NAGORNO KARABAJ

Viaje a la ciudad sitiada: El Periódico de España visita el Cáucaso ante otra posible guerra entre Armenia y Azerbaiyán

Un grupo de ecologistas de Azerbaiyán corta el paso en una protesta contra una explotación minera

En el interior de la ciudad viven ciudadanos armenios que permanecen sitiados desde el 12 de diciembre

Las protestas ecologistas de los azerís impiden el paso en el Corredor del Lachin

Las protestas ecologistas de los azerís impiden el paso en el Corredor del Lachin / David López Frías

David López Frías

David López Frías

Dos soldados rusos fuman tranquilos, apoyados en un tanque en mitad de una carretera de montaña. Por una vez, no están metidos en la pelea. Esto no es Ucrania, es Nagorno Karabaj. Aquí hacen de pacificadores. De barrera entre dos enemigos. Ellos son el punto máximo al que pueden llegar ambos bandos. Pasan los días observando las enormes montañas del Cáucaso, tan acostumbradas en esa zona a amplificar ruido. Desde hace 30 años, el de las bombas de una guerra que nunca se acaba. Ahora, el de una extraña manifestación ecologista que lleva cuatro meses allí plantada.

Tras Ucrania, el punto más caliente de la órbita rusa en la actualidad es la región de Nagorno-Karabaj. Un polvorín entre Armenia y Azerbaiyán que siempre parece a punto de estallar. Su capital, poblada por armenios permanece sitiada desde el pasado 12 de diciembre. Una ciudad que los armenios llaman Stepanakert y dicen que está poblada por 120.000 personas. Los azerís la llaman Khankendi y aseguran que el censo es de 30.000. Su único acceso está bloqueado por unos supuestos ecologistas azerís que piden más respeto por la naturaleza a los armenios que viven allí y explotan unas minas. Con esa protesta han cortado la carretera; no entra ni sale nadie. Sólo los convoyes de ayuda humanitaria de Cruz Roja..

EL PERIÓDICO DE ESPAÑA ha visitado el Corredor del Lachin. Un lugar al que es imposible llegar si no es de la mano del gobierno de Azerbaiyán. Tras cuatro meses de bloqueo, la situación es más tensa que nunca y ambas partes advierten del riesgo de que una chispa detone una guerra latente, que empezó en 1988 y nunca ha acabado de cicatrizar.

Tanques rusos frente a los ecoactivistas azerís en el Corredor del Lachin

Tanques rusos frente a los ecoactivistas azerís en el Corredor del Lachin / DLF

Breve historia

Resumir el conflicto del Cáucaso Sur en tres párrafos es tarea casi imposible, pero vendría a ser así: Nagorno-Karabaj es una región poblada históricamente por azerís y armenios, pero mayoritariamente por los segundos. En 1921, Stalin firmó que aquella región formaba parte de Azerbaiyán, aunque los azerís reivindican que ya antes era parte de su territorio. La pugna ya estaba latente, pero como toda la zona era parte de la Unión Soviética, el conflicto quedó minimizado.

El problema resurgió cuando cayó la URSS. Las recién nacidas repúblicas de Armenia y Azerbaiyán reclamaron su soberanía sobre la región y entraron en guerra en 1988. El conflicto duró seis años. Ganó Armenia en 1994 y se declaró una independencia de facto de la región, a la que llamaron Artsaj. La zona ha permanecido bajo el control del ejército armenio hasta 2020, cuando las circunstancias de cada país habían cambiado de forma radical.

Azerbaiyán es ahora una potencia económica, uno de los grandes exportadores de gas mundiales. En septiembre de 2020, rearmados y con un ejército modernizado, retomaron las hostilidades y aplastaron a los armenios en 44 días. En noviembre de ese mismo año se firmó un alto al fuego a tres bandas: Armenia, Azerbaiyán y Rusia, que haría el papel de pacificador de la zona. Para entonces, Azerbaiyán había recuperado ya casi todo el territorio perdido en 1994, a excepción de la ciudad de Stepanakert. Es el último reducto de los 120.000 armenios que ahora, en 2023, no pueden salir de su pueblo.

La invitación

El pasado 4 de enero, EL PERIÓDICO DE ESPAÑA publicó este reportaje sobre la situación actual en la zona. A las pocas semanas, el gobierno de Azerbaiyán contactó con este medio para invitarle a viajar a su país y conocer de primer mano la situación actual en el Corredor del Lachin. Es la única forma que existe ahora de llegar a ese punto. Accedimos así a formar parte de un convoy formado por una decena de periodistas de todo el mundo.

