LIMÓN & VINAGRE

Aitor Esteban, un vasco entre indios y marcianos

Pasa por ser uno de los mejores oradores del Congreso, cosa que en la mayoría de los países sería todo un honor y que en España no significa absolutamente nada

Aitor Esteban, en Limón & Vinagre

Aitor Esteban, en Limón & Vinagre

Albert Soler

Albert Soler

Aitor Esteban pasa por ser uno de los mejores oradores del Congreso, cosa que en la mayoría de los países sería todo un honor y que en España no significa absolutamente nada, a causa del nivel de nuestros parlamentarios. El portavoz del PNV incluso fue merecedor en el año 2017 del premio Emilio Castelar al mejor orador, cuyo nombre primigenio, premio Tuerto en el País de los Ciegos, fue descartado por falta de solemnidad. Su nariz pronunciada y afilada, tan vasca ella, le exime de levantar piedras o cortar troncos a hachazos para demostrar su pertenencia al pueblo euskaldún. Incluso puede abstenerse de adornar sus discursos parlamentarios con periódicos “ahivalahostia”, pudiendo reservar esa nativa interjección para sus conversaciones privadas.

Todo ello, gracias a poseer de nacimiento napia tan nacionalista, hay apéndices que son todo un certificado de autenticidad. De ahí que, desde su fundación en el año 1895, Poseer Nariz Vasca (PNV), haya sido eje fundamental de la política y de la sociedad de aquellas tierras. Aitor Esteban empezó muy joven a militar en el PNV, en cuanto tuvo edad de mirarse al espejo y comprender que aquél era su lugar.

Durante la moción de censura que se debatió la semana pasada en el Congreso, nuestro vascuence orador recordó durante su turno de palabra, que en 1979 un buque cargado de butano navegaba cerca de Formentera, cuando de repente el capitán del mismo avistó cincuenta luces en el firmamento. Luces que, sin dudar, calificó de ovnis. Usar la tribuna del congreso para contar batallitas que no vienen a cuento -aunque sean batallitas de marcianos-, no es nada inusual en la política española, más bien al contrario, pero aun así más de un diputado pensó que el portavoz vasco había abusado del txakoli durante el último receso. Instantes antes de que la presidenta de la cámara ordenara a los ujieres que le sometieran a la prueba del alcoholímetro, el diputado del PNV llegó al quid de la cuestión: el buque se llamaba Tamames. Acabáramos.

Como tampoco entonces quedaba clara la relación del episodio con la moción de censura, el Premio Emilio Castelar 2017 comparó los cincuenta ovnis avistados por el capitán del Tamames con los 52 diputados de Vox que apoyaban a Ramón Tamames en su pretensión de presidir el gobierno, a los que definió como “obvios, ventajistas y notoriamente interesados”. Ovnis, por tanto. Cogido con pinzas y con nivel de un colegio de primaria y, por tanto, del Congreso español.

Aitor Esteban apela a Ramón Tamames en la reciente moción de censura.

Aitor Esteban apela a Ramón Tamames en la reciente moción de censura. / EPE

La afición de Aitor Esteban a la ufología es tardía, le ha llegado en plena madurez. Debería haber estado él y no el buque Tamames en Formentera. En esa isla y en el año 1979, los jóvenes veían luces extrañas cada noche -e incluso durante el día-, algunas veces parecían ovnis, algunas otras chirimoyas fluorescentes levitando, y en otras ocasiones planetas lejanos que se movían a ritmo de cha-cha-cha, eso dependía de la calidad del material. En lugar de en Formentera, Esteban estaba en Deusto, que es adonde van los vascos de nariz afilada que un día quieren ser portavoces de lo que sea, aunque sea en el Congreso español. En Deusto no se avistan ovnis sino futuros prometedores, y todo eso que se pierden.

Según consta en su declaración de bienes, el portavoz vasco es propietario de un corral en Soria y un monte de frondosas en Vizcaya. No tengo ni idea de lo que puedan ser las frondosas, pero un monte es un monte, y desde ahí puede dedicar las noches a otear el cielo en busca de lucecitas de colores. Aunque, más que los extraterrestres, lo que le gusta a Aitor Esteban son los indios americanos. Es todo un experto en estas minorías, no sólo tiene una extensa colección de libros sobre el tema, sino que colecciona pipas, escudos, mazas, indumentarias y, supongo, penachos de plumas, el día que aparezca en la tribuna de oradores adornado con pinturas de guerra, que tiemblen el gobierno de turno y sus cabelleras.

Además, es capaz de hablar lakota, la lengua de los sioux. O por lo menos eso dice, como nadie más debe de hablar este idioma en España, habrá que creerle cuando pronuncie algo ininteligible y se excuse diciendo que es lakota y no cosa del txakoli. Si alguna vez coincido con él en los pasillos del Congreso, voy a dudar entre saludarle con un “kaixo” o con un “jau”.

El día que se canse de sacar extraterrestres a la tribuna puede empezar con los indios americanos, que dan también mucho juego, ya saben: minorías étnicas oprimidas por los colonizadores, con su lengua y su cultura milenarias en peligro de desaparecer. No es que la comparación entre sioux y vascos sea muy original, pero tampoco fue el colmo de la oratoria y la agudeza la historia del buque Tamames y ahí está, por siempre ya en el Diario de Sesiones.