien era el hombre, algo cargado de kilos. Pero el caso es que tenía cara de comer poco. Una contradicción.

Apreté el paso como pude y llegué a casa. Coloqué en una repisa los adjetivos, me bebí un vaso de zumo de realidad y traté de sentarme en el sofá, pero estaba ocupado por una de mis contradicciones. Era una de esas que antaño solo aparecía en los desvelos de madrugada. Ahora se empeña incluso en que le haga la cena y en ayudarme a elegir la serie en Netflix. Apareció mi mujer. Y le conté todo lo sucedido en la jornada. Has llegado muy tarde y tu relato es muy cotradictorio, me dijo.