Opinión | ELECCIONES

Seis meses

Los gobiernos reformistas deben sujetar sus fantasías hasta pensarlas en términos del articulado de una ley, pero de tal manera que la norma pueda arraigar, ser comprendida y aplicada

Barómetro GESOP de noviembre.

Barómetro GESOP de noviembre. / EPC

Seis meses, medio año queda para las próximas elecciones, municipales, y autonómicas en muchos territorios. Y esto ya es un frenesí de rumores, más o menos articulados, sobre adelantos electorales, sea en alguna autonomía, sean elecciones generales. Esto pasa siempre y es parte del folklore democrático, que la democracia también genera tradiciones y rituales imprevistos. Pero yo diría que esta vez el clima es distinto y obedece a una paradoja. Por una parte hay hartazgo, mucho, de esta travesía del desierto, de tanto grito, zafiedad, necesidad de regate corto –la política española juega como la selección de fútbol, ¿de qué nos extrañamos?-.

Por otro lado, hay una suerte de síndrome de Estocolmo: ¿qué sería de nosotros si la cosa cambiara de estilo? La paradoja así servida se convierte, en el plano de la apreciación temporal, por un lado, en una lejanía insoportable de las urnas, por otro, en angustia consoladora ante lo que intuimos inminente. Así estamos. La psicología política también tiene derecho a vivir. Y tanto más cuando esta fábrica de laminación va dejando agraviados por todas partes. Y quien más, quien menos, se inventa una conspiración que justifique sus desdichas.

En este torbellino, aprecio, con distancia y desidia en el alma, el atropello con que muchos desean “sacar leyes”, como si los Parlamentos debieran convertirse en una suerte de fábrica de comida basura que permitiera llegar a las jornadas electorales con la faltriquera repleta de normas a las que la ciudadanía debiera juzgar por su peso, aparte de por las buenas intenciones de las mayorías que las cocinaron. No nos extrañe, pues, que muchas leyes o decretos se queden crudas, se indigesten. Pero todo legislador y cada ministro lleva un cocinero en el alma y están furiosamente convencidos de que a golpe de norma general y abstracta se puede acabar con las cuitas que enojan a la ciudadanía.

Siempre he defendido que los gobiernos reformistas deben sujetar sus fantasías hasta pensarlas en términos del articulado de una ley –o de otras normas con fuerza de ley- pero de tal manera, precisamente, que la norma pueda arraigar, ser comprendida y aplicada por sus destinatarios. No es el caso de muchas normas que hora se anuncian, por más, insisto, que se pueda coincidir con las intenciones. La prisa es mala legisladora. Así que yo recomendaría a gobiernos y grupos parlamentarios que cesaran en su fiebre legisladora para ocupar estos seis meses en dar cuentas a la población de sus muchos logros, antes de que la ley electoral y las Juntas Electorales lo impidan.

Ya sé que nadie me hará caso, que aquí cada cual tiene como gran deseo acabar su vida parlamentaria brindando por una ley que lleve su nombre. En realidad eso ya casi ni pasa. ¿Cómo habría de suceder si la máquina legislativa tiene una celeridad que permite que cada día tenga su afán y que sólo se dé por no olvidado aquello que se transforma en conflicto de perfiles descomunales, ampliado por querellas infinitas de tertulianos y en insultos desbocados en las redes. Total para acabar, si fuera el caso y el enfoque lo requiera, entre las sangrientas fauces de esos llamados magistrados-conservadores, personajes sombríos escapados de un relato de Lovecraft, incapaces de apreciar que la independencia del Poder Judicial exige su respeto por la exigencia de la independencia del Poder Legislativo y aun del Ejecutivo.

O sea, que nos enredaremos sin remedio en cuatro o cinco proyectos o proposiciones de diversa importancia que, se supone, servirá a las fuerzas políticas para marcar diferencias y para ornarse con festivas luminarias. Esto, inevitablemente, será más de ver en el Estado -¡válgame Dios que uso hago de tan entrañable término!- y en las Comunidades en las que gobierna un pacto de izquierdas. A su nivel también ocurrirá en muchos Ayuntamientos.

Las fuerzas de izquierda consideran, sin especiales pruebas empíricas ni razonamiento fuerte que lo sustente, que en las actuales circunstancias de plena incertidumbre, sólo pueden avanzar atacando o menospreciando al vecino con el que gobierna. Porque, se dicen, ¿cómo, si no, creceré en votos? A mí más bien me da la impresión que estos alborotos entre fuerzas hermanas –aunque no les guste: uno no elige a sus hermanas- conducen a la abstención de posibles votantes de izquierdas, o sea, que no benefician a nadie en particular y perjudican a todos.

Y es que, desaparecido el bipartidismo y emergiendo el bibloquismo esencial, la forma de reflexionar debe ser otra: todo aquello que no incremente la fortaleza del propio bloque se volverá en castigo para la fuerza díscola. ¿O es que creen los grandes dirigentes de la época que la ciudadanía está atenta a los detalles de los debates parlamentarios, que sus admiradores son inmunes a la brocha gorda de titulares y redes?

En fin, que los otrora felices signatarios de pactos y acuerdos, se lamentan ahora de los giros y añagazas de sus amigos y andan a ver cómo pueden significar su enfado, que no digo yo que no sea, a veces, justificado, aunque sí digo que suele ser pedestre muestra de impotencia. Y es que si de verdad los desencuentros son tan graves, siempre pueden romper el pacto. O anunciar en solemne ocasión que no firmarán uno similar allá por el mes de junio. Lo que hace falta es menos cabreo y más inteligente estrategia. O, quizá, menos miedo a perder cargos y asesores.

Y todo esto, al mismo tiempo, va a coincidir con la definición de las listas que, en algunos lugares, va a ser ocasión de festejo de mayor cuantía, que nos proporcionarán grandes horas de regocijo. Ello sin olvidar el enigma de si Sumar sumará ahora o más tarde, tras restar, quizá, o el destino de otras coaliciones o convergencias. Los tiempos andan líquidos, solemos decir, pero, sin embargo, la sequía persevera en algunas inteligencias. Signo de los tiempos. Quédanos el consuelo de que Vox grita tanto que su afonía de recrudece; que Ciudadanos, además, se divide por el bien de España, siempre por España; y que Feijoo se desvanece con tanta desavenencia. Seis meses tampoco es tanto.