LIMÓN & VINAGRE | ALFONSO GUERRA

El último guerrista

Alfonso Guerra es el político más importante de la transición española que nunca ha sido presidente del Gobierno

Alfonso Guerra

Alfonso Guerra / EPE

Matías Vallés

Matías Vallés

En la edad provecta, George Bernard Shaw acometió la versión definitiva de sus dramas, que consistió en podarlos salvajemente para reducirlos a una dimensión esquelética. Hubo que arrancarle de las manos una obra que le pertenecía, para salvar la fama del autor. Alfonso Guerra González solo admitiría una metáfora literaria para describir su peripecia. Media vida inventando una España a la que no reconoce ni la madre que la parió, y la otra media destruyendo su creación so pretexto de deplorar el maltrato a su legado.

Alfonso Guerra es el político más importante de la transición española que nunca ha sido presidente del Gobierno. Corrijo, el vicepresidente del Gobierno durante la década de esplendor socialista supera en relevancia a algunos presidentes del Gobierno. En una sección titulada con los ácidos acético y cítrico, esta exaltación requiere un correctivo inmediato. El drama y trauma personal del octogenario sevillano consistió en descubrir demasiado tarde que no solo podría haber optado a la presidencia, sino que le gustaría haber sido el único gobernante que habría escuchado a Mahler en La Moncloa.

Guerra cambió las reglas del juego como Cruyff en el fútbol, con una influencia muy por encima de su palmarés”

Fascinante y polarizador, Guerra cambió las reglas del juego como Cruyff en el fútbol, con una influencia muy por encima de su palmarés. Hasta que el holandés se aburrió, en la versión de Simon Kuper en su brillante 'La complejidad del Barça'. Es posible que el diagnóstico sirva para un vicepresidente que no descartaba las incursiones en el lado tenebroso de la política, al llamar a Adolfo Suárez "tahúr del Misisipi" o "jefe de planta de unos grandes almacenes". González sabía perfectamente que después del socialismo venía el país europeo donde, según Solchaga, era más fácil enriquecerse. Guerra era el responsable de ocultar esta evidencia mercantil.

¿Cuántos de los diez millones de votos socialistas de 1982 iban destinados a Guerra? Los suficientes para acuñar el término "guerrismo", sobredimensionado en cualquier otro vicepresidente. Su corriente también se ha desvanecido, con Guerra condenado al desván como último guerrista. Antes de la clamorosa expulsión de los fastos del cuarto centenario de la victoria del PSOE, porque las décadas son siglos en la acelerada realidad española, José Félix Tezanos se había pronunciado con fiera inocencia. Adjuntamos una respuesta reciente del sustituto de Iván Redondo como arúspice de cabecera de Sánchez:

-Usted es guerrista, pero no coincide con Guerra en el aprecio a Sánchez.

-No, en estos momentos no coincido en absoluto con Guerra. Pasa como con los amigos, en algo estamos de acuerdo y en otras cosas no.

Me apresuro a corregir antes de sufrir el repudio del lector, Guerra no tenía "amigos". Cada vez que lo derriban, se revuelve, porque es posible que el PSOE consiga hoy votos por la huella de González, pero el partido  todavía asusta a sus rivales por los rasgos de carácter que el ahora expulsado  infundió a los socialistas. El primer vicepresidente de izquierdas se siente traicionado por su creación, una democracia que no la reconoce ni quien la parió.

Guerra no puede soportar que los Martínez y las chonis de Cataluña se hayan convertido al independentismo, por emplear los apelativos utilizados por un Jordi Pujol también asombrado de los fichajes extranjeros. La última batalla guerrista fue precisamente fulminar el Estatut en la comisión Constitucional del Congreso. "Lo cepillamos como un carpintero", afirma con su sonrisa vulpina, mientras efectúa ante las cámaras el gesto del laminado. El Sansón español derribaba el templo desde dentro: "Que muera yo con estos filisteos independentistas".

El pacto de una Constitución hoy inimaginable es una proeza de Guerra tan relevante como colocar la vida privada de los políticos off limits, aunque fuera tan decisiva para la gobernación como Marta Chávarri al frustrar la mayor fusión bancaria de la historia. Claro que Guerra detestaba a los aristócratas, porque opositaba a Machado malbaratando. La Moncloa pasajera por un asiento vitalicio en la Real Academia. Además de moldear la España contemporánea, también se inventó a sí mismo. De ahí la frustración al descubrir la torpe prosa de sus prolijas memorias. Dadas sus ínfulas, es el primer autor que obliga a sospechar si una pluma misteriosa empeoró el estilo de sus libros.

Felipe y Alfonso, el PSOE y Mister Hyde. "Dos por el precio de uno", afirmó el jefe de su gemelo antes de zancadillearlo. Esta página puede replicarse anotando que Guerra no hubiera sido nadie sin González. ¿Y González sin Guerra? En un vaticinio que nadie puede verificar, el campeón de los descamisados engatusaría hoy con igual convicción a las clases juveniles.