SEGUNDA MANO

Cómo dos mujeres vacían las casas de otros y ponen a la venta todo lo que hay en su interior: "Hemos llegado a encontrar las cenizas de los difuntos"

Arquitectura del Orden nació en 2018 por casualidad y, desde entonces, ha ayudado a más de 120 familias a desprenderse de sus recuerdos

Astrid Romero y María López, fundadoras de Arquitectura del Orden.

Astrid Romero y María López, fundadoras de Arquitectura del Orden. / ALBA VIGARAY

Pablo Tello

Pablo Tello

Madrid

Todo lo que ves está a la venta. Y todo es todo. Desde la cómoda del siglo XVIII al destornillador o la batidora. “Se trata de monetizar hasta la cuchara de palo. No solo le damos una segunda oportunidad a lo obvio, sino al resto de cosas que pasan desapercibidas y acabarían en el punto limpio, dice Astrid Romero, fundadora de Arquitectura del Orden, la primera empresa en España que vio una oportunidad de negocio a la hora de vaciar una vivienda. Alrededor de una o dos veces al mes, se llevan a cabo las jornadas de puertas abiertas en las que, a través de una invitación, todo aquel que quiera puede acceder a un domicilio particular y comprar cualquier cosa con la que se cruce: “Se ha convertido en un plan de fin de semana en el que disfrutar de arquitecturas maravillosas de otras épocas. Me percaté de que había una necesidad que nadie estaba cubriendo”. La compañía, que está presente en Madrid y Alicante, también cuenta con un espacio showroom en el que se llevan a cabo otros encuentros de menor dimensión. 

Periodista de profesión, compartió micrófono con Iñaki Gabilondo durante años hasta que, fruto de la presión, lo dejó a un lado y apostó por un proyecto personal. “Monté un catering de comida para llevar y me di cuenta de que la hostelería no era mi estilo de vida”, añade. Fue entonces cuando una amiga, tras el fallecimiento de su padre, le propuso hacer un mercadillo con las pertenencias de la viuda, que se mudaba a un apartamento de menor tamaño: “Era un chalet de 1.500 metros cuadrados y había 200 faldas. Corrimos la voz entre nuestros círculos y fue un éxito, la onda expansiva fue muy grande”. Fue ahí donde apareció María López, restauradora y la otra mitad del plan. “Astrid me pidió ayuda con los muebles antiguos. Empecé a echarle una mano y poco a poco terminamos trabajando juntas”, explica. Su amplia trayectoria viajando por el país para intervenir todo tipo de construcciones, decidió cambiar de aires y sumarse a esta iniciativa, pionera en la capital: “Emprender siendo madres fue maravilloso. La experiencia es un grado y la vida son muchas vidas”.

Astrid Romero y María López vacían casas de otras familias con el fin de dar una segunda vida a todo lo que hay en su interior.

Astrid Romero y María López vacían casas de otras familias con el fin de dar una segunda vida a todo lo que hay en su interior. / ALBA VIGARAY

El sótano de la casa de sus padres acogió en 2018 los primeros mercadillos, a los que vecinos y visitantes acudían con objetos en desuso. A partir de ahí, los encargos se fueron encadenando y la iniciativa que empezó por casualidad, ha terminado siendo su sustento. “Mi padre fue empresario y tengo el espíritu emprendedor arraigado”, bromea la comunicadora, quien ha desmantelado más de 120 inmuebles en la última década. Cada vez que un nuevo cliente contacta con la pareja, ellas visitan el domicilio con el fin de reubicar los espacios y clasificar todo aquello que encuentran: “Donamos lo que no se puede vender y montamos los espacios. Nos gusta crear escenarios, como si la residencia estuviera habitada, dar un ápice de teatralidad”. Un proceso tedioso que varía en función de las horas empleadas o la cantidad de objetos que la familia haya abandonado. “Llegamos a un acuerdo económico con ellos. Ha habido pisos que se han resuelto en unos días y otras que hemos tardado más de un mes”, agrega Romero. Con el paso de los años, el equipo ha crecido y, con él, su impacto en redes sociales, donde acumulan cerca de 100.000 seguidores. 

