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El 'pacto del Betis' que resucitó al PSOE

El apoyo de los socialistas vascos fue esencial en la elección de González en el congreso de Suresnes en 1974

Felipe González en el congreso de Suresnes.

Felipe González en el congreso de Suresnes.

Rosa Paz

Rosa Paz

Algunos de los antiguos dirigentes socialistas sostienen, siempre en privado, que lo que más daño hizo a los gobiernos de Felipe González no fue la corrupción o los GAL —que lastraron, sin duda, los últimos años en el poder del todavía todopoderoso PSOE—, sino la oposición de Nicolás Redondo, secretario general de la UGT, la central sindical hermana. Las desavenencias entre González y el líder del sindicato comenzaron al poco tiempo de que el primero iniciase su estancia de casi 14 años en la Moncloa. Redondo se sintió poco escuchado, se irritó porque el Ejecutivo no asumía las propuestas del sindicato y se volvió tan crítico con las políticas del Gobierno que las llegó a tildar de “thatcheristas”.

Ese distanciamiento entre los dos principales líderes del socialismo, el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, por un lado, y el sindicalista, por otro, llevó a este último a abandonar su escaño de diputado del PSOE en el Congreso, en octubre de 1987, y, mucho más doloroso, a convocar, junto a CCOO, la primera huelga general contra el Ejecutivo socialista en diciembre de 1988, cuando toda España, con TVE a la cabeza, se fundió a negro. La relación entre partido y sindicato, que habían actuado unitariamente hasta entonces, nunca volvió a ser la misma, aunque los socialistas vascos siguieron siendo fieles al felipismo.

Un vuelco radical

Alfonso Guerra, a la sazón vicepresidente del Gobierno y vicesecretario general del PSOE, atribuyó con aspereza el desapego de Redondo al supuesto interés que este habría albergado desde siempre, es decir, desde el congreso de Suresnes, en octubre de 1974, por ocupar la secretaría general del partido. Pero esa afirmación parece responder más al enojo que a la realidad. Porque la realidad es que fue el rechazo de Redondo a asumir en aquel momento el liderazgo del partido lo que desbrozó el camino a González hacia el puesto desde el que unos años más tarde conquistaría el poder, con la mayoría absoluta más amplia de la reciente historia democrática. Y eso ocurrió en aquel histórico congreso, que representó un vuelco radical en la historia del PSOE y, por ende, un vuelco en la historia de España. Hay quien dice que el líder de UGT no dejó de arrepentirse de haberlo hecho, no tanto porque aspirara al cargo como porque Felipe le acabó defraudando.

“El pacto del Betis”

La cesión de Redondo de la secretaría general del partido a González, ha quedado en la memoria popular como “el pacto del Betis”, un nombre que acuñó el socialista madrileño Pablo Castellano, eterno enemigo interno de González, que interpretó lo acontecido como producto de una conspiración previa entre el vasco y el andaluz para quedarse uno con el liderazgo del sindicato —que ya ostentaba desde hacía tres años— y el otro con el del partido. Con esa etiqueta, “pacto del Betis”, que tuvo tanto éxito como el marbete de “gobierno Frankenstein” con el que Alfredo Pérez Rubalcaba definió más recientemente las alianzas de Pedro Sánchez, Castellano pretendía descalificar los estrechos lazos que se habían forjado entre los socialistas vascos y aquellos jóvenes radicales, que habían surgido inesperadamente en Sevilla.

Castellano y un puñado de militantes madrileños quedaron apartados de aquella sólida conexión. Los protagonistas niegan que llegaran al congreso de Suresnes con el reparto de cargos pactado de antemano y algunos historiadores lo corroboran. Santos Juliá, por ejemplo, lo hace en su extenso y minuciosos libro '“Los socialistas en la política española. 1879-1982'.

Apartado Rodolfo Llopis

Pactado previamente o no, lo cierto es que fue el apoyo de los socialistas vascos, Nicolas Redondo, Enrique Múgica, Lalo López Albizu (padre del actual portavoz socialista Patxi López) y el veterano Ramón Rubial, lo que aupó a Felipe al liderazgo, apartando definitivamente al viejo Rodolfo Llopis, que había sido sustituido dos años antes por una dirección colegiada, y al resto de dirigentes del exilio, que se consideraban cuasi propietarios del partido. La seducción de los vascos había empezado unos años antes, cuando en verano de 1969 Felipe se presentó de improviso en una reunión del partido en Bayona (Francia), a donde viajó en el coche de Guerra y acompañado por Rafael Escuredo. La relación se fue estrechando a lo largo de los años, hasta el punto de que González fue el abogado de Redondo cuando este fue despedido y encarcelado en 1973.

Puede que la elección de Felipe no estuviera pactada, pero sobre lo que sí había acuerdo firme entre vascos y andaluces era sobre qué debía hacer aquel PSOE, de poco más de 3.000 militantes, para resucitar en la política española. Necesitaban aprovechar la agonía del dictador y de su régimen para proceder a una renovación radical del socialismo español, reforzar el partido y prepararlo para la nueva etapa democrática, que empezaría al morir Franco un año después. Y así lo hicieron.

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