CRISIS INTERNA

“Así empezó Cs”: las guerras de Vox en los territorios calcan la crisis ‘naranja’

Quienes abandonaron el partido de Albert Rivera aseguran que ven en las filas de Abascal los mismos rasgos que condujeron a los liberales a su caída en las urnas

Inés Arrimadas y Santiago Abascal

Inés Arrimadas y Santiago Abascal / Rodrigo Jiménez /EPC

Isabel Morillo

Isabel Morillo

Purgas, guerras internas, dimisiones, expulsiones… Gonzalo Sichar fue concejal en el Ayuntamiento de la capital malagueña y diputado en la Diputación de Málaga por Cs y salió del partido, abandonado todos sus cargos y actas, en marzo de 2019. Desde entonces ha asistido desde la retaguardia pero, por razones obvias pendiente, a la descomposición de su partido y ha visto como algunos de sus compañeros han saltado a Vox.

El pasado domingo esperó con cierta expectación el programa Salvados, de La Sexta, dedicado al partido de Santiago Abascal y lo hacía “no porque me interese lo más mínimo Vox, como comprenderás, sino porque intuía que iba a ver muchas cosas que he vivido en primera persona”. Terminado el programa lo tuvo claro: “Excepto en el acopio de armas y la integración de perfiles neonazis, todo lo que vi es lo mismo que he pasado en Cs”, asegura en conversación con este periódico.

No sólo lo piensa Sichar, también los politólogos creen que hay rasgos, ‘tics’, que asemejan la descomposición del que fue el partido de Albert Rivera con los síntomas que empieza a mostrar la extrema derecha de Abascal, y no por ideología sino por el funcionamiento interno y la juventud de ambos partidos. Un crecimiento muy rápido, con una estructura piramidal, muy jerárquica, sin raigambre en los territorios, control férreo de la vida interna y de los mensajes, con un líder entorno al que se teje un modelo ‘cesarista’ y que, pese al discurso público por la regeneración y la apelación a recortar sueldos o asesores, acaba funcionando en ese sentido igual que la vieja política.

Así al menos lo describe Sichar, que repasa su propia experiencia y habla del control férreo de las cuentas y de todas las asignaciones económicas que reciben los grupos municipales de Cs para financiar al partido. “Todo estaba centralizado en una misma cuenta en Madrid donde además de los titulares de cada territorio siempre estaban los responsables nacionales. No se podía hacer ningún movimiento sin su autorización y se reservaban un porcentaje de las asignaciones”, señala el exconcejal malagueño. Algo que también ocurre en Vox, donde nada se mueve sin que lo autorice o dirija Madrid, desde las cuentas bancarias hasta los contratos de asesores. En Cs, los dirigentes del núcleo duro nacional decidían los contratos en los grupos de ayuntamientos, diputaciones o parlamentos autonómicos, como en Vox. También los argumentarios de cada día venían desde las sedes centrales, para que los líderes locales y autonómico se ajustaran a un guion, prefijado en la mayoría de ocasiones desde Madrid. Hay adhesión pero sin autonomía.

Copiando la vieja política

Al final, los partidos que surgieron con la misma filosofía contra la vieja política, también Podemos, condenando los excesos de los políticos en cuanto a asignaciones, asesores o sueldos, o pidiendo por ejemplo acabar con las subvenciones a las formaciones políticas, acaban comportándose exactamente igual que el resto y sin renunciar a ese dinero público.

El politólogo Pablo Simón advierte que electoralmente “el signo de los tiempos está a favor de Vox”, a diferencia de lo que ocurrió con Cs. Con todo, los partidos jóvenes afrontan los mismos grandes retos, explica el profesor de la Universidad Carlos III, “primero fidelizar a los votantes, cosa que requiere varios ciclos electorales con una marca reconocible”. “En segundo lugar, ser capaz de construir organización y estructura que permita canalizar los lógicos conflictos que hay dentro de cualquier partido político” y ambos adolecían de eso. “Todos los partidos nuevos, también Podemos, han tendido a ser macrocefálicos, con una cabeza muy grande pero muy poca estructura local y territorial”, señala Simón.

Más tránsfugas

Es el modelo clásico de Albert O. Hirschman, que da tres opciones, “lealtad, voz o salida cuando tú discrepas con una organización”. “La lealtad y la voz son más probables cuando tienes una estructura interna receptiva a tus demandas o te permiten resistir dentro siendo minoría pero cuando no hay organización prefieres la salida porque es difícil continuar en el partido si no eres totalmente leal a los líderes”, señala el politólogo. Eso explica que las organizaciones jóvenes tengan más escisiones. Tanto en Vox como en Cs han sido común los tránsfugas y las rupturas a nivel local y autonómico.

También Cs y Vox han sufrido denuncias por amaños en sus primarias. El sistema de democracia interna falla, en muchas ocasiones parapetado bajo las elecciones internas y la participación de los militantes acaban siendo sistemas tramposos para enmascarar un ‘dedazo’ desde Madrid. Las denuncias de pucherazos en las primarias existen en ambos partidos. Cs las admitió en Murcia y tuvo que responder en los tribunales en Castilla y León, aunque finalmente se archivó. En Granada un juez tumbó las primarias de Vox y condenó al partido por vulnerar los derechos de sus afiliados.

“El modelo es tan jerárquico que el partido acaba convertido en un líder rodeado de una pandilla de pelotas que solo le dicen lo que quieren oír”, reflexiona Sichar sobre su propia experiencia sobre lo que le pasó a Albert Rivera y que, según cree, acaba desconectando a los líderes de la realidad. “Es la ley de hierro de la oligarquía de los partidos políticos como describió Robert Michels, que deja claro que siempre acaba gobernando una minoría.

Los arribistas

En la aparición de partidos con pies de barro, que suben como la espuma y alcanzan una gran proyección muy rápido, también se cuela mucho arribista. En esto coinciden también Cs y Vox, que han tenido que expulsar a muchos militantes y cargos en ocasiones solo por alejarse de la disciplina interna o ser críticos pero en otros casos por asuntos mucho peores como meter la mano en la caja o actuar en beneficio propio más allá de las siglas.

En Vox hay problemas internos en una docena de provincias o comunidades. Son anteriores a la marcha de Macarena Olona pero la salida de la política alicantina ha puesto por primera vez el foco en las divisiones y los muchos episodios de descontentos que está viviendo el partido. En Murcia, en Andalucía, donde hay varios territorios donde se acumulan guerras internas y direcciones descabezadas, en Galicia, en Madrid, en Extremadura, en la Comunidad Valenciana, en Cataluña o en La Rioja constan pugnas o escisiones que debilitan al partido. De momento nada de esto ha pasado factura en las urnas. En las últimas andaluzas, Vox pinchó las expectativas pero subió dos escaños, de 12 a 14, respecto a las últimas autonómicas. En Castilla y León lograron entrar en el Gobierno. Ni siquiera el PP, que sigue de cerca a su rival por la derecha, detecta un desplome del partido de Abascal y asegura que tiene un suelo sólido y un electorado fiel, según sus propios sondeos internos. Habrá que ver cómo acaba el ciclo electoral para ver hasta donde llegan las analogías.