Dignificar recuerdos

Curadas de espanto por culpa de la experiencia, han dado con inmensidad de recuerdos y artefactos, algunos más propios de un laboratorio o una estación espacial que de un dormitorio. “Una vez encontramos un albuminómetro, que mide la albúmina en la orina. También las cenizas de los difuntos o sus dentaduras postizas. Convivimos con ello”. bromean. María, por su lado, cuando sale de un encargo tiene la sensación de conocer a quienes habitaban ahí tiempo atrás: “Es una parte que nos encanta”. Sin embargo, no todas las casas son aptas para este proceso, ya que carecen de espacio o rentabilidad. “Vaciamos las que creemos que serán rentables. Si todos los muebles son de Ikea, nadie los va a querer”, añade la periodista. Los precios, inferiores a los de cualquier otro sitio, corresponden al mercado de segunda mano y son, en la mayoría de ocasiones, irrisorios. Una lavadora por 40 euros, un destornillador por 50 céntimos o dos butacas del siglo XIX por 300 euros: “Fuera de aquí, suelen estar tasados por el doble”. Coleccionistas particulares, empresarios y aficionados se reúnen cada mes alrededor de un ajuar ajeno con la intención de darle una nueva vida. 

Astrid Romero realizó su primer mercadillo a puertas abiertas en 2018.

Astrid Romero realizó su primer mercadillo a puertas abiertas en 2018. / ALBA VIGARAY

Como si de un ritual se tratase, las compañeras dedican varios días a crear una puesta en escena propia de revistas como AD España o Interiores. “Nos esforzamos mucho para que, cuando entres, parezca que estás dentro de un hogar. Conseguir esa armonía visual requiere un esfuerzo, pero es parte de la magia”, narra la conservadora, asombrada con la juventud de aquellos que acuden a sus convocatorias: “Tenemos mucho público joven, que prefiere comprar cosas con nosotras que irse a Leroy Merlín o a Inditex. Quieren diferenciarse”. La mayoría repiten y con la mayoría de familias mantienen una relación cercana tras la clausura del mercadillo. “Nos han llegado a decir que no tienen la sensación de estar desmantelando la vivienda de su abuela, o que aportamos dignidad a sus recuerdos”, sostiene Astrid, quien desde el inicio ha tratado de honrar y respetar los enseres que, un día, tuvieron una utilidad: “Sienten alivio porque al final es cerrar un círculo. Hay un componente emocional muy grande”

Mucha psicología

Ahora lo vintage es moderno y está de moda, o eso dicen las dos mentes detrás de Arquitectura del Orden, quienes revalorizan lo antiguo desde una mentalidad basada en el respeto. Por el medio ambiente, evitando que acaben en un vertedero; y por las historias personales de sus clientes. “En ocasiones el polvo era de un centímetro de grosor, pero aprendimos a empatizar y a no juzgar. Mucha psicología, asegura. María, a su vez, reconoce que “el apego es muy duro. Hemos adquirido estas habilidades a base de observación y escucha”. Su labor facilita lo que para algunas familias supone un trámite emocional tras la pérdida de un ser querido o, simplemente, el fin de una etapa. “Es una solución eficaz y les agrada, aunque a otros les parece un sacrilegio que una panda de desconocidos entren en su casa. Yo les entiendo”, declara. Hace algo menos de una década, en España este tipo de actividades corrían a cargo de las sociedades de subastas y anticuarios. Y, si no, terminaba en un punto limpio. 

Tras siete años en el oficio, Astrid Romero y María López han vaciado más de 120 hogares.

Tras siete años en el oficio, Astrid Romero y María López han vaciado más de 120 hogares. / ALBA VIGARAY

De la mano en todo momento, Astrid y María han levantado un imperio que desborda éxito se mire por donde se mire. “Siempre tiramos hacia adelante con lo que tenemos. Ha sido una labor dura pero gratificante a la vez. Emprender cuando tienes hijos no es fácil”, recalca. Entre sus objetivos se encuentran la apertura de nuevas sucursales en otras ciudades y abrir varios mercadillos de forma simultánea en un único fin de semana. “Nos reseteamos las veces que hagan falta porque nos satisface mucho lo que hacemos. Es un trabajo circular, desde que encuentras el tesoro, lo limpias, lo colocas y lo vendes”, señala López. El planeta las necesita y ellas lo saben. Su amistad, dentro y fuera del oficio, traspasa la conversación. Sus miradas, sinceras y cómplices al mismo tiempo, demuestran que lo mejor de embarcarse en un proyecto como este es hacerlo juntas.