COMUNIDAD VALENCIANA

La agenda catalana vuelve al foco mientras Moncloa desatiende a Ximo Puig

La cumbre con Francia en Barcelona corona una política gubernamental orientada hacia Cataluña

Sánchez puede no perder sus elecciones por el pulso del trasvase, pero el líder del PSPV se la juega

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), el presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig (d) y la vicealcaldesa de Valencia y candidata a la alcaldia, Sandra Gómez (i).

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (c), el presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig (d) y la vicealcaldesa de Valencia y candidata a la alcaldia, Sandra Gómez (i). / EFE

Alfons García

Cataluña es el foco de los desvelos de Moncloa. Lo vuelve a ser. Se ha visto esta semana, con la cumbre franco-española en Barcelona. La Comunidad Valenciana se ha ofrecido para citas de este tipo como rincón de estabilidad, pero las protestas eran predecibles, así que si el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, eligió Barcelona para su encuentro con Macron es porque, además de mostrar su compromiso con Cataluña, le interesaba hacer visible la división del independentismo.

Primero han sido las reformas de la sedición y la malversación. Sánchez ha jugado fuerte en decisiones que incluso levantan ampollas en el PSOE en la mayor parte de España, como el cambio en la regulación de la malversación, cuestionado por la mayoría de barones, incluso por Ximo Puig (aunque sin cargar las tintas).

La medida estaba en la hoja de transacciones con Esquerra para su apoyo a los presupuestos del Estado, pero Sánchez no ha dudado en acelerar reformas a sabiendas incluso del riesgo que implicaban para un acuerdo con Alberto Núñez Feijóo sobre el Poder Judicial y el Constitucional, que efectivamente saltó por los aires. Sánchez ha dejado claro desde el verano que el Gobierno actúa en Cataluña, en contraposición con etapas anteriores. Y en política si se actúa es porque existe también interés electoral. Recuperar Cataluña y Barcelona aparece así como pilar de la estrategia monclovita.

Ese compromiso no se ha visto con el trasvase Tajo-Segura. El desinterés de Moncloa por este conflicto no significa (sería temerario) que no le interese la Comunidad Valenciana, sino más bien que considera que no le va a producir daños graves en la estrategia general cuando se vote a finales de 2023. El muro que Puig y los suyos no han podido derribar es hacer ver a Sánchez (y los suyos) que el cambio en las condiciones sí que puede ser determinante para perder la Comunidad Valenciana en las elecciones autonómicas de mayo.

Ha podido más de momento la condición de la vicepresidenta Teresa Ribera como valor internacional del Ejecutivo. Lo vivido ha demostrado que no hay quien le tosa. El prestigio ganado por Ribera en la solución a la crisis de la energía en Europa tiene sus réditos. Y ella, su departamento, ha actuado desde una visión conservacionista pura (entendiendo que lo prioritario es proteger el Tajo y su ribera ante un horizonte de estrés hídrico) antes incluso que por criterios meramente técnicos. El propio dictamen del Consejo de Estado señala la ausencia de parámetros claros para definir los caudales ecológicos. ¿Por qué 8,65 hm3 y no nueve, o seis?

El informe puede ser un aval a las tesis valencianas, pero no asegura nada. Queda por ver si hace cambiar el paso al Ministerio de Transición Ecológica o no. Haber dejado que la situación se encone complica las soluciones ahora. Cualquier decisión va a ser interpretada como cesión o enroque. Y no era (no es) tan complicado: bastaba con incluir algún condicionante a futuro, una revisión en 2025 de lo fijado en función de la situación en ese momento.

Existen conversaciones discretas, pero tampoco suscitan demasiadas esperanzas en el Consell Valenciano porque hasta ahora el ministerio no ha levantado el pie. El laberinto continúa. Hay daños de imagen irreparables, pero las secuelas electorales pueden reducirse.

Sería difícil de explicar que Moncloa y vicepresidencia no muevan ni la más mínima ficha, porque sería dejar a Puig (más que al Botànic) a los pies de los caballos. Puig (y el Botànic) necesitan salir de este embarrado meandro con un mensaje de conflicto reconducido, porque ya no se trata tampoco un asunto encapsulado en las comarcas del sur. El día que subió al grado de pulso entre instituciones se convirtió en un problema autonómico.

La historia puede que no se repita, pero es inevitable conectar unos episodios con otros. Esta no es la guerra del trasvase del Ebro, pero de nuevo vuelve a estar el agua de por medio, de nuevo el Gobierno desatiende las reivindicaciones valencianas y de nuevo Cataluña juega algún papel, aunque tangencial. Aquella batalla tuvo perdedores y vencedores políticos. ¿Se repetirá el esquema?