RELACIONES ROTAS

Llega al Congreso el último episodio de la serie 'La política destruye la amistad': Ciudadanos

Crónica sobre cómo una lucha de poder conmociona otra vez a un grupo parlamentario

Arrimadas y Bal en el Congreso

Arrimadas y Bal en el Congreso / EFE/ Mariscal

Ángel Alonso Giménez

En un bar próximo al Congreso, un grupo de diputados de Cs y algunos de sus asistentes solían quedar para tomar unas cervezas después de las sesiones plenarias. Ponerse cerca permitía comprobar que había ‘buen rollo’; pasaban el rato entre risas y bromas, botellines y tapas.

Esto era antes de que el portavoz parlamentario, Edmundo Bal, decidiera dar el salto y postularse para el liderazgo de una formación que no pasa precisamente por su mejor momento. Al contrario: el debate interno que de verdad carcome a los liberales baila entre la supervivencia y la desaparición. Se está librando una batalla por la sucesión de Inés Arrimadas que ha generado un efecto colateral inevitable en el grupo parlamentario.

“Aquí manda Edmundo, esto es de Edmundo”, comentaba a este periodista un trabajador de la formación en el Congreso hace unas semanas, cuando ya había comenzado la pugna. Bal es un diputado atípico porque, si bien suelta unas diatribas contra el Gobierno que en ocasiones hacen languidecer las invectivas del PP, es capaz de charlar animadamente con Jon Iñarritu, de EH Bildu; pegarse unas risas con Gabriel Rufián, de ERC; o ir a una celebración del diario ‘Público’. Y todo con una naturalidad tan apabullante que uno no puede más que lamentar el momento en que la política de los partidos españoles se convirtió en una charca.

Abogado del Estado, Edmundo Bal, 55 años, desembarcó en el Congreso porque fue un fichaje de Albert Rivera que no siguió el camino de Albert Rivera. No es el suyo un estilo ortodoxo. Hasta en el lenguaje gestual, cuando habla, le sale un aire entre espontáneo y ‘naif’. Para llevar tres años en la primera línea no le faltan hitos, entre ellos la candidatura a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Le salió fatal porque Cs estaba ya en el desplome. Mejoró al menos las previsiones iniciales.

Bal fue designado por Inés Arrimadas portavoz del grupo. Le dio las riendas sin apenas límites. El candidato a la presidencia del partido tejió complicidades y sintonía con María Muñoz, diputada valenciana especializada en asuntos económicos; y con Sara Giménez y Mari Carmen Martínez, de Huesca y de Jerez, respectivamente. Una volcada en cuestiones sociales y feministas; la otra en ámbitos medioambiental y agrícola. También ha logrado entendimiento con Juan Ignacio López-Bas, un parlamentario alicantino muy discreto del que propios y ajenos hablan bien. Completan el grupo parlamentario Miguel Gutiérrez, José María Espejo, Guillermo Díaz y la propia Arrimadas.

Fuera la líder del día a día parlamentario, el abogado del Estado edificó un grupo compacto y trabajador, cualidades que no dice este cronista, sino que son las que mencionan diputados de otros grupos. Gustarán o no sus mensajes, o las leyes que promuevan, pero no se cuestiona ni dentro ni fuera que Cs echa muchas horas al curro y que busca siempre dialogar y negociar. Lo demuestra el apoyo que los ‘liberales’ han dado a numerosos proyectos del Gobierno, en especial los sectoriales y técnicos. No ha sido así con los ideológicos, menos uno: el del ‘sólo sí es sí’. Aquí comenzaron los problemas.

Fue tan sonoro el choque entre Bal y Arrimadas por la posición del grupo respecto de la norma, que no hay fuente que no crea que ésta es la causa de la ruptura. Ruptura que, por ahora, no ha distanciado sólo a la líder y al portavoz, sino que se ha colado por las rendijas del grupo entero. 

En un grupo parlamentario que hace apenas dos meses era ejemplo de unidad y camaradería abundan ahora los gestos alicaídos y serios. Si bien la mayoría de sus diputados ha apostado por Bal, el posicionamiento tan nítido de Guillermo Díaz con Arrimadas ha creado una falla enorme, no sólo política. 