Llegué a Bakú la madrugada del 24 de febrero. Me esperaba en el aeropuerto un trabajador de Global Media Group (GMG), la agencia de comunicación que gestiona la visita de los periodistas al país y que permanece siempre con ellos. Es habitual en estos días. El gobierno azerí invita a profesionales de la comunicación de todo el planeta (desde periodistas hasta influencers) para que admiren su país y contarles, además, su versión de la realidad en el ancestral conflicto con los armenios. La propaganda es, según el propio presidente Ilham Alyev, parte de la estrategia de la victoria en este conflicto: "No hay que defender, sino atacar políticamente, desde un punto de vista propagandístico", señala en la agencia pública de noticias Azertac.

Compartí expedición con otros dos compañeros españoles (Bea Jiménez de Vozpópuli y Nacho Faes de Expansión), dos norteamericanos, dos canadienses, tres británicos y un rabino de Azerbaiyán. Durante los primeros días visitamos la capital, Bakú. Una perla a orillas del Caspio donde se aprecia la holgada situación económica del país. Una ciudad en constante modernización. Están construyendo numerosos edificios de lujo y la limpieza de las calles es extrema. Cerca del hotel donde nos hospedábamos estaban montando el circuito urbano de Fórmula 1 que acogerá el próximo día 30 el GP de Azerbaiyán. Una carrera reciente (existe desde 2017) que demuestra el músculo económico azerí y su predisposición por acercarse a los países occidentales.

Oficiales del ejército azerí, conmemorando la masacre de Khojali en Bakú

Oficiales del ejército azerí, conmemorando la masacre de Khojali en Bakú / DLF

El segundo día asistimos a los actos de conmemoración de Khojalí, una masacre que sucedió en 1992 durante la primera guerra contra Armenia. Una de las escaramuzas acabó con la muerte de 613 azerís en el pueblo de Khojalí. Desde Azerbaiyán claman porque se reconozca aquel episodio como un genocidio. Durante todo el día del memorial se cerró un sector de Bakú para que la población colocase flores en el monumento en recuerdo de la masacre. Por la tarde pudimos hablar con algunos de los supervivientes. Por toda la ciudad, banderas azerís y turcas, y carteles en los que se lee "Karabaj es Azerbaiyán". El conflicto está a flor de piel en la sociedad.

El Corredor

Y el cuarto día llegamos, finalmente, al Corredor del Lachín. Más de seis horas de bus desde Bakú. Los periodistas estuvimos acompañados en todo momento por dos trabajadores de GMG y un funcionario del gobierno, que nos hacían de guías. La versión azerí es que no hay bloqueo y que nos lo van a demostrar. En nuestro camino, paralelo a la frontera con Irán (país con tensas relaciones con Azerbaiyán, a pesar de que ambos son musulmanes) íbamos parando en determinados escenarios de la guerra de 2020. Como algunas de las trincheras que estuvieron ocupadas por los soldados armenios, y que los azerís han dejado casi intactas a modo de mensaje. Allí siguen algunos uniformes de soldados armenios muertos, sus cascos y hasta las latas oxidadas de cerdo con judías con las que se alimentaron durante la batalla.

Una trinchera armenia abandonada y, de fondo, símbolos de la victoria de Azerbaiyán

Una trinchera armenia abandonada y, de fondo, símbolos de la victoria de Azerbaiyán / DLF

Seguimos deteniéndonos en lo que en Azerbaiyán definen como 'territorios recuperados'. Un campo en el que todavía quedan un millón de minas antipersonas enterradas. Una mezquita que, según nos contaron, fue usada por los armenios tras la guerra como granja. Un pueblo devastado (Fuzuli) que ahora está siendo reconstruido y la idea es repoblarlo con los azerís que huyeron de allí tras la derrota de 1994. Un pequeño aeropuerto que han construido en sólo ocho meses, en el que hay trabajadores pero ni un sólo vuelo civil programado. Y, finalmente, el Corredor del Lachin.

Tras cruzar varios checkpoints militares, nos adentramos en una moderna carretera de montaña (Azerbaiyán ha invertido en ella grandes cantidades de dinero) totalmente vacía. No pasan coches civiles. De vez en cuando, algún camión militar o algún convoy de la Cruz Roja. Pero son horas de ruta por la majestuosa cordillera del Cáucaso sin cruzarse con ningún otro vehículo. No parece, a priori, una situación normal.

Y alcanzamos finalmente el final del trayecto. En mitad de un repecho, varios soldados nos obligan a parar el bus. Bajamos y llegamos a la línea de los eco-activistas que bloquean la carretera. Son chicos y chicas muy jóvenes, de entre 18 y 24 años. Hay al menos un centenar y van vestidos de azul. No van armados. Llevan en sus manos pancartas con eslóganes ecologistas genéricos y banderas de Azerbaiyán. En cuanto aparecemos se ponen a gritar consignas. Desde un atril, una chica clama frases en azerí y en inglés, mientras la multitud repite. Así pasan varios minutos, acaban, aplauden y rompen filas, manteniendo a varios activistas en mitad la carretera. Frente a nosotros, varios soldados rusos observan la escena apoyados en un tanque (y a los que nuestros guías nos permiten fotografiarlos, pero no hablar con ellos).