El abismo afectivo abierto está doliendo mucho. Al fin y al cabo, el diputado malagueño es un tipo carismático entre los suyos. Nadie en el grupo del Congreso duda de su valía, incluso si no cae simpático. De él destacan ingenio oratorio y dedicación casi obsesiva a los temas que le encargan. Fanático del cine clásico y de la literatura de ciencia-ficción, fue quien, por orden de Arrimadas, asumió la posición del partido cuando apareció por España la cara más dura de la pandemia del coronavirus. Sin formación sanitaria alguna, se puso a leer todo lo que vio por Internet sobre enfermedades de transmisión respiratoria, tanto en castellano como en inglés. 

Díaz era de los fijos en aquellas ‘quedadas’ de botellines y tapas.

Política y amistad: agua y aceite

Los lazos rotos en el grupo de Ciudadanos no son nuevos. A decir verdad, es común que se quiebren los afectos cuando la vida la ocupa la actividad política. El problema no es hacer leyes, pactarlas, cambiarlas; el problema es el poder. La naturaleza del ser humano…

Lo que está pasando en Ciudadanos pasó antes en el PSOE. Hace seis años, tres amigos llamados Pedro, Óscar y Antonio se enemistaron. Ahora se han reconciliado y trabajan juntos en la Moncloa, ni más ni menos que en la maquinaria del poder con mayúsculas. Pero hace seis años su amistad se hizo añicos porque una rebelión interna expulsó al secretario general del puesto y zambulló al partido en uno de los procesos de renovación interna más virulentos de la democracia. 

Un mes más tarde de aquel comité federal de urnas escondidas y agitación en la calle, Pedro renunció al escaño. Sus amigos Óscar y Antonio le abandonaron, o Pedro les abandonó, que la subjetividad es lo que tiene. Estamos hablando de Pedro Sánchez, Óscar López y Antonio Hernando.

En el PP, febrero de 2022, se produjo una conmoción interna similar cuando tras estallar y trascender el enfrentamiento a cara de perro que tenían Teodoro García-Egea y Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso (de fondo el caso de las mascarillas traídas a España por el hermano de la presidenta), unos diputados llamados Mario Garcés, Carlos Rojas o Belén Hoyo firmaron un documento en el que solicitaron el cese de Egea para que se soldaran las grietas internas. 

Los tres, más Guillermo Mariscal, fueron junto a Egea los impulsores de una serie de encuentros en el restaurante “Luarqués”, próximo al Congreso. Los tres, más Mariscal y el propio Egea, fueron los primeros en animar a Pablo Casado a pelear por el liderazgo de un PP del que se despedía Mariano Rajoy. Esto sucedió en 2018. Cuatro años después, llegaron a despreciar al diputado murciano. 

Y en Unidas Podemos, como es sabido, los afectos y objetivos comunes que unieron a Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa o Luis Alegre saltaron por los aires. Ninguno ocupa hoy la primera línea de una plataforma que inventaron llamada “Podemos”. Desde su nacimiento, no han cesado los recelos porque no han cesado las luchas de poder. El abismo entre Yolanda Díaz e Iglesias compone otro retrato fiel, y obviamente se ha trasladado al grupo del Congreso, en donde conviven, incluso sin hablarse en algunos casos, representantes afines a la ministra y cargos de la órbita del ex vicepresidente.

¿Más botellines?

Era raro ver a Edmundo Bal con la cara hasta los pies hasta que se produjo la lucha por el liderazgo de Ciudadanos. Desde entonces, diciembre principalmente, al todavía portavoz del grupo se le ha visto con el gesto desviado en demasiadas ocasiones. Dicen en su entorno que ha visto y oído cosas “muy sucias y ruines” y que, como era de esperar, le han afectado.

Si ha dado el paso que ha dado, comentan, es porque cree que Ciudadanos es una formación política necesaria. No puede mimetizarse con otras, argumentan las fuentes. Tiene suficientes mimbres para una identidad propia. Arrimadas lo ve desde otro prisma.

Detrás y delante de ambas visiones, fluyen las luchas de poder. Los bastones de mando los carga el diablo. Tanto que si alguna vez reinó la amistad, pudo tratarse de un espejismo. 

Como se ha contado aquí, la amistad se torna en enemistad y luego, quien sabe, otra vez en amistad. En el PSOE lo saben porque a su jefe le acompañan dos amigos a los que negó la palabra. Quizá en Cs pase algo parecido y regresen al cabo de unas semanas a los botellines y a las tapas tras largas sesiones plenarias. Será bueno para ellos/as y para los que creen que los partidos son 'vietnam'.