Cuando acaban los cánticos, empiezan a aparecer periodistas de Azerbaiyán. Nos graban a los periodistas extranjeros con cámaras profesionales y teléfonos móviles. Nos ponen micrófonos delante de varios canales y agencias y empiezan a entrevistarnos por sorpresa. Algunos hablan inglés e inciden en si hemos podido comprobar que las protestas son pacíficas. Otros sólo quieren que hagamos declaraciones a cámara. Les preguntamos dónde va a salir eso y nos vienen a decir que en todos los canales del país, que son cadenas públicas.

Ecoactivistas alineados durante sus protestas que bloquean el corredor desde el 12 de diciembre

Ecoactivistas alineados durante sus protestas que bloquean el corredor desde el 12 de diciembre / DLF

Tras dar las pertinentes entrevistas, nos dejaron hablar con algunos de los ecoactivistas. Ellos niegan que sea una acción del gobierno. La mayoría son estudiantes que dicen estar ahí de forma voluntaria. No hay consenso cuando les preguntamos dónde descansan, porque sólo hay un par de barracones y se usan para repartir comida. Algunos nos dicen que duermen allí, pero no parece posible; no hay ni mantas. Insisten en que sólo son jóvenes preocupados por la naturaleza y su futuro. Que protestan porque los armenios contaminan con la explotación de minas. Que van a seguir allí hasta que les dejen monitorearlas. Y que no hay bloqueo, que los armenios no pasan porque no quieren, porque prefieren seguir con su discurso victimista de la limpieza étnica.

Hoteles de lujo

Al anochecer viajamos a un pueblo de montaña llamado Shushi (en armenio) o Shusha, (en azerí) para pernoctar. Allí se libró el más cruento combate de 2020. Los armenios fueron expulsados y en la actualidad no vive nadie. Hay, eso sí, dos hoteles. Están ocupados en exclusiva por los ecoactivistas; es allí donde duermen en realidad y los recoge un bus cada día para ir a la zona de las protestas. Por las calles hay numerosos obreros de la construcción, pero no hacen casas sino más hoteles. La intención, nos dicen, es acoger en breve a muchos turistas y a periodistas a los que explicar su versión del conflicto y los avances tras la recuperación de los territorios.

Hasta aquí hemos llegado. Es el punto exacto en el que el visitante no puede avanzar más por el bloqueo.

Hasta aquí hemos llegado. Es el punto exacto en el que el visitante no puede avanzar más por el bloqueo. / DLF

*En las habitaciones del hotel vemos nuestras entrevistas por la tele. No se nos escucha, porque nos han doblado al azerí. En ese momento me empiezan a llegar al móvil mensajes de varias fuentes extranjeras preguntándome a qué se debe mi cambio de opinión sobre el bloqueo. Yo no entiendo nada y les pregunto "qué se supone que digo yo en el vídeo, porque no entiendo el turco". Me contestan mandándome un link de la cadena pública Azertac, que me atribuye unas declaraciones en las que supuestamente digo que "no hay bloqueo y los coches pasan con normalidad". Y es importante contar esta parte, porque yo no he dicho eso.

Lo que yo vi fue un bloqueo claro. No se puede acceder a la zona sin autorización gubernamental. No pasan coches civiles por el Corredor del Lachin. Ni de un lado, ni del otro. No hay camiones de mercancías que surtan a los comercios de Stepanakert. No circula el transporte público. No hay más tránsito que el de los convoyes de la Cruz Roja. Desde EL PERIÓDICO DE ESPAÑA pusimos los hechos en conocimiento de Azertac, que borró inmediatamente la noticia tras la queja.

Regresamos a Bakú al día siguiente y después, de vuelta a casa. El conflicto va a cumplir cuatro meses; sigue igual que cuando empezó e igual que cuando estuvimos de visita. No hay cambios. La Corte Internacional de Justicia ha pedido a Azerbaiyán que garantice el paso normal de personas y vehículos en el Corredor del Lachin. Pero Azerbaiyán culpa a los propios armenios de no querer salir de Stepanakert, para mantener un discurso victimista. Y de tráfico de armas. Además del bloqueo, varios incidentes en las últimas semanas y la agresividad con los que cada bando habla del otro, hacen que los tambores de guerra amenacen con retumbar de nuevo en las montañas del Cáucaso sur.